jueves, 29 de diciembre de 2011

Lista de pendientes

Estas son algunas cosas que debería volver a hacer próximamente:

▪ Escribir algún cuento
▪ Editar algún video de los que tengo pensados
▪ Hacer un dibujo con acuarelas
▪ Componer una canción
▪ Hacer una estatuita con alambres

Vamos a ver cuántos meses me lleva hacer todo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Dios y los malhechores

Anoche, después de salir del trabajo, estaba yendo a tomar el tren como hago habitualmente. Debían ser casi las diez de la noche. Por lo general en el semáforo previo a la plaza que está frente a la terminal de Retiro se acumula gente para cruzar, pero en esta oportunidad estaba yo solo. Y cuando ya estaba casi a mitad de la plaza, veo que algunos metros delante mío había un ñato que me estaba mirando, y que iba caminando, pero sin ninguna prisa, como quien no tiene un destino determinado. Unos pasos más tarde, el flaco estaba en medio del camino por el cual yo iba a pasar, y me dio mala espina. En ese momento me acordé de algo que me había dicho un amigo hace muchos años, cuando todavía estábamos en la escuela primaria. Él me había dicho que en las situaciones donde uno iba por la calle y se veía amenazado por posibles ladrones, había que decir (y no recuerdo si repetir varias veces) la frase “Dios adelante y los malhechores atrás”. En su momento había adoptado este mecanismo, y lo usé infinidad de veces.

Ayer, estando en esa situación, instantáneamente me acordé de esa frase, pero no la dije. Pensé que era al pedo, ya que no estoy muy afiliado a las tropas del Señor últimamente. Yo seguía avanzando por la plaza, y el chabón estaba ahí, como esperándome. Todavía había algunos metros que nos separaban, y el flaco me pregunta si no tengo una moneda para darle. Le respondo que disculpe, pero que no tengo. Él insiste, y ahí veo que más alejado había un segundo muchacho, que apuraba el paso para llegar a donde estaba yo. Ahí se me frunció el upite y pensé “listo, acá me la dan”. El nuevo sujeto también me pidió una moneda, un billete de dos pesos, a lo cual me volví a negar, pero intentando mantener la calma. Claramente cualquiera de los 2 podía tener una navaja (en el mejor de los casos) a lo cual no podía ofrecer mucha resistencia. Incluso sin nada, si se ponían densos, eran dos contra uno, y no podía hacer nada. Yo ya me había detenido, y estábamos los tres parados. Me volvieron a insistir, y les dije que disculpen, que acababa de salir del laburo y que no tenía nada. El segundo flaco me hizo un scanner con la mirada, y dijo “bueno”, y se fueron. Creo que se dieron cuenta que no tengo cosas de valor.

domingo, 23 de octubre de 2011

lunes, 17 de octubre de 2011

Gansing

El sábado pasado, para aprovechar el día que estaba lindo, salimos con mi hermano a dar unas vueltas en bicicleta, para terminar el recorrido en Dardo Rocha, que para quien no conoce es un boulevard con una amplia extensión de pasto, donde la gente suele ir a disfrutar del aire libre, matear, charlar y hacer actividad física. Así que nos tiramos al solcito y nos pusimos a jugar a las cartas y a tomar mate. En eso pasa un flaco que aparentemente estaba haciendo un poco de ejercicio, pero con una vestimenta un tanto sugerente. Estaba vestido con una calza blanca que le marcaba el bulto de una manera impresionante. Mi hermano me hizo notarlo, y fue algo verdaderamente desagradable. Hay que tener muy poco amor propio para salir con ese atuendo. A nuestro alrededor había varios grupitos de chicas que también parecieron notar a este sujeto, pero con más asco que excitación. El tipo se queda merodeando la zona, dando vueltas como sin un destino definido, y luego se dirige hasta un árbol, y apoyándose en el mismo se pone a elongar. Pero fue una mezcla entre gracia, vergüenza ajena y disgusto, porque era como si estuviese apuntando con su ganso a uno de los grupitos de chicas. Obviamente ellas lo vieron e incómodamente hicieron como si nada pasara. Yo estaba de espaldas a todo lo que pasaba, y no me interesaba demasiado voltearme para mirar, pero según el relato de mi hermano, el tipo después de una ínfima elongación, se quedó parado y llevando su mano al evidente miembro, comenzó a bombearlo. Según el relato, luego de esto fue evidente un aumento significativo en el tamaño del mismo. El tipo estaba al borde de ser un violador, o como mínimo un exhibicionista. Se quedó un rato más por ahí, y disimuladamente las chicas empezaron a levantar sus cosas y se fueron. Después el flaco se subió a una camioneta y se las tomó. Muy desagradable.

martes, 11 de octubre de 2011

Pasillo

Abrí los ojos confundido. La sensación era como la de despertarse luego de una dura borrachera; esa pesadez en la cabeza, esa absoluta desorientación que me dejó atontado unos cuantos segundos, con los ojos desorbitados intentando reconocer el entorno. Cuando mi cerebro pareció reaccionar, me di cuenta que la pesadez no era otra cosa que el producto de un golpe que había recibido en la cabeza. Posiblemente eso me había provocado la pérdida del conocimiento y la consecuente desorientación. Todavía sin entender demasiado, me senté en el suelo, cerré los ojos, bajé la cabeza y permanecí en esa posición hasta sentir que las cosas se reacomodaron dentro de mi mente. Pero cuando abrí los ojos, me di cuenta que no conocía el lugar en el que me encontraba. Todavía persistía un dolor en la nuca, pero ya había recuperado la lucidez por completo, y sentí un poco de miedo por encontrarme perdido. En realidad lo que más me preocupaba no era el hecho de estar extraviado, sino saber qué tipo de lugar era el que me albergaba, y cómo había llegado hasta ahí. Porque se me ocurre que despertar en cualquier otro lugar podía resultar menos preocupante. Si por ejemplo me hubiese encontrado en la calle, en una ciudad desconocida y hasta alejada, con tan sólo algunas preguntas podría averiguar el lugar del paradero, y así encontrar una forma de regreso. Incluso despertar en una casa desconocida o en un hospital, puede ser tranquilizador por tratarse de entornos medianamente familiares. Pero yo ahí estaba absolutamente confundido con ese sitio que voy a intentar explicar. Era como un pasillo que terminaba en ningún lado, es decir, en una pared. Es como si ese fuera el final de un recorrido… o en mi caso el principio. Las paredes y el piso eran de cemento gris. No sé si es importante el dato del color, pero lo aclaro por la sensación que me causó ver esa tonalidad en todas direcciones. Lo único que cortaba visualmente con el monocromatismo, era el azul del cielo, ya que las paredes del pasillo no se unían a un techo, sino que terminaban abruptamente en la nada, dejando el cielo al descubierto. Los muros eran de una altura considerable, de no menos de cinco metros, y de una superficie perfectamente lisa, por lo cual era en absoluto imposible siquiera pensar en la idea de treparlas. Lo único bueno era que no tenía que preocuparme por elegir entre varias opciones para intentar salir de ahí, sino que tenía tan sólo una alternativa, la de avanzar por el pasillo, que si bien era bastante largo, necesariamente debía conducir hacia algún sitio.

Me puse en marcha, y en determinado momento me di cuenta que había avanzando tanto que la pared que tenía a mis espaldas al comenzar a caminar había quedado tan atrás que ya la había perdido de vista. Hacia adelante la proyección del trayecto seguía siendo la misma, y por un instante sentí un escalofrío al creerme parado en una línea que se extendía hasta el infinito. De todos modos seguí avanzando. Luego de un rato percibí que el suelo no era horizontal, sino que se había transformado en una subida, sutil pero perceptible. Y mientras más caminaba, más empinado se hacía el trayecto. De todos modos la pendiente no era demasiado pronunciada, así que no resultaba un gran obstáculo. Y directamente dejó de importarme cuando visualicé algo al final del pasillo. Fui acercándome con una curiosidad en aumento, pero manteniendo la calma, porque el hecho de que hubiese algo no significaba una salida de aquel pasillo. Aunque luego de tanto tiempo de no ver absolutamente nada (debo haber caminado cerca de dos horas), el simple hecho de ver algo distinto ya era demasiado. Mientras seguía acercándome, tenía tiempo suficiente para hacer miles de conjeturas, y sentirme ilusionado y desesperado sucesivamente. Se veía como el final del recorrido. El pasillo se cortaba abruptamente en una pared, y no había ninguna curva. Sentí temor, pero me tranquilicé un poco al ver que ese muro era de otro color, como si fuese de madera, y de menor altura que el resto del pasillo; tendría no mucho más de dos metros. Igualmente todavía estaba un poco lejos; tenía que seguir avanzando hasta llegar ahí mismo y ver de qué se trataba. En los últimos metros, la pendiente del suelo se incrementó notablemente. Continué, ya con un poco más de esfuerzo, hasta que finalmente llegué, y sentí cierto alivio al notar que ese final del pasillo tenía aspecto de puerta, una gran puerta que iba de pared a pared. No había ningún picaporte, así que empujé desde un extremo, y luego desde el otro, pero no se abrió. Sí hizo un ínfimo movimiento, como si hubiese hecho tope con algo desde el otro lado, lo cual era lógico por tratarse el suelo de un plano inclinado. Por lo tanto la puerta tendría que abrirse tirando y no empujando. Busqué con la mirada, hasta ver que en la base de la puerta, casi al ras del suelo, había una pequeña manijita como para tirar desde ahí. Lo hice y funcionó perfectamente, pero me resultó llamativo el sistema, ya que las bisagras de la puerta no estaban en uno de los laterales, sino en la parte superior. Igual, lo que más quería era ver que había del otro lado, pero sentí un poco de decepción al ver que cruzando la puerta el paisaje era más de lo mismo: el pasillo continuaba unos metros más, donde aparecía una nueva puerta igual a la anterior, separadas ambas por apenas unos veinte metros de distancia. De todos modos, creo que hubiese sido peor encontrarse con otro pasillo interminable, así que avancé rápidamente para abrir la segunda puerta, y al hacerlo, del otro lado otra vez lo mismo. Dudé por unos segundos, pero seguí adelante, y al cruzar, apareció una cuarta y más adelante una quinta puerta. De repente sentí una gran frustración. Sentía que estaba avanzando sin sentido, que lo que vendría adelante sería siempre más de lo mismo, y que no iba a conseguir nada. Me derrumbé con una angustia creciente y muchas ganas de llorar, pero ni siquiera me brotaban las lágrimas.

