lunes, 26 de abril de 2010

Recuerdos de una noche de otoño

El sábado tocaban unas bandas amigas en el Salón Pueyrredón, y como era un show que tenía muchas ganas de presenciar, me fui para capital. Naturalmente me hubiese tomado el colectivo hasta Palermo, pero aprovechando que justo mi hermano estaba saliendo con el auto, me tiró hasta Belgrano. Al haberme ahorrado la espera del colectivo, estaba llegando temprano, lo que me permitía caminar algunas cuadras en la noche de capital, que es algo que me gusta hacer. Avanzo por Av. Cabildo y cuando llego a la esquina de Juramento ciertas imágenes empiezan a proyectarse en mi mente, y recuerdo que un año atrás, ese mismo sábado y prácticamente a la misma hora, yo estaba parado en esa esquina esperándola a Victoria.

Ella me había llamado por teléfono esa tarde, y fue grande mi sorpresa. Nuestro contacto hasta ese momento había sido bastante escaso y nunca habíamos hablado por teléfono. Me comentó que el motivo de su llamado era porque tenía dos entradas para el recital de Pez que era esa misma noche, pero la persona con la que iba a ir al final no podía, y entonces había pensado en decirme a mi, alegando que no conocía a muchas personas a las cuales le podía interesar. No estaba acostumbrado a recibir invitaciones de este tipo, pero resultaba por demás interesante, así que cuando logré salir un poco de mi asombro, acepté.

Lo más cómodo para los dos había resultado encontrarnos en Cabildo y Juramento, y acordamos que fuera a las 20hs. Yo llegué unos minutos antes, y me quedé esperándola con una mezcla de nervios y ansiedad. Me pasa que cuando tengo que estar a solas con una persona con la que no tengo la suficiente confianza, me da miedo (si es que es correcto usar esta palabra) que en un determinado momento no tenga y no se me ocurra nada para decir, lo cual genera una situación bastante incómoda en caso que el otro también permanezca callado. Pero todo había salido muy bien y no hubo baches significativos. Fuimos a La Trastienda a ver el recital, y como ella me había invitado, cuando salimos le devolví el favor y fuimos a cenar. Hacía mucho tiempo que no tenía una cena de a dos. Me sentía bien, cómodo. Y cuando terminamos, nos tomamos el colectivo de regreso a nuestras casas.

Y ahora, un año después, yo estaba yendo a otro recital, pero solo. Me encontraba parado casualmente en esa misma esquina, y me llamó la atención porque no suelo frecuentar esa zona los fines de semana.

Cuando salí del Salón Pueyrredón me tomé el colectivo, pero en medio del viaje decidí bajarme un puente antes, y en lugar de ir directo para casa fui a un bar a tomar una cerveza. Y ahí me quedé un largo rato, tomando de a pequeños sorbos, pensando en todo y en nada simultáneamente, sintiéndome refugiado en ese ámbito conocido que conforman la cerveza y la soledad. Cuando sentía que ya había estado ahí el tiempo suficiente, salí a la calle y bajo el cielo de la madrugada me puse a caminar de regreso a casa. Pocas cuadras más tarde estoy en la esquina de Márquez y Blanco Encalada, y un nuevo aluvión de recuerdos viene hacia mi, y una vez más me remonto a aquella noche del año pasado, cuando después del recital y de la cena, terminamos con Victoria tomando un café, a esta misma hora, en la Esso de esa esquina. Un café que se interpretaba como el rechazo de ambas partes a la llegada del final de esa noche. Un final que en su momento ilusionaba con ser el comienzo de algo más grande.

Un año más tarde, después del verdadero final, por esas cosas incompresibles que tiene la vida yo me encontré recorriendo las mismas dos esquinas. Finalmente llegué a casa y me acosté.

A la mañana siguiente me despierto y quiero poner algo de música. En la computadora tengo una carpeta con varios discos que hace mucho que no escucho, y hace un tiempito me propuse hacerlo de a uno por día, a modo de que no queden en el olvido. Con la claridad del domingo entrando por la ventana, voy a la PC, abro la carpeta con la música, y siento un leve escalofrío al ver que el disco que seguía en la lista y que me tocaba escuchar era “El Porvenir” de Pez. Justamente el álbum que presentaron aquella noche de hace un año en La Trastienda, cuando fuimos con Victoria.

miércoles, 21 de abril de 2010

Coincidencias musicales

Lado A
Estaba caminando por la calle, escuchando el disco “When It Fall” de Zero 7, y continuadamente “One Time For All Time” de 65 Days Of Static, todo ello en mi mp3. Por lo general uno se da cuenta cuando termina un disco y arranca otro, sobre todo si son de diferentes bandas y diferentes estilos. Pero en este caso no, el cambio fue gradual. Porque el tema titulado “Morning Song” que da cierre al disco de Zero 7, tiene un arreglito que es muy similar al que se escucha en “Drove Through Ghosts To Get Here”, primera canción del otro álbum. Hagan la prueba de escucharlo todo de corrido.

