lunes, 29 de noviembre de 2010

Día 35, parte 4: ¿Dónde mierda me metí?

Al llegar nuevamente al bar sentí una especie de escalofrío al encontrarme con un panorama completamente diferente al que había dejado minutos atrás: una vela iluminaba tenuemente el rincón en donde ella seguía recostada sobre el banco, pero ahora David la había descalzado y pasaba por debajo de sus pies un trozo de madera humeante mientras ella lloraba. Al ver ese escenario un tanto tétrico me preocupé, y no entendía nada de lo que estaba pasando. Me acerqué con un poco de temor, le acaricié la frente a ella para que supiese de mi regreso, y sentí muchos nervios al ver las lágrimas cayendo de sus ojos mientras sacudía su cuerpo, producto del fuerte llanto. Le pregunté a David que qué estaba haciendo y por qué Frederique estaba llorando, a lo que me respondió que ella necesitaba largar mucho dolor que tenía dentro de sí. Durante unos segundos quedé como un espectador de aquello, sin saber si debía dejarlo a David que hiciese lo suyo o si por el contrario tenía que ponerle fin a todo en ese mismo momento. Él nos dejó solos y aproveché para preguntarle a ella si estaba bien, si David le había hecho algo, pero me respondió todavía con lágrimas en sus ojos que no me preocupara, que todo estaba bien, y que él le inspiraba mucha confianza. Seguí acompañándola todo el tiempo, aunque todavía asombrado por la escena con la que me había encontrado. David vuelve a acercarse, y ante mi insistencia por saber qué fue lo que llevó a Frederique al estado en el que estaba, me mostró que sólo le había tocado unos puntos clave del cuerpo, ubicados en la mano, el codo y el tobillo, y que eso le provocó el llanto, pero por una necesidad de desahogo. Me explicó por ejemplo que el punto ubicado en el tobillo es el que controla los músculos del cuerpo, y para demostrármelo le apretó esa parte del cuerpo a Frederique, pero muy suavemente con apenas dos dedos, y al hacerlo ella sacudió toda la pierna con bastante brusquedad. Él me dijo que esto significaba que ella tenía todos los músculos muy agotados. Al ver la reacción con mis propios ojos me di cuenta que él sabía lo que estaba haciendo, y eso me tranquilizó un poco. También iba a necesitar tomar mucho líquido, porque estaba claramente deshidratada, así que fui a comprarle una Gatorade, la cual se tomó rápidamente.

Pasado el llanto y más relajada, nuevamente estaba ella en el baño cuando David se me acerca con una Biblia en mano, diciéndome que ese libro lo era todo. Pensé que me iba a salir con el típico discurso evangelista, pero no. Dijo que está bueno leerlo, pero no por la religión en sí, que son todas cualquier cosa, sino porque lo ayuda a uno a conocerse a sí mismo. Como vi que lo que decía iba para otro lado, le comenté que yo la estoy leyendo íntegramente, sólo por curiosidad. Me dijo que mucha gente viaja hasta el Machu Picchu en busca de esa montaña sagrada, en busca de algo que no saben qué es. Pero que para encontrar esa montaña no es necesario viajar tantos kilómetros. Él mismo tenía su montaña, que era su madre; lo era todo para él. Años atrás él consumía drogas, y muchas veces volvía a su casa temblando, con el cuerpo duro por la merca, pero en cuanto tocaba el pie de su madre, los músculos se le relajaban instantáneamente. Y cuando su vieja murió se le desmoronó esa montaña, se le vino todo abajo. Y ahí se dio cuenta de lo valiosa que era ella en su vida, y que la había perdido, pero que de todos modos ella seguía estando presente en todos lados, y que la Biblia le fue necesaria para darse cuenta de eso.

Frederique salió del baño notablemente mejor, y ya aparentemente recuperada de la extraña sesión chamánica. Volvió a recostarse y nos quedamos los dos escuchando a David, hasta que llegó Mercedes porque ya era hora de ir a la estación del tren. Frederique dijo que se sentía bien, así que le agradecimos mucho a David por todo su tiempo y dedicación, quien además no quiso cobrarnos ninguno de los te que preparó. Además me regaló algunas hojas de coca y el trozo de madera que había utilizado anteriormente, que era de palo santo, y que dijo que a ella le iba a hacer bien. Lo saludamos con un fuerte abrazo y agradeciéndole con todo nuestro corazón.

Nos fuimos caminando tranquilamente hasta la estación, y ella con mucho mejor semblante y estado de ánimo que antes. El tren que nos llevó hasta Ollantaytambo no era el más cómodo. Yo quería sentarme a su lado por cualquier cosa que pudiera llegar a necesitar, pero no pudo ser. Durante el viaje ella intentó descansar, pero se notaba en su cara que seguía con malestar, hasta que nos bajamos del tren y tomamos el micro a Cusco. Ahí sí pude sentarme a su lado, y más relajados llegamos a nuestro destino pasadas las once de la noche, donde cada uno se fue hacia su hostel. Yo estaba tan agotado física y mentalmente, que ni siquiera tuve fuerzas para ducharme, y me fui a dormir como estaba.

1 comentario:

  1. Seguí el relato desde la parte 1.
    Muy bueno!
    Buenos ingredientes: suspenso y emoción.
    Qué buen viaje hiciste Martín!!!
    Exploraste nuevas vivencias, experimentaste sensaciones y emociones, Y de eso se aprende.
    Estoy contenta por vos...!!!
    :)) Li.TUMA :))

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