Después de unos minutos me reincorporé. Sabía que tumbado en el suelo no iba a conseguir salir de ahí; tenía que seguir adelante de todos modos. Fui hasta la siguiente puerta, ya sabiendo que del otro lado se repetiría el mismo escenario, y así lo fue. Mecánicamente continué atravesándolas una y otra vez. Lo único que iba variando a lo largo del recorrido, era que cada vez las puertas estaban un poco más cerca entre sí, pero apenas, y que la pendiente se iba intensificando. Eso sí era más notorio, porque el esfuerzo que tenía que hacer a esa altura para avanzar era importante, a tal punto que ya no podía mantenerme de pie, y tuve que empezar a reptar para no caerme y poder conservar el equilibrio. Algunas puertas más adelante, el piso perdió su superficie lisa, y empezó a presentar cada vez más irregularidades, como si se tratase de un suelo rocoso. En parte agradecí esto, porque me ayudaba para seguir avanzando; tenía de dónde agarrarme, pero la caminata ya había dejado de ser tal, para convertirse casi en una escalada. Bueno, no sé si tanto, pero creo que la pendiente ya debía aproximarse a los cuarenta grados de ángulo. Avanzaba con relativa destreza, pero al llegar a la puerta se volvía un poco complicado el método para abrirla, porque tenía que quedarme aferrado a la superficie rocosa, sosteniéndome con una mano, mientras con la otra tiraba de la pequeña perilla de madera; luego sostener la apertura, y avanzar con mucha concentración para no perder el equilibrio.

Continué, exhausto, y empecé a sentirme cerca de alcanzar mi meta. Esta sensación no era porque hubiese visto algo, no tenía fundamentos: fue como un presentimiento. La pendiente se había vuelto casi imposible: tardaba unos cuantos minutos en avanzar tan sólo algunos metros, pero no desistí. Logré llegar hasta una nueva puerta, y me quedé unos segundos inmóvil frente a ella. Necesitaba de ambas manos para mantener la estabilidad. Intenté acomodarme mejor, para poder abrirla. Lo hice, y cuando ésta ya estaba a medio levantar, el picaporte se desprendió, y yo perdí el equilibrio. Me fui hacia atrás, cayendo de espaldas sobre el suelo. Fue todo tan rápido. Comencé a rodar cuesta abajo, creyendo que al llegar a la puerta me detendría, pero no fue así. Al chocar contra ella, se abrió y yo continué con mi abrupto descenso. Sentía los golpes que recibía mi cuerpo a medida caía, pero mi mayor preocupación era el saber que en tan pocos segundos se estaba deshaciendo el camino que tanto tiempo me había costado avanzar. Tiraba manotazos hacia todos lados, intentando inútilmente aferrarme de algún sitio, mientras las puertas que había cruzado anteriormente, una a una se abrían al recibir el impacto de mi cuerpo.

Debo de haberme golpeado la cabeza y perdido el conocimiento, porque recuerdo abrir los ojos sintiendo una gran confusión y dolor generalizado. Me quedé inmóvil algunos minutos intentando reacomodar mis neuronas. Quise ponerme de pie, pero el dolor era tal que preferí acostarme en el suelo y descansar un poco. La pendiente no era mucha, por lo que deduje que en la caída habría rodado bastante y atravesado unas cuantas puertas, y los golpes y raspones eran una evidencia de ello. Me quedé mirando el azul del cielo, y no sé si habrá sido por la contusión, pero me descubrí sonriendo. El camino que había recorrido fue muy difícil, había fracasado rotundamente, y la caída me devolvió casi al principio. Pero por lo menos lo intenté, y en un rato, cuando recupere un poco de fuerza, voy a ponerme de pie y a seguir avanzando ya sabiendo que puedo caer.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Síntomas de vejez

Vejez es cuando preferís ir a ver una banda a un teatro, sentado cómodamente en una butaca, y no pogueando en el campo.

Vejez no es cuando te sale una cana, sino cuando se te empiezan a caer.

Vejez es cuando después de ponerte bien en pedo, quedás inutilizado durante todo un día.

Vejez es cuando te duele alguna articulación, sin motivo alguno.

Vejez es cuando ya pasaste la época de ir a cumpleaños de 15, y empieza la de casamientos.

Vejez es cuando la noticia de que alguien va a tener un hijo es tomada con felicitaciones, y no con un “te cagaste la vida”.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Susurro

Existe un momento de transición entre el mundo onírico y la vigilia, que se torna confuso. Suele durar algunos minutos, y estando transitándolos uno puede percibir cosas, que resulta muy difícil saber si se trata de algo que verdaderamente está ocurriendo, o si tan sólo es la disolución de algún sueño. Es el momento donde se entremezclan los pensamientos generados en la razón de la consciencia, y las ideas somnolientas generadas por el inconsciente. Cosas percibidas en un sueño pueden confundirnos y creer que efectivamente pasaron, y viceversa. Esta mañana, en ese momento imposible de descifrar, escuché una voz que susurró una palabra en mi oído. Una palabra que verdaderamente sonó, no era un sueño, y al despertar, todavía sonaba su eco dentro de mi cabeza. Esa palabra era "Cusco".

jueves, 11 de agosto de 2011

52



¡Feliz cumpleaños Gustavo!

jueves, 21 de julio de 2011

Amistad

En el año 2004 yo tenía un amigo. Un gran amigo, podemos decir. Nos llevábamos muy bien, coincidíamos en casi todo, y compartimos muchas situaciones. Pero en un momento la cosa empezó a ir mal. Hubo una serie de factores que empezaron a repercutir en la amistad; algunos malos entendidos. A mí en esa época me pintaba una mina, y más tarde cuando me enteré que a él también, me calenté y lo mandé a la mierda. En el 2005 ellos se pusieron de novios, y se me vino todo abajo. Pasó el tiempo, y recién ahí me di cuenta que yo había actuado mal, que me cerré en la bronca que tenía, y que no había sabido ver que él no hizo nada con la intención de joderme, sino que yo le había ya cerrado los caminos para el diálogo. Llegué a darme cuenta de eso, pero ya había pasado mucho tiempo, era el 2007 y la amistad había desaparecido. Volvimos a hablar después de mucho tiempo, y dijimos que teníamos que juntarnos para hablar de todo lo que había pasado e intentar aclarar las cosas. Después su noviazgo se terminó, y esa charla quedó postergada. Siguió pasando el tiempo, ya no hubo rencores, y cada tanto nos juntamos a jugar a la pelota y está todo bien entre nosotros, pero no se acerca a la amistad que supimos tener; eso es muy difícil de recuperar.

Ayer, cuando volvía del trabajo, me lo encuentro en Retiro. Volvimos charlando hasta Beccar, y me invitó a tomar una cerveza a su casa. Y como si hubiese sido planeado, ayer, día del amigo, finalmente tuvimos esa charla que teníamos pendiente desde hace tantos años, en donde pudimos aclarar todo lo que había pasado por la cabeza de uno y de otro en aquellos años. La verdad que estuvo bueno.

martes, 19 de julio de 2011

Maniobra de invitación

Con los auriculares puestos, Gonzalo cerraba los ojos, y se dejaba transportar mentalmente a algún recital, efecto que se veía potenciado por el movimiento y el amontonamiento de gente. Una frenada brusca lo obligaba a abrir los ojos saliendo así de su fantasía, viendo que era una mañana como tantas otras en las que el colectivo estaba atestado de personas. Todos los días era la misma rutina. Se refregaba la cara con ambas manos como intentando borrar bruscamente la apariencia de dormido que parecía no querer abandonarlo. Sentía un gran cansancio, no sólo físico, sino también mental por el hecho de venir repitiendo esos pasos durante los últimos tres años. Casi con un ritmo autómata se levantaba sin siquiera abrir los ojos, tal vez como queriendo engañar a su propia conciencia haciéndole creer que seguía dormido. Se preparaba un té con leche, que en determinado momento pasó a reemplazar a su desayuno típico de café con leche, un día que éste no le cayó muy bien al estómago, y acompañaba la infusión con tres galletitas, que más que por apetito, las comía como para no tener el estómago vacío.

Pero la rutina, la tediosa rutina, alcanzaba un sutil aire de animosidad al subirse al colectivo. Tanto tiempo viajando a la misma hora en la misma línea, hacía que muy frecuentemente viera caras repetidas, que si bien eran en un principio completamente desconocidas, con el paso de los meses y de los años inevitablemente las iba sintiendo como si perteneciesen a seres cercanos. De todos modos es un vínculo extraño el que se formaba en ese contexto, porque pese a verse casi a diario, la inhumanización de las grandes ciudades lo termina llevando a uno a hacer de cuenta que los demás son completos desconocidos, aunque en efecto es posible que lo fuesen, y resultaría bastante extraño que de repente uno empezara a saludar a esas personas. Pero de todos modos hacía un poco más llevadero el viaje el hecho de prestar atención a los demás pasajeros, viendo cada día quiénes coincidían nuevamente en el transporte; si repetían la rutina de siempre o si por algún motivo imposible de dilucidar se bajaban en una parada diferente a la habitual, si subían acompañados, o algo por el estilo.