Lado B
Bajé un disco, casualmente también de Zero 7, pero en este caso el titulado “Simple Things”. Cuando me puse a escucharlo, me di cuenta que no era tal disco, sino otro de igual nombre pero del artista Chuck Loeb. Es un disco de jazz, que mucho no me llama la atención, pero decidí no borrarlo y darle una oportunidad. Días más tarde, iba viajando en el colectivo, escuchando este disco por primera vez, y me parecía un poco aburrido, hasta que me doy cuenta que conozco una de las canciones, y me conmuevo al darme cuenta que era un cover instrumental de “Shape Of My Heart” de Sting.

jueves, 15 de abril de 2010

Penélope Cruz

-Al final no te conté la mejor parte de mi viaje por Europa –dijo Santiago mientras inclinaba el vaso para que la cerveza no hiciera tanta espuma.
Ezequiel le clavó la mirada por un instante, como sorprendido por la afirmación de su compañero.
-Con lo que contaste de los paisajes y de la maravilla de las ciudades, el viaje ya garpó. ¿Hay algo más entonces? –preguntó Ezequiel, ahora alcanzándole su vaso para que se lo llene.
-Si, es algo… groso.
-¿Y cómo va que no lo contaste hasta ahora?
-Pasa que los demás no me lo iban a creer, entonces callé para que no me boludeen –explicó Santiago, mientras con el dedo unía varias gotas caídas sobre la mesa del bar. Por eso te lo cuento a vos nada más.
-Bueno, dale, largá entonces.
-Este… Penélope Cruz está conmigo.
-¿Qué? –preguntó Ezequiel entre sorprendido e incrédulo.
-Que Penélope Cruz me tiró onda.
-¡Jajaja! Dale boludo.
-Es verdad, salamín, ¿de qué te reís?
Ezequiel, al ver el aspecto de sinceridad de Santiago, dejó de reírse e hizo silencio por unos segundos.
-La mismísima Penélope Cruz –reiteró Santiago.
-Es que está difícil de creer –profirió con razón Ezequiel-. Contá ya cómo fue eso, para ver si se entiende un poquito.
-Bueno… -Santiago apoya el vaso en la mesa y se acomoda mejor en su silla- …yo estaba en Madrid. Era un día nublado, lluvioso, así como hoy. Viste, esos días que no tenés ganas de hacer nada. Pero estando a tantos kilómetros de distancia lo sentís diferente.
-Claro, como que tenés la obligación de hacer algo, de aprovechar el tiempo al máximo –aprobó Ezequiel.
-Exacto, eso mismo. Yo estaba en el hotel, mirando por la ventana de mi habitación. Era realmente una pena desaprovechar un día ahí. Así que salí a la calle, y me quedé un rato parado en la puerta, aunque sea como para sentir el aire y romper un poco con el encierro.
-Pero para eso podías abrir la ventana del cuarto y listo.
-No, no es lo mismo –exclamó Santiago-. Además si abría la ventana se me llenaba todo de agua. En cambio, ahí afuera estaba protegido por un techito que había. Y así me quedé un rato, parado, fumando un cigarrillo, y mirando la calle, que si bien no tiene nada en particular que llame la atención, como que tiene pequeñas cositas que la diferencian de las calles de acá y le dan su atractivo.
-Pero por ejemplo, ¿cómo qué? –preguntó Ezequiel rascándose la barba.
-Y… qué se yo… no se me ocurre nada ahora –Santiago meneaba la cabeza, como intentando encontrar algo en un rincón de su mente-. Pero vos me entendés… cositas, sutilezas que hacen que te des cuenta que no estás en tu país. Es como una esencia diferente en todo.
-Si, puede ser. ¿Y cómo la encontraste a Penélope? –preguntó Ezequiel inclinando bruscamente su cuerpo hacia adelante.
- Pará, pará, no me apures.
Ezequiel volvió a apoyarse en el respaldo de su silla y tomó un largo sorbo de cerveza.
-Yo estaba ahí en la calle, viendo como llovía. No tenía ningún plan, así que estaba muy tranquilo. Con mucha calma terminé mi cigarrillo. Que allá es diferente, muy pocos compran los cigarrillos de marca, como acá. Allá la gente está más acostumbrada a ir a comprar el tabaco y el papel, y se los arman ellos. Pero ni daba hacer todo ese labarito; yo compraba el paquete como siempre.
-Si, más fácil –comentó Ezequiel sin demasiado interés.
-Entonces me termino el cigarrillo, y me quedé un instante ahí parado, al resguardo de la lluvia. Tampoco era un diluvio, eh. Era esa garúa finita que lo único que hace es romper las pelotas. Fui caminando por la vereda, yendo por debajo de los tolditos porque no tenía ganas de mojarme. Iba avanzando con mucha pachorra, total no tenía ningún apuro. Cada tanto me paraba a ver lo negocios, la gente, la nada. Estuve así un rato hasta que me aburrí un poco, y como además estaba un poco fresco en la calle, quise ir a algún lugar cerrado. Me acordé que ahí a unas cuadras había un café que estaba bueno, tenía onda, así que enfilé para ahí.
-Claro, uno de esos cafés donde va la gente con plata, como por ejemplo… ¡Penélope Cruz! –aportó Ezequiel.
