El sábado tocaban unas bandas amigas en el Salón Pueyrredón, y como era un show que tenía muchas ganas de presenciar, me fui para capital. Naturalmente me hubiese tomado el colectivo hasta Palermo, pero aprovechando que justo mi hermano estaba saliendo con el auto, me tiró hasta Belgrano. Al haberme ahorrado la espera del colectivo, estaba llegando temprano, lo que me permitía caminar algunas cuadras en la noche de capital, que es algo que me gusta hacer. Avanzo por Av. Cabildo y cuando llego a la esquina de Juramento ciertas imágenes empiezan a proyectarse en mi mente, y recuerdo que un año atrás, ese mismo sábado y prácticamente a la misma hora, yo estaba parado en esa esquina esperándola a Victoria.
Ella me había llamado por teléfono esa tarde, y fue grande mi sorpresa. Nuestro contacto hasta ese momento había sido bastante escaso y nunca habíamos hablado por teléfono. Me comentó que el motivo de su llamado era porque tenía dos entradas para el recital de Pez que era esa misma noche, pero la persona con la que iba a ir al final no podía, y entonces había pensado en decirme a mi, alegando que no conocía a muchas personas a las cuales le podía interesar. No estaba acostumbrado a recibir invitaciones de este tipo, pero resultaba por demás interesante, así que cuando logré salir un poco de mi asombro, acepté.
Lo más cómodo para los dos había resultado encontrarnos en Cabildo y Juramento, y acordamos que fuera a las 20hs. Yo llegué unos minutos antes, y me quedé esperándola con una mezcla de nervios y ansiedad. Me pasa que cuando tengo que estar a solas con una persona con la que no tengo la suficiente confianza, me da miedo (si es que es correcto usar esta palabra) que en un determinado momento no tenga y no se me ocurra nada para decir, lo cual genera una situación bastante incómoda en caso que el otro también permanezca callado. Pero todo había salido muy bien y no hubo baches significativos. Fuimos a La Trastienda a ver el recital, y como ella me había invitado, cuando salimos le devolví el favor y fuimos a cenar. Hacía mucho tiempo que no tenía una cena de a dos. Me sentía bien, cómodo. Y cuando terminamos, nos tomamos el colectivo de regreso a nuestras casas.
Y ahora, un año después, yo estaba yendo a otro recital, pero solo. Me encontraba parado casualmente en esa misma esquina, y me llamó la atención porque no suelo frecuentar esa zona los fines de semana.
Cuando salí del Salón Pueyrredón me tomé el colectivo, pero en medio del viaje decidí bajarme un puente antes, y en lugar de ir directo para casa fui a un bar a tomar una cerveza. Y ahí me quedé un largo rato, tomando de a pequeños sorbos, pensando en todo y en nada simultáneamente, sintiéndome refugiado en ese ámbito conocido que conforman la cerveza y la soledad. Cuando sentía que ya había estado ahí el tiempo suficiente, salí a la calle y bajo el cielo de la madrugada me puse a caminar de regreso a casa. Pocas cuadras más tarde estoy en la esquina de Márquez y Blanco Encalada, y un nuevo aluvión de recuerdos viene hacia mi, y una vez más me remonto a aquella noche del año pasado, cuando después del recital y de la cena, terminamos con Victoria tomando un café, a esta misma hora, en la Esso de esa esquina. Un café que se interpretaba como el rechazo de ambas partes a la llegada del final de esa noche. Un final que en su momento ilusionaba con ser el comienzo de algo más grande.
Un año más tarde, después del verdadero final, por esas cosas incompresibles que tiene la vida yo me encontré recorriendo las mismas dos esquinas. Finalmente llegué a casa y me acosté.
A la mañana siguiente me despierto y quiero poner algo de música. En la computadora tengo una carpeta con varios discos que hace mucho que no escucho, y hace un tiempito me propuse hacerlo de a uno por día, a modo de que no queden en el olvido. Con la claridad del domingo entrando por la ventana, voy a la PC, abro la carpeta con la música, y siento un leve escalofrío al ver que el disco que seguía en la lista y que me tocaba escuchar era “El Porvenir” de Pez. Justamente el álbum que presentaron aquella noche de hace un año en La Trastienda, cuando fuimos con Victoria.
Ella me había llamado por teléfono esa tarde, y fue grande mi sorpresa. Nuestro contacto hasta ese momento había sido bastante escaso y nunca habíamos hablado por teléfono. Me comentó que el motivo de su llamado era porque tenía dos entradas para el recital de Pez que era esa misma noche, pero la persona con la que iba a ir al final no podía, y entonces había pensado en decirme a mi, alegando que no conocía a muchas personas a las cuales le podía interesar. No estaba acostumbrado a recibir invitaciones de este tipo, pero resultaba por demás interesante, así que cuando logré salir un poco de mi asombro, acepté.
Lo más cómodo para los dos había resultado encontrarnos en Cabildo y Juramento, y acordamos que fuera a las 20hs. Yo llegué unos minutos antes, y me quedé esperándola con una mezcla de nervios y ansiedad. Me pasa que cuando tengo que estar a solas con una persona con la que no tengo la suficiente confianza, me da miedo (si es que es correcto usar esta palabra) que en un determinado momento no tenga y no se me ocurra nada para decir, lo cual genera una situación bastante incómoda en caso que el otro también permanezca callado. Pero todo había salido muy bien y no hubo baches significativos. Fuimos a La Trastienda a ver el recital, y como ella me había invitado, cuando salimos le devolví el favor y fuimos a cenar. Hacía mucho tiempo que no tenía una cena de a dos. Me sentía bien, cómodo. Y cuando terminamos, nos tomamos el colectivo de regreso a nuestras casas.
Y ahora, un año después, yo estaba yendo a otro recital, pero solo. Me encontraba parado casualmente en esa misma esquina, y me llamó la atención porque no suelo frecuentar esa zona los fines de semana.
Cuando salí del Salón Pueyrredón me tomé el colectivo, pero en medio del viaje decidí bajarme un puente antes, y en lugar de ir directo para casa fui a un bar a tomar una cerveza. Y ahí me quedé un largo rato, tomando de a pequeños sorbos, pensando en todo y en nada simultáneamente, sintiéndome refugiado en ese ámbito conocido que conforman la cerveza y la soledad. Cuando sentía que ya había estado ahí el tiempo suficiente, salí a la calle y bajo el cielo de la madrugada me puse a caminar de regreso a casa. Pocas cuadras más tarde estoy en la esquina de Márquez y Blanco Encalada, y un nuevo aluvión de recuerdos viene hacia mi, y una vez más me remonto a aquella noche del año pasado, cuando después del recital y de la cena, terminamos con Victoria tomando un café, a esta misma hora, en la Esso de esa esquina. Un café que se interpretaba como el rechazo de ambas partes a la llegada del final de esa noche. Un final que en su momento ilusionaba con ser el comienzo de algo más grande.
Un año más tarde, después del verdadero final, por esas cosas incompresibles que tiene la vida yo me encontré recorriendo las mismas dos esquinas. Finalmente llegué a casa y me acosté.
A la mañana siguiente me despierto y quiero poner algo de música. En la computadora tengo una carpeta con varios discos que hace mucho que no escucho, y hace un tiempito me propuse hacerlo de a uno por día, a modo de que no queden en el olvido. Con la claridad del domingo entrando por la ventana, voy a la PC, abro la carpeta con la música, y siento un leve escalofrío al ver que el disco que seguía en la lista y que me tocaba escuchar era “El Porvenir” de Pez. Justamente el álbum que presentaron aquella noche de hace un año en La Trastienda, cuando fuimos con Victoria.