El colectivo iba muy lleno esa mañana lluviosa, y Gonzalo tenía el hábito de dirigirse siempre hacia la parte trasera del vehículo, ya que ahí se generaba un menor amontonamiento de personas, y también había comprobado, a razón de los años de viajes, que era donde estadísticamente tenía más chances de conseguir un asiento. Seguía de pie, y eventualmente cerraba los ojos para intentar sentirse nuevamente en algún concierto. Al abrirlos, vio que parada a su lado estaba una chica muy bonita, con quien había compartido una buena cantidad de viajes. Nunca había habido ningún tipo de contacto entre ellos. Él sentía cierta atracción por su belleza, por lo que muchas veces se quedaba como abstraído observándola, a veces disimuladamente, y otras no tanto, y le parecía recibir por parte de ella una devolución en los entrecruzamientos de miradas que se produjeron más de una vez a lo largo de varios meses. Ella subía al colectivo en Panamericana, unos siete puentes después que él, y se bajaba tres cuadras antes, por lo que Gonzalo muchas veces estaba pendiente de verla subir o bajar.

El vehículo seguía con su marcha, y cada uno de los pasajeros parecía estar ensimismados, absolutamente ajenos al entorno. Además, debido a la lluvia de esa jornada, todas las ventanas estaban cerradas y con los vidrios completamente empañados, dando una sensación más profunda de aislamiento para con el exterior. Y Gonzalo no parecía estar ajeno a ese entorno, aunque por su interior pasaran en realidad otras cosas. Sentía cierta satisfacción por estar parado junto a aquella chica, pero también le generaba tensión, porque eso lo ponía bajo una inconsciente obligación de mantener una pose, parándose más erguido que de costumbre, demostrándose despreocupado, y haciendo un esfuerzo a priori inútil y pavo por parecer una persona interesante. Pero a veces llegaba un momento en terminaba cansándose de esta situación, y conseguía relajarse y actuar más normalmente, aunque tal vez esto fuese porque muy en el fondo creyera que esa “normalidad” también podía aparentar como interesante. De todos modos no podía evitar mirar a aquella chica por sobre su hombro derecho, con la esperanza de encontrarse de lleno con sus ojos una vez más. En cierto momento, al voltear su rostro hacia ella, vio que un par de gotas de lluvia se desprendían de una rejilla de ventilación que estaba en el techo del colectivo, y caían directamente en el hombro de la chica. Ella, al sentir el agua, giró su cabeza para ver de dónde provenía, se encontró con la mirada de Gonzalo, y ambos esbozaron una sonrisa, como dando a entender que estaban los dos al tanto de lo ocurrido, y de alguna manera eso los convertía en cómplices de ese momento tan chiquito. Volvieron a caer unas gotas más, pero el colectivo estaba tan lleno que ella no podía correrse ni un poco para evitar la gotera. Él rápidamente vio que aquella rejilla de ventilación estaba entreabierta, por lo que imaginó que cerrándola dejaría de filtrarse el agua, y eso de algún modo reforzaría, o mejor dicho generaría un principio de vínculo entre ambos.

Sin dejar que pasase el tiempo, tiró de la pestaña de la rejilla, haciendo que ésta se cerrase por completo. Pero para su sorpresa, aquel movimiento provocó que súbitamente cayera sobre el hombro de la chica una cantidad de agua mayor de la que había caído con anterioridad; posiblemente era lo que de algún modo se había acumulado en un recoveco interno de la ventilación. Al ver esto, Gonzalo sintió cómo se derrumbaba su intento de cuasi heroísmo, y con un poco de vergüenza dijo: “quise ayudarte pero me parece que la embarré”. Ella pareció apenas darse cuenta de lo que había pasado, o en todo caso intentó restarle importancia, lo miró apenas con una sutil sonrisa, y cada uno siguió adelante inmerso en su propio universo musical hasta que ella bajó del colectivo en su parada habitual.

Gonzalo se quedó pensando sobre aquellos minutos, que fueron los que más se aproximaron a una conversación. Era quizás la grieta que puede dar paso a derribar esa pared del anonimato entre dos personas, y tenía que encontrar la manera de conseguirlo. Sabía que la próxima vez que la viese, por más que resultase incómodo y poco natural, tendría que saludarla y buscar el diálogo; era consciente que no iba a ocurrir por arte de magia.

Los días siguientes, cuando el colectivo se aproximaba a el punto donde ella subía, él era atacado por una ansiedad y un nerviosismo significativos, que se convirtieron en una mezcla de alivio y decepción al ver que ella no estaba en la parada. Pero al tercer día ella subió. Gonzalo estaba ubicado donde siempre, tirando hacia el fondo, y ella se dirigió para el mismo lugar, ya que también parecía conocer que era donde resultaba más factible conseguir un asiento libre. Cuando la chica iba a pasar por detrás suyo, él se volteó sutilmente, y al verla la saludó. Fue un simple “hola”, pero que al ser devuelto le provocó satisfacción. De todos modos ella se dirigió más hacia el fondo, donde al cabo de un rato pudo sentarse, y él permaneció en el mismo sitio, esperando una oportunidad de acercamiento que nunca llegó; pero de todos modos le quedaba el sabor de una victoria parcial.

Pasado el fin de semana volvieron a encontrarse, pero él estaba distraído y ni siquiera se dio cuenta cuando ella consiguió lugar a sus espaldas. Se había ubicado en uno de los asientos dobles, y Gonzalo con paciencia y exagerada cordialidad había cedido unos cuantos asientos libres, con el afán de lograr ubicarse en el único sitio que le interesaba: a su lado. En cierto momento las cosas se pusieron a su favor, y el hombre que estaba sentado al lado de la chica se levantó. Previamente Gonzalo se había ido moviendo con sutileza, a modo de posicionarse de forma tal que cuando ese asiento quedase libre, él iba a poder hacer uso del mismo, sin quedar como un desesperado por conseguirlo. De este modo, la primer parte ya estaba concretada: el viaje seguía adelante con ellos dos compartiendo un asiento; él del lado del pasillo, y ella aparentemente ajena al transporte, mirando hacia afuera. Ahora quedaba tal vez la parte más difícil, que era la de entablar un diálogo. Ésta era su oportunidad. Y tal vez su última oportunidad, ya que si se dejaba dominar por el temor y la vergüenza, y el viaje llegaba a su fin, iba a perder ese permiso invisible que todavía tenía en su poder, que le daba la posibilidad de quebrar el silencio sin quedar completamente expuesto, por estar todavía fresco aquel fugaz acercamiento de la semana anterior.

Meses antes, mientras Gonzalo caminaba por las inmediaciones de su trabajo, pasó por una esquina donde había un local de amoblamiento y decoración para oficinas, y le pareció verle cara familiar a una de las chicas que trabajaban ahí. La miró un instante mientras seguía con su paso, intentando recordar de dónde se le hacía conocida, pero no llegó a ninguna conclusión. Más tarde esa misma semana, cuando estaba en el colectivo, vio a esa chica y ahí la reconoció. Sólo que al encontrarla en la calle, en un entorno diferente al habitual, no pudo identificarla. Pero lo interesante era que ahí descubrió dónde trabajaba, y a partir de ese día empezó a prestarle más atención en los viajes. Y ahora estaban los dos sentados uno al lado del otro en el colectivo, y se le ocurrió que podía usar ese dato para de alguna manera iniciar la charla. Pero aún así no era para nada sencillo, y no estaba del todo convencido. No se le ocurría una manera concreta para empezar a hablarle, o qué le podía preguntar. Lo cierto es que el tiempo pasaba, y ya no les quedaban muchos minutos de viaje. De los nervios, el corazón le latía a una velocidad que creyó poco saludable, pero supo que no podía dejar pasar la oportunidad, así que aprovechó un instante de falso coraje, y le dijo: “disculpame, ¿vos trabajás en Ofideco?”. Ella lo miró demostrando una absoluta calma, a diferencia de Gonzalo, que se sentía al borde del infarto. Le respondió afirmativamente, y él, cómo excusándose, aclaró que le preguntaba eso porque un día había pasado caminando por la puerta y le pareció verle cara conocida, pero no estaba seguro. La chica lo miró, y sin demasiado interés aparente dijo “ah”. Se produjo un silencio más que incómodo; ya no había nada para decir, Gonzalo había jugado su única carta, no sabía cómo continuar la conversación. Erróneamente había creído que el único obstáculo era comenzar a hablar, y que una vez hecho eso el resto saldría espontáneamente. Pero no fue así, se había formado un bache que de alguna forma había que tapar con palabras, sea lo fuere, y como no había tiempo para pensar, dijo lo primero que se le vino a la mente, que fue: “claro, porque cuando pasé por ahí vi una cara conocida, pero no estaba seguro…”. La única forma que encontró para tapar ese silencio fue repetir lo mismo que había pronunciado anteriormente. Esta vez, ella pareció un poco más animada, y le comentó que antes trabajaba en otra sucursal, pero que hacía algunos meses habían abierto este nuevo local, y a ella la mandaron ahí. De algún modo, y gracias a ella, se formó un diálogo, que si bien fue un poco pobre y superficial, no estaba nada mal para ser una charla en un medio de transporte, y podía ser el principio de algo. Conversaron algunos minutos, sin salir del tema laboral de ambos, y ella le comentó que hacían todo tipo de muebles a medida, que le podían llegar a resultar útiles a él, o mejor dicho a su trabajo, y le dijo que si quería podía pasar un día de estos por Ofideco, así le daba unos folletos. Él dijo que sí, que iba a pasar, y justo antes que ella se bajase del colectivo le preguntó su nombre: Lucía.