-No, cualquiera, nada que ver –dijo Santiago frunciendo el ceño-. Un café común y corriente. Así que estaba yendo para ahí, simplemente como para pasar el rato, porque tampoco es que tenía muchas ganas de tomar algo. Y en eso me topo con…
-¡Penélope Cruz! –interrumpió Ezequiel.
-No, flaco, ¡pará un poco! Dejame terminar la historia –dijo Santiago casi enojado por la insistencia de su amigo.
-Dale, dale, no jodo más.
-Bueh. Entonces… me topo con un lugar donde había una exposición d no se qué cosa, y me mandé. Era una galería de arte, donde un tal Mateo Cristaldo exponía sus obras. Una cosa rara, porque no eran pinturas. Por lo que leí, este Mateo era diseñador de indumentaria o algo por el estilo, y tenía unas ideas re locas. Después haceme acordar que te muestro algunas fotos para que veas. Me pareció que podía ser interesante, así que me mandé. Me puse a recorrer la galería, mirando sus abras. Las personas que estaban ahí se quedaban varios minutos mirando una misma obra, inmóviles, como pensativos agarrándose el mentón con una mano –Santiago reproduce el gesto-. Pero a mí se me cruzaba por la cabeza que la gente debía estar pensando “¿qué mierda representa esto?”. Jajaja.
-La subjetividad del arte…
-¿…Qué? –preguntó Santiago.
-Nada, eso, que el arte es algo subjetivo y no todos lo pueden interpretar de igual manera –explicó Ezequiel a la vez que se rascaba la nuca.
-Y bueno, ahí estaba yo, mirando, caminando, haciendo tiempo y tomando champagne, porque pasaban unos mozos ofreciendo copas de champagne, y había que aprovechar. También había como unos canapés de no se qué, pero no me les animé. Así que ahí iba yo, siempre con mi copita en mano. Ya había pasado un rato largo, y se ve que la combinación del fresco, la lluvia y las tres copas de champagne que me tomé me dieron ganas de ir al baño. Como no tenía idea donde estaba, le pedí a uno de los mozos que me indique. Voy caminando por el pasillo siguiendo las indicaciones que me dio, y unos metros antes de llegar veo que se abre la puerta del baño de damas y ahí sale ella.
-¿Pero era posta Penélope Cruz? ¿No existe la posibilidad de que te hayas confundido?
-No, ni a palos.
-Por ahí era una mina muy parecida.
-No, no. Estoy seguro que era ella. Después de ver Vicky Cristina Barcelona no existe posibilidad de que me equivoque –dijo Santiago negando sutilmente con un movimiento de cabeza.
-Dale, y entonces, ¿qué pasó? –preguntó Ezequiel ahora interesado nuevamente en el relato.
-Entonces la veo, reconozco que era ella, y como que me agarra una adrenalina por adentro, pero sigo caminando hacia el baño como si nada. Ella viene directo hacia mí: era un pasillo bastante angosto. Me mira; por un instante me mira a los ojos. Fue una milésima de segundo, pero me di cuenta. Cuando me pasa por al lado, me choca con su cartera, porque ya te dije que era angosto el pasillo, así que pasábamos muy cerca el uno del otro. Al darse cuenta que me había golpeado, se da vuelta sin frenarse y me dice “Ay, perdóname”. Yo creo que estaba temblando de los nervios, y no se si alcancé a decirle algo o si se me trabaron las palabras. Seguí caminando intentando disimular mis nervios, volteando levemente la cabeza para mirarla de reojo. Y bueno, cuando llegué hasta la puerta del baño, entré.
Santiago detuvo su relato, dibujándose en su rostro una sonrisa de satisfacción. Relajó su cuerpo sobre la silla, mientras volvía a llenarse el vaso de cerveza.
Hubo unos segundos de silencio y Ezequiel empezaba a impacientarse.
-¿Y…? –preguntó, con más incertidumbre que expectativas.
-Y nada –respondió Santiago con asombro-, yo me metí al baño, y después, cuando salí, ya no la volví a ver.
-¿Eso es todo? ¡Andá a cagar! –injurió Ezequiel decepcionado-. Me dijiste que Penélope Cruz estaba con vos, que te había tirado onda. No esperaba que haya pasado algo entre ustedes dos, pero por lo menos… ¡algo!
-No se que más pretendés –se excusó Santiago-. Ella me choca. Capaz que hasta lo hizo intencionalmente, no lo se. La cuestión es que me choca, ¡y se da vuelta para pedirme perdón! ¡¡Penélope Cruz!! Una artista de su talla no tiene la necesidad de pedirle perdón a nadie. Podría haber seguido de largo como si nada… ¿quién le va a decir algo? Pero no, ¿entendés? Se dio vuelta y me dirigió la palabra a mí… ella… Está clarísimo, viejo.
-Si… clarísimo –dijo Ezequiel medio por lo bajo después de unos cuantos segundos mirándolo a Santiago, en un tono que no expresaba la ironía de la frase.
-El año que viene voy a volver a Madrid me parece. La voy a buscar para poder seguir nuestra historia.