El resto del día Gonzalo tuvo una sonrisa dibujada en su interior. Sentía haber alcanzado una gran victoria; con mucho esfuerzo había logrado vencer sus miedos, a derribar su cobardía, y pudo dar ese paso que tantas veces se había prometido, pero que nunca se animó. Eso ya hubiese sido una especie de triunfo en sí mismo, pero como si fuera poco, la cosa iba un poco más allá. Porque ella de algún modo también mantuvo la conversación, y no sólo eso, sino que lo invitó a que pasara por su trabajo, lo que evidentemente demostraba que el interés era recíproco. El juego recién había empezado, todavía quedaban varios obstáculos por flanquear, pero no había demasiado por qué preocuparse; todo parecía bien encaminado. Ahora en su memoria se dibujaba aquella silueta que tantas veces había recorrido con su mirada, aquel cuerpo tan sensual que durante mucho tiempo se le presentó como inalcanzable, pero que ahora aparecía accesible gracias a una esperanza naciente; sólo era cuestión de tiempo.

El próximo paso era pasar por el trabajo de Lucía, para buscar el folleto o lo que fuere. Se sabía que eso no era más que una excusa. Para no quedar como un desesperado, dejó pasar un par de días, en los cuales tampoco se vieron en el colectivo. Pero cuando creyó que había transcurrido el tiempo suficiente, Gonzalo se dirigió a Ofideco, que quedaba a tres cuadras de su trabajo. Al llegar, ella lo recibió en su escritorio. Pero en el local no había oficinas, sino que era una gran habitación, con mucha variedad de muebles que estaban exhibidos, y en medio, dos escritorios que eran los de atención al público. Sin mediar más palabras que el saludo, ella dijo “venís por los folletos, ¿no?”. Él respondió que sí, y Lucía rápidamente fue hasta un mueble que tenía a sus espaldas, abrió unos cajones, y tomó un par de muestrarios de su interior. Como para romper un poco con el silencio, Gonzalo preguntó si venía muy complicada la semana, a lo que ella dijo que más o menos, pero que ya en un par de horas se iba, todo sin levantar la cabeza, mientras buscaba algo en otro cajón. Ella se acercó, con los dos folletos en mano, y le mostró que uno era de muebles más estándares, escritorios, boxes y armarios de diseños y tamaños fijos. El otro tenía modelos más innovadores y que podían ajustarse a oficinas de cualquier dimensión. Gonzalo recibió esa información que tan poco le interesaba moviendo la cabeza afirmativamente, pero por dentro se sintió asombrado de que ella actuara como si él fuese tan sólo un cliente más: no mostraba ni un atisbo de interés en él. Aunque rápidamente se tranquilizó al imaginar que en algún lugar seguramente habría un supervisor, y ella estaba obligada a proceder de tal y cual manera con los clientes, sin perder el respeto y la cordialidad, pero lejos de la demostración de algo más. Antes de entregarle los folletos, Lucía volvió a su escritorio y les pegó una etiqueta. Luego lo acompañó hasta la puerta, le dijo que cualquier cosa se fijasen en su trabajo si necesitaban algo de lo que ellos ofrecían, se despidieron con un beso, y hasta luego. Ya en la calle, después de caminar algunos metros, miró la portada de uno de los cuadernillos que había recibido, y en la etiqueta decía “Lucía Aizega”, seguido de todos los datos de contacto.

Lucía Aizega, asistente de ventas… laizega@ofideco.com.ar... 4856-2411 interno 12. Gonzalo repasaba los datos impresos en la etiqueta. Ahora entendía aquella maniobra de invitarlo a que pase por el local; no había sido más que una genial táctica para darle sus datos de una manera muy sutil. ¡Qué inteligente! Y Gonzalo se reía solo, mientras se daba cuenta de ello. ¡Qué bien que la hizo! Le parecía muy acertado ya que él había dado el primer paso hablándole en el colectivo, y como luego ella dio el segundo con esa magistral artimaña, por simple deducción, era nuevamente su turno. Lucía Aizega, asistente de ventas. Tenía todos sus datos. laizega@ofideco.com.ar. Sólo tenía que saber cómo usarlos. 4856-2411 interno 12. O mejor dicho, cuál usar. Porque capaz lo más directo era llamarla por teléfono, pero para esto tendría que tener un plan muy sólido, una invitación, y sentía que corría muchas chances de recibir un rechazo como respuesta, pese a que estaba todo muy claro. Y por otro lado el llamado podía llegar a resultarle sorpresivo, y capaz Lucía se sintiese avasallada con ese proceder. Además era el número de teléfono del trabajo; quizás estaba justo con su jefe, y eso le generaría una situación incómoda. Con todos estos buenos pretextos Gonzalo se autoconvenció que no debía llamarla, que el método más eficaz era el e-mail, pero en realidad no era más que una forma de enmascarar su falta de coraje. Con el correo electrónico tendría más tiempo para pensar, para analizar una a una las palabras que usaría. Además es un medio más fiel, ya que no deja entrever los temores y los nervios, y también permite un contacto sin ir tan a fondo de entrada, sin esa necesidad de acorralarla con una invitación.

Al día siguiente, se puso a redactar el e-mail. Hacer una invitación en esta instancia le parecía demasiado apresurado. Primero había que escribirse, que haya algunos correos de ida y vuelta, generar cierto diálogo, cierta confianza. No llegar al día de un posible encuentro sin conocerse más en profundidad. Justamente el correo electrónico era un medio ideal para esto, porque uno siente como cierta seguridad ocultándose detrás de una pantalla. Ahora sólo había que dar inicio a ese conocerse mutuamente, y para ello el texto tenía que ser elaborado en profundidad. Después de unos cuantos minutos inmóvil frente al monitor, escribió:

Hola Lucía, cómo andás?
Soy Gonzalo, el del colectivo.
Un saludo.

No le pareció correcto escribir algo más largo, y tampoco se le ocurrió qué. Es cortito, sí, se dijo, pero le pareció que estaba bien, que ya habría tiempo para e-mails más largos, para conversaciones más interesantes. No había necesidad de pretender el nudo estando al momento de la introducción.

Pasó el fin de semana, y no obtuvo ninguna respuesta. El correo lo había mandado el jueves por la noche, y ya habían pasado unos cuantos días, pero se tranquilizó pensando que capaz el viernes ella no tuvo tiempo de contestar, o quizás quiso pensar antes una buena respuesta, y después durante el sábado y el domingo no pudo hacer nada porque el e-mail lo había recibido en la cuenta del laburo. Aunque también era muy probable que adrede ella dejase pasar algunos días, para generar más expectativa… esas cosas que suelen hacer las minas. No había nada de qué preocuparse, pero de todos modos la ansiedad era incontrolable. Ese día tampoco la encontró en el colectivo, y en parte se sintió aliviado por ello, porque prefería primero recibir el mail de respuesta, el cual tampoco le llegó durante los días siguientes. ¿Qué necesidad tenía Lucía de demorarse tanto tiempo, si ya estaba claro que había onda? Son esas cosas que hacen siempre las mujeres, de hacerse las interesantes, de actuar un poco en contra de lo lógico, de tramar cosas incomprensibles para el universo masculino. Gonzalo ya estaba un poco fastidioso por tanta espera. Por un momento pensó que capaz el e-mail no le había llegado, y estuvo a punto de mandarle otro, pero a tiempo se detuvo al recapacitar que eso era prácticamente imposible, y con insistencia lo único que iba a conseguir era retroceder un par de casilleros. Así que se dispuso a esperar el tiempo que fuera necesario, a aceptar la maniobra que ella estaba articulando, aunque se demorase más de lo deseado. En todo caso, siempre tenía a su alcance la posibilidad de la charla en los viajes; era cuestión de tiempo.

El viernes el colectivo venía muy lleno, y él se había ubicado donde siempre, parado por el fondo. Ya hacía unos diez o quince minutos que habían pasado por la parada donde solía subir ella. Otro día que no coincidimos, pensó Gonzalo. El viaje siguió adelante, y en eso, por entre la muchedumbre le pareció verla a Lucía que estaba por adelante. ¿Era ella? Había demasiada gente amontonada como para poder verla con claridad, y además estaba lejos. Pero de todos modos era poco probable, ya que al igual que él, tenía el hábito de dirigirse hacia al fondo. Él seguía mirando, intentando identificarla, pero le resultó imposible. Luego esa chica se sentó en la primer fila de asientos, por lo que Gonzalo, al poder visualizar tan sólo un pedazo de su nuca (en el mejor de los casos), desistió de la idea de saber si era o no. Terminó el viaje para él, y cuando fue a tocar el timbre se dio cuenta que se había distraído, y no prestó atención en dónde bajó la posible Lucía. Pero no, seguro que no era.

Otro fin de semana transcurrido sin novedades, y el lunes nuevamente le pareció que ella estaba en la parte delantera del colectivo. Pero, ¿era o no era? Esta vez no había tanta gente, así que podía verla de perfil, aunque la visión no era precisamente su mayor virtud. Se quedó mirándola fijamente, casi carente de toda sutileza, hasta que en un momento ella se giró; sus miradas se encontraron por una fracción de segundo, pero le fue suficiente para asegurarse que era Lucía. Ella permanecía inmutable. Pero, ¿por qué? Si estaba todo tan claro. ¿Era acaso esto parte de su maniobra? Le hubiese gustado creer en esa idea, pero ya algo le decía que no era así. El vehículo se fue vaciando, y ella estaba todavía de pie, como aferrada a la parte delantera, en lo que era un evidente intento por evitar el fondo del colectivo. Evitar el fondo… ¿pero si ella siempre venía para el fondo? No, lo que estaba evitando era otra cosa. Gonzalo se sentó por atrás, como de costumbre, y se quedó reflexionando, como con la mirada perdida, intentando esclarecer sus ideas. Ahora era claro que ella no tenía ningún tipo de interés, y por eso se quedaba forzosamente adelante. Pero entonces no se entendía todo lo de antes: las miradas encontradas, la sonrisa aquella mañana de lluvia, el diálogo, la “invitación” a su trabajo… Lucía había hecho maniobras de conquista, de esas maniobras que sólo ellas saben elaborar y que a nosotros nos cuesta interpretar. O capaz, en una de esas, justamente él nunca supo interpretar su maniobra. Ella se bajó en donde siempre, por la puerta delantera, y pese a seguir viajando a diario a la misma hora, nunca más volvió a verla.

miércoles, 29 de junio de 2011

Llave pdacaj




Fragmento imperdible de Basta de Todo.

lunes, 20 de junio de 2011

sábado, 11 de junio de 2011

Un poco de historia... II

Fuero de Cuenca, año 1189.

XI, 27. Del que forzare a la mujer de orden (religiosa). Cualquiere que a la mujer de orden forzare, despéñenlo, si preso fuere; si non, peche quinientos sueldos de las cosas que hubiere.

XI, 29. Del que denostare a mujer ajena. Cualquier que denostare a la mujer ajena llamándola puta o rocina o malata, que peche dos maravedíes e sobre esto jure que non sabe aquel mal en ella; e si non quisiere jurar, salga enemigo; pero si alguno forzare a la puta pública o la denostrare, non peche nada.

XI, 32. Del que robare los paños a la mujer que se bañare. Cualquier que a la mujer que se bañare robare los paños o la despojare, peche trescientos sueldos; si negare e el querelloso non lo pudiere probar, jure con doce vecinos e sea creída, sacada la puta pública que non ha la caloña como dicho es.

XI, 33. Del que cortare las tetas a la mujer. Cualquier que cortare las tetas a la mujer peche doscientos maravedíes e salga enemigo; e si negare escoja la querellosa entre la jura de los doce vecinos o del riepto, lo que más quisiere.

XI, 34. Del que cortare las faldas a la mujer. Cualquier que a las mujeres cortare las faldas, sin mandado del juez o de los alcaldes, peche doscientos maravedíes e salga enemigo; e si negare, sálvese con doce vecinos e sea creído a respondan a su par.

XI, 36. Del que toviere mujer velada e barragana. Otrosí, quien en otro lugar hubiere mujer velada e viviendo la primera, tomare otra encubierta, despéñenlo; otrosí, si la mujer hubiere marido en otro lugar e casare en Cuenca con otro, quémenla; e si tomare señor, azótenla por las plazas e por todas las calles de la ciudad e láncenla así fuera de la ciudad.

XI, 37. Del que tuviere concubina. El omne que mujer velada en Cuenca o en otro lugar hubiere e tuviese concubina paladina, ambos los aten en uno e azótenlos.

XI, 39 y 40. De la que ficiere con que abuerte lo que tuviere en el vientre. La mujer que a sabiendas ficiere con que abuerte, quémenla si fuere manifiesta; si non, sálvese con fierro caliente; otrosí, la mujer que dijiere que concibió de alguno e el omne non lo creyere, tome el fierro caliente, e si se quemare, non sea creída; e si sana fuere, el padre reciba a su fijo e críelo como fuero es.

XI, 42 y 43. De las mujeres que son herboleras. Otrosí, la mujer que fuere herbolera o fechicera, quémenla o sálvese con fierro; e la mujer que a su marido matare, quémenla o sálvese con fierro; e en este caso toda mujer ha de tomar e en otro caso ninguna non ha de tomar el fierro, sinon la puta que con cinco omnes hubiere fecho fornicio o puta paladina.

XI, 44. De las alcahuetas. Cualquiere que probada fuere por alcahueta o medianera, quémenla; e si fuere sospechosa e negare, sálvese con fierro.

sábado, 4 de junio de 2011

Un poco de historia...

Carta de Alfred de Rielvaux, abad cisterciense, a un abad de Fountains Abbey
Año 1160

"Una monja de la orden de Gilberto de Sempringham, monasterio de Watton, ha pecado con un canónigo. Encinta y descubierta, es puesta en prisión, encadenada. Se hizo venir a su cómplice... algunas de las monjas, llenas de celo por Dios y no de prudencia, y que deseaban vengar la injuria hecha a su virginidad, pidieron en seguida a los hermanos que les entregaran al hombre por un momento, como para escuchar de él algún secreto. Se apoderaron de él, lo arrojaron a tierra y allí lo mantuvieron. La causa de todas estas desgracias (la monja) fue introducida como a un espectáculo; se puso un instrumento en sus manos y fue forzada, a su pesar, a cortar con sus propias manos las partes viriles de su cómplice. Entonces una de las que lo sujetaban arrancó las partes que le habían sido quitadas y las hundió en la boca de la culpable, tal como estaban, manchadas de sangre."

sábado, 21 de mayo de 2011

La caca mala

Una hermosa tarde primaveral me encontraba en la vereda de casa pintando el portón, ya que el sol y la lluvia fueron dejando grabado su paso durante los últimos años, y ya andaba exigiendo una renovación. Y ahí estaba yo, pincel en mano, realizando la tarea, y para hacerla más llevadera tenía puesto un auricular con el cual estaba escuchando la radio, pero dejé libre un oído para no aislarme del mundo exterior. En eso siento una voz y pasos detrás de mío. Me doy vuelta, veo que era el custodia que está siempre en la esquina, y se produce el siguiente diálogo:

-Hola amigo –dice él mientras extiende su mano pasa saludarme.
-¿Qué tal, cómo va?
-Bien. ¿Me viste hoy cuando me fui para allá? –señalando con el brazo para el lado opuesto a donde se encuentra la garita.
-No –respondo sorprendido por la pregunta, y creyendo que iba a contarme sobre algún hecho delictivo que pudo haber ocurrido.
-Porque me fui al baño y me salía agua del culo –dice sin efectuar ningún tipo de cambio en su expresión-. Yo te vi que estabas acá pintando cuando me fui.
-Ah, pero ni me di cuenta que te habías ido.
-Si, me fui hasta la casa porque sentía toda una cosa… -mientras mueve su mano circularmente sobre su abdomen-. Y no te saludé cuando pasé porque estaba haciendo mucha fuerza.
-Claro. No hay que perder energía en un momento así –digo yo riéndome de la situación.
-Si, fui hasta la casa y cagué todo agua. Y después cada cinco minutos me volvían las ganas y tenía que volver al baño.
-¿Y ahora ya está bien? –le pregunto.
-Si, ahora si. Pero el problema es que era todo líquido, porque si llega a ser duro puedo hacer ahí mismo –señalando la garita-. Pero así blando no.
-Y no, no conviene –comento siguiéndole un poco la corriente.
-Y yo te quería avisar, porque vi que estabas acá cuando me fui.
-Está bien, no pasa nada.
-Bueno… perdoná por cualquier cosa –se disculpa mientras se aleja unos pasos hacia atrás.
-Pero está bien, no hay ningún problema –digo yo sorprendido por el hecho de que me pida disculpas.
-Chau.

Fue un momento un tanto bizarro, y mientras me hablaba tuve la leve sospecha de que estaba un poco alcoholizado. Igualmente, no da que garque en la garita.

viernes, 13 de mayo de 2011

Ataque divino

Anoche, como algunos sabrán y otros posiblemente no, hicimos junto a MG una emisión del programa de radio por internet que hacemos cada tanto, cuando nos lo permite el tiempo libre. Idealmente debería salir semanalmente, pero hay veces que otras ocupaciones no lo permiten. Pero ayer todo estaba dado para que el programa saliera sin inconvenientes. Ya al aire, hablábamos de que hacía bastante tiempo que no había programa, algo así como tres semanas, más precisamente desde el viernes santo, día en que habíamos hecho el último programa. A modo de broma dijimos que fue así, porque después de aquella fecha se produjo la resurrección de Cristo, y eso fue un golpe muy duro para nosotros y nos costó mucho tiempo reponernos. Un chiste, un comentario divertido dicho en forma espontánea…


Pero parece que a ALGUIEN no le resultó tan divertido. Y cuando digo ALGUIEN me refiero al mismísimo barbudo que lidera la religión de todas esas leyes bonitas que no se cumplen en la vida real…, ¿cómo se llamaba?... Ah, sí: Cristiandad. Lo que pasó después fue una clara señal, no sólo de su existencia, sino también de su total falta de sentido del humor. Seguramente, desde su cómoda nube nos habrá escuchado y pensó algo como “Eh, con mi pibe no se jode”, y ahí nomás, y sin previo aviso, con su omnipotencia nos mandó un error en el programa que usamos para manejar el audio del programa, y como si fuera poco también produjo que (simultáneamente al mencionado error) dejara de funcionar el servidor que usamos para estar online.


Al principio creíamos que eran simples problemas informáticos, hasta que recordamos las blasfemias que habíamos mencionado anteriormente, y ahí, en esos minutos en que dejamos de estar al aire, miramos al cielo (al cielorraso) e imploramos su perdón. Mágicamente pocos segundos después volvimos a poder conectarnos al sistema y seguir adelante con el programa, pero ya no fue lo mismo. Con su ataque, Dios nos produjo una baja significativa en el número de oyentes, número que ya no pudimos volver a remontar. Eso sin contar el temor que inyectó en nuestras pobres almas desamparadas.