domingo, 11 de abril de 2010

Homero-Servilleta

Les presento a la servilleta que se parece a Homero Simpson. Un Homero que lleva su mano hacia la nuca. Claramente Matt Groening no está al tanto de este plagio, porque sino Sussex ya estaría en bancarrota.

lunes, 5 de abril de 2010

Lo que queda

Un reloj sobre la mesita de luz, un libro que ya fue leído, varios discos, ropa que va desgastándose gradualmente con los sucesivos lavados, un portarretratos intacto pero que ya no ve la luz, otros tantos objetos que adquirieron su propio significado, y una constante avalancha de imágenes mentales que se van reiterando a diferentes ritmos, componen el saldo de cuatro años que se esfumaron.

viernes, 2 de abril de 2010

Fiesta

La sociedad toda, desde los mismos comienzos de la civilización, ha intentado separar a la humanidad en dos bandos. Esta división fue cambiando con el correr de los años y de las culturas, pero siempre se mantuvo con un mismo fin: crear una rivalidad, un falso enfrentamiento entre ambas partes. Hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres, fieles y herejes, occidentales y orientales, conquistadores y nativos, peronistas y radicales: divisiones muy diferentes, pero siempre creando dos grupos que casi por necesidad y por sus diferencias tuvieron que enemistarse entre sí.

Pero hay una clasificación que es diferente a todas, tal vez por ser la única que no crea dos bandos enfrentados, sino que conviven en armonía. Es posible que el motivo de esto esté apoyado en que una misma persona no se encuentra únicamente de un lado de la vereda, sino que puede ir cambiando de grupo de acuerdo a factores como el estado de ánimo. Esta catalogación es la que divide a los humanos entre los que disfrutan de las fiestas y los que no.

Todos sabemos que las fiestas no son todas iguales. Son múltiples y evidentes las diferencias entre Navidad, una despedida de solteros, el cumpleaños de una tía, una fiesta de graduación, etc. Puede ocurrir, por ejemplo, que una persona que disfruta mucho de una fiesta de disfraces con alcohol de por medio, se deprima profundamente en año nuevo. Es por esta misma fluctuación que resulta imposible el odio a los del otro grupo, porque en cierto aspecto también pertenecemos a él. De este modo se mantiene el equilibrio.

En Buenos Aires, Esteban tuvo que ir al cumpleaños de su primo Lucas. No tenía ganas de asistir al boliche, pero ya había confirmado su presencia y no podía faltar a su palabra. La música tan diferente a la que él acostumbraba escuchar y el volumen al máximo le impiden involucrarse con el entorno. Se siente absolutamente ajeno viendo a la gente bailar, y lo invade una gran desazón al contemplar a todas esas chicas hermosamente seductoras que cree inalcanzables. Al mismo tiempo, en las afueras de París, Raoul siente la misma angustia y ganas de pertenecer al otro bando, cuando caminando por la calle oye música fuerte proveniente de una fiesta cercana en el patio de una casa. Tiene un deseo enorme de participar de ella, pero no lo queda más que masticar sus ganas y seguir avanzando hasta que el sonido se pierde a la distancia.