En dos semanas habrá un nuevo programa, siempre y cuando la divinidad nos lo permita, y también dependiendo de si encontramos un serial para crackear el programa.

jueves, 12 de mayo de 2011

Vuelta por el Universo: Escocia



Esta noche a las 21hs escuchá el especial de Escocia en Vuelta por el Universo, por Mathospot Radio en http://mathospot.listen2myradio.com/.


viernes, 22 de abril de 2011

Vuelta por el Universo: Inglaterra

El programa ya tiene nombre: Vuelta por el Universo. Y esta noche, viernes santo, a partir de las 21hs podés escucharlo por Mathospot Radio en http://mathospot.listen2myradio.com/. Esta noche el programa está dedicado a Inglaterra. Escuchalo!

jueves, 14 de abril de 2011

Un día dominado por el CAOS

Camino Abstraído Ostentando Seriedad.
Comienzo A Oír Saturación.
Creo Advertir Otros Susurros.
Crecen Altivas Ondas Sonoras.
Conflictos Arremeten Oprimir Sonrisas.
Corriendo Alcanzo Ofrecer Sudor.
Clamo Atrapar Otra Solución.
Crispado, Ahora Obedezco Súplicas.
Clientes Adquirieron Odiosos Semblantes.
Complicaciones Agravantes, Originadas Sorpresivamente.
Consternado, Acato Originar Silencio.
Cristo Ateo. Omnipresente Satán.
Capaz Ahora Olvidaré Sutilezas.
Cuestiono: ¿Antes Ocurría Siempre?
Concluyo Agotado, Orando Salvación.
Claro… Abril Origina Suspiros.
Cuándo Acabarás, ¡Oh, Semana!

jueves, 7 de abril de 2011

Mathospot Radio: especial Estados Unidos

Hoy jueves 7 de abril a las 21:30hs, un nuevo especial de Mathospot Radio. Pueden escucharlo en http://mathospot.listen2myradio.com/. La entrada es gratuita y abierta a todo público.

domingo, 3 de abril de 2011

6 meses


Es el primero de abril. Es un lugar común, pero qué rápido que pasa el tiempo. Me doy cuenta que se cumplen seis meses del final del viaje. Ya pasaron seis meses desde aquella última mañana en que abrí los ojos estando todavía en Cusco, y son un sabor amargo por el abrupto final. Yendo en taxi desde el hostel hasta el aeropuerto, como queriendo abarcarlo todo con la mirada, y retener todo aquello lo más posible. Pero era inminente, ya que en tan sólo algunas horas estaríamos de nuevo en Buenos Aires.

Pasaron seis meses, y estoy con todos estos recuerdos y flashes en la cabeza. Entro al blog y fue muy loca la sensación de ver que alguien, en ese mismísimo instante, estaba también visitándolo, pero desde justamente aquella otra ciudad. Demasiada casualidad. O tal vez sea como dijo Víctor: "Sos vos mismo mirando el blog desde otro tiempo. Quizás desde el futuro? Tenemos que volver, Marty!".

viernes, 1 de abril de 2011

Números

02392480189 14/2 15 1860 47477008 166 19/4 2233 47475302 47420999 12/4 221 1642 4/2 707 21 30804513 10/4 30077678 5501 28 1557479857 441 5/4 1557494429 1643 3/2 023921541972 7/12 1823 47233299 8/8 1414 343 30/12 03572480118 1023 47650702 529 21/9 45146868 3/8 333 48562355 18/1 20308045138 338 7/7 47233284 60 31/12 2797 47658948 26/4 365 1984 24 5/2 47233652 2037 27/2 2006 40107272 9/7 2025 40107267 1680

Númreos de teléfono, direcciones, líneas de colectivo, años, contraseñas, fechas, códigos postales y demás números que tengo dando vueltas por la cabeza.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Mathospot Radio

Mañana jueves 31, a las 22.30hs sale el primer programa especial de Mathospot Radio, conducido por mi.
Pueden escucharlo en http://mathospot.listen2myradio.com/

martes, 29 de marzo de 2011

Sensación

Ayer iba caminando al mediodía por Lavalle, y no se si fue combinación de la temperatura, la brisa, el sol, o qué, pero de repente sentí una sensación extraña pero a la vez levemente familiar, como cierta adrenalina difícil de explicar, que me hizo recordar a cuando años atrás, arreglaba para ir a encontrarme con alguna chica. No se qué puvo haberlo provocado.

sábado, 19 de marzo de 2011

Discos IV

No Te Va Gustar vs. Guillermina

martes, 1 de marzo de 2011

Tiempo


Hoy, a exactamente un mes de haber conseguido trabajo, y a 5 del adiós a la ciudad de Cusco, tengo una computadora que puede viajar 2 minutos al futuro.

jueves, 24 de febrero de 2011

La mano invisible

Pablo entraba al boliche sin estar del todo convencido. No es que le tuviera rechazo a ese tipo de lugares, pero como nunca había adquirido el don del baile a veces se sentía un poco desencajado. Tampoco es que tenía una opinión formada de si le gustaban o no, porque lo que en realidad le provocaban era enfatizar al máximo su estado de ánimo, parte por el ambiente, y quizás también por la ingesta de alcohol. Si durante el día lo había poseído la alegría, en el boliche tomaba, bailaba y se reía como nunca antes; pero por el contrario si había tenido una jornada teñida de tintes melancólicos, terminaba sumido en la más profunda de las depresiones, sentado solo en algún rincón apartado, generando una imagen sumamente angustiosa.

Esa noche terminó yendo impulsado por la insistencia de sus amigos. No estaba del todo convencido simplemente porque se sentía un poco cansado y prefería hacer algo más tranquilo, pero de todos modos había pasado una tarde bastante agradable y estaba contento, lo que le garantizaba pasarla bien pese a la fatiga.

Una vez adentro, rápidamente se predispuso de la mejor manera: el ambiente no era sofocante sino que había un clima agradable como pocas veces, no estaba ni muy atestado de gente ni era un recinto vacío, y la música lo obligaba a moverse casi instintivamente. A los pocos minutos, y a modo de ritual de iniciación, se encontraba acodado en la barra junto a sus amigos, prontos a realizar una ronda de tequilas, que ingirieron entre carcajadas y empujones.

De a poco se fueron mimetizando con la pista de baile, pero como ninguno del grupo era muy encarador, la mayor parte del tiempo estaban ellos cuatro bailando en círculo, intentando disimular lo rudimentario de sus movimientos mientras seguían algún pasito de baile, pero siempre muy divertidos, riéndose de ellos mismos. Santiago se inventaba algún paso que el resto imitaba con movimientos bastante toscos, pero que a ninguno avergonzaba a esas alturas de la noche. Aprovechaban la intermitencia de la luz de flashes para hacer movimientos completamente absurdos, ya que esos espaciados intervalos de luz convertían a todos en grandes bailarines.

Se divertían tanto que ninguno quería retirarse de la pista de baile para ir a comprar más bebidas. Pero de tantas veces que habían salido, ya sabían que la mejor forma era que sólo uno de ellos fuese hasta la barra a comprar para los cuatro, y se iban turnando en esa tarea. En este caso la manera para elegir al responsable de la compra fue mediante un piedra, papel o tijera: no había nada mejor que resolver las cosas de un modo lúdico. Pablo iba a poner la mano en forma de papel, pero en el instante previo, como por instinto terminó eligiendo tijera, no supo bien por qué, fue instintivo. Y esa tijera lo llevó directo a la derrota, sin más. Resopló y lanzó un insulto al aire, pero sin dejar de reírse, y mientras se alejaba de sus amigos todavía con el ritmo en sus pies, se prometió que la próxima vez no cambiaría de herramienta a último momento.

A medida que se iba acercando a la barra se le dificultaba el avance, ya que eran unos cuantos los que estaban intentando acceder a sus bebidas. En un punto el amontonamiento de personas era tal que ya no podía moverse, pero no se molestó por ello. Se apoyó contra una columna que tenía a sus espaldas para esperar que la zona se despejase un poco, total la noche era larga, había unas cuántas horas por delante, de modo que unos minutos no cambiarían nada.

En eso estaba cuando vio a una chica a unos ocho metros a su derecha, en una situación parecida a la suya. Al verla le pareció que la gente había desaparecido, que la música se había apagado y que todo a su alrededor ya no existía, dejándolos solos a ellos dos en medio de una multitud muda e invisible. Por un instante Pablo quedó paralizado, con los ojos clavados en el rostro de aquella chica que brillaba dentro de la penumbra, hasta que sintió esos ojos distantes depositarse en los suyos por una fracción de segundo, para luego seguir su recorrido hasta la barra. Su corazón empezó a bombear con una brutalidad inusual, al punto de sentir que su cuerpo se movía sutilmente al unísono con los latidos.

Se dio cuenta que estaba observándola como embobado, con la boca abierta y sin ningún tipo de sutileza. Intentó reincorporarse cerrando los ojos un momento al tiempo que se pasaba ambas manos por la cara, como con rudeza. Se volteó, miró la pista donde sus amigos seguían bailando, se giró nuevamente hacia la barra, pero no pudiendo luchar contra ello, dirigió su mirada otra vez hacia la derecha donde permanecía esa hermosura, y para colmo mirándolo. Una oleada de adrenalina recorrió su cuerpo. Otra vez no pudo quitarle los ojos de encima, y a pesar que ella lo había mirando apenas durante algunas décimas de segundo, tuvo la sensación de que esa chica también había sentido algo al verlo, sólo que ellas suelen ser bastante más disimuladas.

Ella aparentaba estar sola, y al observarla detenidamente Pablo vio que tenía algo muy sutil que la diferenciaba del resto de las chicas del boliche, como que no terminaba de encajar perfectamente en aquel entorno. Era como si la invisible mano del destino la hubiese puesto ahí por alguna razón; se la veía ajena a la música y al baile, como esperando algo. ¿Me estará esperando a mí?, ¿será el destino?, se preguntó Pablo, pero le parecía una locura que eso fuese así. Siguió mirándola, ya sin ningún pensamiento en su cabeza, sólo mirándola. Una vez más se encontró con sus ojos, pero esta vez ella sostuvo la mirada por uno o dos segundos, y percibió una especie de sonrisa en su rostro. No, no podía ser el destino, eso no tenía ningún sentido, este tipo de cosas no pasan. ¿Y si era? Pablo quería convencerse de que tan sólo era una de tantas chicas lindas, que no tenía nada especial, que ninguna mano misteriosa e invisible la había colocado en aquel sitio. No quería creer eso, porque de ser así estaría obligado a acercarse, a hablarle, a encararla de algún modo, y él se sentía ineficaz para ese tipo de cosas. Prefería creer que era una del montón para poder retirarse de allí y volver a la pista junto a sus amigos, en lugar de enfrentar su cobardía. Se moría de ganas de hablarle, pero nunca supo cómo hacerlo ni qué decir en esas circunstancias.

De a momentos Pablo se giraba y miraba para otro lado, con la secreta esperanza de que al volverse ella ya no estuviese ahí, y de este modo conseguiría librarse de la culpa por no habérsele acercado. Pero no. Ella seguía siempre en el mismo lugar, y aprovechaba esos momentos en que Pablo se daba vuelta para mirarlo sin sutilezas, para mirarlo mientras su corazón también latía fuertemente.

Pablo estaba ya en una situación confusa. A medida que corrían los minutos iba convenciéndose cada vez más de que ella estaba pasando por una situación similar, y que ninguno de los dos se animaba a romper la barrera de la distancia. Siguiendo el camino simplista, hubiese preferido comprar un par de vasos de fernet y volver con sus amigos lo antes posible, pero sabía que si lo hacía, un malestar y una incertidumbre lo atormentarían durante varios días, incluso semanas; que el recuerdo de esa chica lo perseguiría, y terminaría furioso consigo mismo por no haber tenido el coraje suficiente. No era tanto el miedo al rechazo lo que lo anclaba a la inacción, sino la incomodidad de la situación misma. Pero no podía seguir así, tenía que dejar de hacer conjeturas por una vez en su vida y tomar las riendas. Sin darle tiempo de reacción a sus temores, rápidamente tomó impulso en la columna que tenía a sus espaldas y comenzó a caminar directo hacia ella. Lo calmaba un poco la idea de pensar que si su percepción era cierta y ella también lo había estado mirando, entonces no tendría que preocuparse por mantener una conversación poco interesante para la otra persona, ya que ella pondría todo su entusiasmo en el diálogo; y por el contrario si estaba equivocado y recibía indiferencia como respuesta, podría escabullirse sin inconvenientes por entre la gente, y le quedaría el dulce sabor de haber vencido su temor y aniquilado la duda.

Con paso decidido y aparentando una falsa tranquilidad se fue acercando y pudo notar cómo ella, al ver esto, expresaba con su cuerpo cierta inquietud, como si por fin estuviese por pasar algo que había estado esperando desde hacía varios minutos. Esto tranquilizó más aún a Pablo, que siguió avanzando con el pecho hinchado. Ella no lo miraba; se quedó con la vista puesta en cualquier lado, esperando el momento en que él le hablase, mientras Pablo seguía caminando, pero no directamente hacia ella, sino que tenía la intención de parársele al lado y luego hacer alguna pregunta, que todavía no estaba seguro de cuál debería ser. Cuando llegó a su lado se detuvo, y notó que ella usaba el mismo perfume que su ex. Pasaron algunos segundos y ella, al no recibir ninguna pregunta, ninguna excusa verbal que rompiera la distancia entre ambos, giró su cabeza y se quedó mirándolo a él, inmóvil, como paralizado, con la vista clavada en algún lugar de su interior. Pablo sentía sobre su rostro la mirada expectante de aquella chica, pero el hallazgo que había hecho le produjo un derrumbe emocional y no pudo hacer nada al respecto. Ella, ansiosa por entablar un diálogo continuó mirándolo, mientras a él se le humedecían los ojos en ese rostro ahora endurecido. Todavía con la mirada puesta en ningún lado lo vio caminar hasta perderse en medio de la pista de baile.

sábado, 19 de febrero de 2011

Discos III

La Renga vs. Stone Temple Pilots
La batalla comienza

domingo, 13 de febrero de 2011

Visitante nocturna

Creo que era sábado. Tal vez viernes, pero casi seguro era sábado cuando llegamos con mi hermano a ese bar. No lo conocíamos, nunca habíamos ido, pero a veces el simple hecho de cambiar de lugar, de repetir esa rutina de la cerveza durante la noche en un entorno diferente ya es suficiente para sentir un cambio. El bar era raro en su interior. En el fondo, contra una de las paredes se extendía la barra, pero más allá de eso no había nada. Las mesas y las sillas no formaban parte de ese entorno, ni siquiera esos bancos altos que sirven a los solitarios que gustan de acodarse a la barra, bebida en mano, mientras con la palma de la otra sostienen una cara que exterioriza preocupaciones tan largas como los interminables sorbos de cerveza. De todos modos el ambiente adornado con luces tenues de tintes cobrizos transmitía un aire de comodidad y pertenencia para quienes fuesen habitué del lugar, y ofrecía almohadones en el suelo para poder sentarse.

Sin siquiera mirarnos, como si conociéramos el lugar de toda la vida, nos sentamos sobre unas almohadas casi en el centro geográfico del bar, a la espera de que alguien viniese a tomar nuestro pedido. Por lo menos esa noche no había mucha gente, solamente un grupito de no más de seis personas que se paseaban cerca de la barra, como no sabiendo donde ubicarse.

Ya instalados me pongo a inspeccionar sutilmente con la vista el interior del bar, cuando de forma inesperada me topo con ella, una chica francesa que había conocido meses atrás durante un viaje por Sudamérica, y con quien vivimos en aquellos días un breve amorío. Después de terminado mi viaje nos volvimos a ver un par de días cuando su travesía la trajo a Buenos Aires, pero eso también ya había quedado algunos meses atrás, y si bien había perdido un poco el contacto con ella, sabía que por esta época debería estar por algún país asiático, posiblemente en Vietnam. Pero no, estaba acá en Buenos Aires, y tan sólo nos separaban algunos metros. Sacudí mis brazos para llamar su atención, y al verme se sonrió pero no mostró sorpresa, como si hubiese sabido que me encontraría en aquel lugar. Ella estaba con otra chica, y ambas se sentaron en el suelo junto a nosotros.

Qué extraño volver a verla en Buenos Aires, y así, tan repentinamente y sin previo aviso. Era todo tan casual, tan preciso que daba la sensación de ser algo armado por la semiconsciencia de un sueño caprichoso. Pero no, ella estaba ahí, frente a mi, y otra vez podía oír su dulce voz hablando en un forzado pero entendible español con un fuerte acento francés. La veía, tan simpática y vivaz como siempre, pero ahora con el cabello más largo que la última vez que nos vimos.

Su amiga no hablaba, estaba como abstraída mirando fijo hacia delante. Mi hermano tampoco emitió palabra, pero la verdad ni me di cuenta de eso en el momento; yo sólo tenía la vista clavada en ella, que extrañamente estaba de nuevo en Argentina. Ella seguía hablando y yo no quería interrumpirla para preguntarle el motivo de su regreso. ¿Acaso importaba? Ya había aprendido que a estas visitas momentáneas había que saber disfrutarlas mientras duraran sin hacer mucho cuestionamiento, así que me conformé con verla contenta, lo cual me contagiaba de felicidad.

Pasó el rato, y en un momento quedamos nosotros dos solos, mirándonos sonrientes. La verborragia de horas atrás (o tal vez minutos) ya había menguado, y aprovechando el silencio me dejé llevar por la curiosidad y le pregunté cómo es que decidió volver. Me contó que estuvo viajando por oriente, y en un país que no recuerdo si me mencionó, se había puesto a hablar con un muchacho, alguien nativo de aquel lugar; ella tenía una facilidad increíble para el diálogo y para relacionarse. Pero resultó ser que esa persona era un príncipe, o poseía algún puesto jerárquico similar en el país, no supo ella decirme con exactitud. Y parece ser que en esa cultura las personas comunes, ya sean nativos o turistas, no pueden dialogar con alguien de un estatus tan superior, por lo cual se vio forzada a abandonar el país. La veía contar esto, mientras mis manos recorrían suavemente su brazo izquierdo, y en un momento sus ojos azules brillaron mucho más que de costumbre. Hizo una pausa en su relato, y mirándome fijamente me dijo que al encontrarse en esa situación decidió volver a Buenos Aires porque me extrañaba y quería estar conmigo. Mi interior se llenó de una felicidad muda, y recuerdo su mano acariciando mi cara con una textura como si fuese el pliegue de una sábana, y la profundidad sincera de esos ojos que no veo desde que abandonó Buenos Aires para viajar por Asia, algunos meses atrás.

domingo, 6 de febrero de 2011

lunes, 31 de enero de 2011

Ex viajero

Lo difícil de terminar un viaje, un gran viaje, es volver a encontrarse cara a cara con la gris y anestesiante rutina, y es doblemente frustrante cuando la mente fue proyectando ese conocer lugares y gentes a lo largo de futuras semanas que nunca llegaron y se desmoronaros bastante antes de lo previsto.

Y ahí estaba yo a fines de septiembre, en la hermosa ciudad de Cusco. Buenos Aires había quedado atrás hacía cinco semanas, pero todavía no había alcanzado siquiera la mitad del tiempo que tenía previsto para viajar. Debo reconocer que los primeros días me resultaron difíciles, e incluso llegué a replantearme los motivos por los cuales estaba alejándome de mi ciudad. Pero esos temores y esa incertidumbre que me acosaron, fueron desapareciendo a medida que me fui empapando con la magia de cada lugar nuevo y de las amistades pasajeras, que jugaron un papel clave en el viaje. Ahora en Cusco, y a tan sólo horas de haber conocido el Machu Picchu, sentía más ganas que nunca antes de seguir adelante conociendo ciudades y viviendo el día a día. Había aprendido a disfrutar, pero fue en ese momento cuando una noticia inesperada me hizo volver. Todas esas semanas venideras que habían sido planeadas sin plan alguno se esfumaron instantáneamente, y algunas horas más tarde dejé atrás aquella tierra incaica para reencontrarme con los bocinazos y los taxis de techo amarillo.

Los primeros días fueron complicados porque el recuerdo estaba todavía extremadamente fresco, pero se hizo llevadero ya que pude dedicarme al reencuentro con amigos, donde pasé horas contando anécdotas y repitiéndolas decenas de veces entre cervezas y comidas.

Mi habitación era testigo de la ahora reciente condición de ex viajero, luciendo en cada rincón algún objeto íntimamente ligado a las semanas anteriores, pero que con el correr de los días fueron desapareciendo, como la bolsa que tenía llena de golosinas del Perú, que fue vaciándose gradualmente hasta la muerte del último chocolate, o la mochila que descansaba contra la pared, la cual tardó unos cuantos días en ser archivada en lo alto del placard, junto a las posibilidades de reanudar el viaje.

A un mes del regreso todavía estaban muy frescos en mi cabeza los recuerdos del viaje, y sentía unas ansias muy grandes por continuarlo, aunque era consciente de que para ello iba a tener que pasar un tiempo, y con ello aparecía la necesidad de conseguir un trabajo. Gracias a un amigo conseguí una entrevista en un hostel. Al entrar al lugar me sentí como en casa, porque mi interior todavía encontraba un gran sentido de pertenencia con el estilo de vida del viajero, y este hospedaje me remontó mentalmente al de Cusco. Pese a estar en Buenos Aires quería seguir en contacto con todo ese mundo, y trabajar allí me lo permitiría, así como también conocer viajeros como durante aquellas semanas que habían quedado atrás. Pese a haber dado lo mejor de mí no obtuve respuesta, pero esa misma semana pasaron por Buenos Aires una pareja de finlandeses que conocí en Cusco, y encontrarme con ellos fue gratificante. Nos vimos tan sólo un par de horas, pero el hecho de hacerlo me generó una hermosa regresión a aquellos días tan felices. Sin embargo a la hora de la despedida volvió a invadirme cierta desazón, al darme cuenta que por más que mi mente no había terminado de aterrizar en Buenos Aires, mi cuerpo sí lo había hecho y tendría que permanecer acá por lo menos durante un tiempo.

Todavía con estos pensamientos rondando por mi cabeza estaba regresando a casa cuando me doy cuenta que se me había salido la pulserita del hostel de Cusco. Aún la conservaba en mi muñeca derecha como un recuerdo del viaje y de esa maravillosa ciudad, pero al desprenderse me ponía en evidencia de que todo aquello iba quedando cada vez más atrás.

Pocos días después me encontré paseando por San Telmo y Puerto Madero, tal vez los dos barrios más turísticos de la ciudad de Buenos Aires. Hacerlo fue volver a cruzarse constantemente por la calle con gente de todas las nacionalidades como ocurría en las calles cusqueñas, pero con la diferencia de que ahora yo era una especie de farsante en ese lugar; era un local entre los turistas angloparlantes.

Pero una nueva alegría apareció cuando llegó a la ciudad una amiga francesa que conocí durante el viaje. Fue un reencuentro muy feliz ya que realmente tenía ganas de volver a verla. De todos modos la situación había cambiado. Cuando nos conocimos éramos dos turistas viajando por un país desconocido para ambos, libres de toda responsabilidad y ataduras, y dispuestos a disfrutar de cada mínimo instante. Pero ahora, aunque ella seguía igual, yo había mutado al quitarme el uniforme de viajero, y de a poco mi cabeza iba recobrando los pensamientos que aquellas semanas de gloria supieron depurar. Durante su estadía aproveché para acompañarla durante su recorrido por la ciudad, e incluso fuimos ambos a pasear por el delta de Tigre, cosa que uno no suele hacer acá pese a que la distancia no sea mucha, y ello me devolvió mas no sea por unas horas la humanidad del viajero que supe tener.

Pero llegó una nueva despedida, como cuando nos dimos el adiós durante una mañana en la terminal de Cusco, con la diferencia de que en aquella oportunidad ambos teníamos mucho viaje por delante y la promesa de reencontrarnos en Buenos Aires. Pero ahora ella se alejaría con todavía unos cuantos meses de travesía por delante, y yo quedaría varado acá sin planes y sin la certeza de volverla a ver.

Esa misma semana en un determinado momento me doy cuenta que se había desprendido un pin de mi morral. Pero no un pin cualquiera, sino el que compré durante mi última hora en Cusco, en el aeropuerto. Me dio mucha bronca y tristeza la pérdida, y experimentando cierta angustia al ver cómo se iba extinguiendo todo lo que generaba un enlace entre aquel pasado lleno de plenitud este presente rutinario, me dispuse a desayunar y aproveché el momento para untarme dos tostadas con una mermelada que había traído de allá. Cuando estoy guardando el recipiente nuevamente en la heladera, éste cae al suelo explotando, y dejando a esas dos tostadas como las últimas que iba a poder comer con ese dulce.

Con tan sólo algunas semanas mi mente dejó de retener ciertos detalles, pequeños recuerdos sutiles de aquel pasado de viajero, pero que por algún motivo no desaparecieron por completo de mi cabeza, sino que fueron archivados en algún roncón, y luego un nuevo paseo por San Telmo actuó como disparador y los colocó nuevamente en primera plana, al encontrarme primero con un grupo de personas jugando al ping pong, y cuadras después cuando me ofrecieron marihuana, dos cosas que en Cusco eran de todos los días.

Las hojas del calendario continuaron cayendo, y estando ya a cuatro meses de aquel final abrupto, finalmente pude conseguir trabajo, que en el fondo tiene un solo objetivo, que es el de poder financiar la continuación del viaje y la realización de otros. Y a tan pocos días de mi comienzo laboral me fui a San Pedro a pasar el fin de semana, donde otra vez aparecieron cosas que funcionaron como vínculos mentales entre el presente y el pasado, primero porque en el camping había unos pequeños insectos que solamente había visto en las cercanías al Machu Picchu, y luego porque al abrir la bolsa de dormir me encontré con que en su interior estaba la remera que había usado durante los cinco días que duró la excursión a la ciudad sagrada inca.

Por más que siga pasando el tiempo, la rutina se instale plenamente y los recuerdos dejes de ser evocados, yo se que algún día voy a volver a Cusco.

viernes, 28 de enero de 2011

Efemérides

28 DE ENERO DE 2010: FUIMOS CON GONZA A BELGRANO A COMPRAR LAS SUPER MOCHILAS PARA LAS VACACIONES. //

28 DE ENERO DE 2009: FUIMOS CON SANTO A CORRER AL HIPÓDROMO DE SAN ISIDRO. //


28 DE ENERO DE 2008: ESTABA EN MIRAMAR CON PABLOTE Y PATONGA. //

28 DE ENERO DE 2007: SALIMOS CON GONZA RUMBO A MIRAMAR. //

28 DE ENERO DE
2006: ESTÁBAMOS EN SAN BERNARDO CON MG. NOS FUIMOS SÓLO POR UN FIN DE SEMANA. //

28 DE ENERO DE 2005: FUIMOS A IL CAPO CON COCO, ROMÁN, MG, LORE Y GONZA, A TOMAR ALGO A MODO DE DESPEDIDA, YA QUE AL DÍA SIGUIENTE NOS ÍBAMOS DE VACACIONES AL SUR. //

28 DE ENERO DE 2004: ESTABA EN MIRAMAR JUNTO A RICHARD, NICO Y GONZA D., EN LO QUE FUERON UNAS VACACIONES INCREÍBLES, LAS MEJORES DE MI VIDA HASTA ESE MOMENTO. TAMBIÉN SE FUERON SUMANDO MUCHOS AMIGOS MÁS, Y CONOCIMOS A OTROS TANTOS.

lunes, 24 de enero de 2011

Odisea de una entrevista laboral

Hace casi un mes, el 27 de diciembre, me llamaron de una de las tantas empresas a las que estuve mandando currículums en el último tiempo, para que me presentara a una entrevista laboral al día siguiente. Ya había ido a unas cuantas durante esas semanas, pero ésta me resultaba de especial interés porque era para un puesto de editor de video. Así que me dirigí durante el mediodía a la zona de microcentro, bajo un sol agobiante. Al ser 28 de diciembre, por un momento pensé que todo podía llegar a tratarse de una muy buena broma del día de los inocentes, ya que la entrevista era en un piso 25 sobre Florida, y no tenía recuerdos de que existiesen pisos tan altos sobre esa peatonal. Pero no, estaba todo bien.

Dos personas se encargaron de entrevistarme: primero una chica de recursos humanos, quien me hizo las típicas preguntas, y luego el gerente de sistemas, quien me consultó para ver que nivel de manejo tengo sobre determinados programas. Me retiré conforme de ahí, y ellos quedaron en avisarme durante los primeros días de enero, ya sea si pasaba a una segunda ronda o si quedaba todo ahí.

El 7 de enero volvieron a comunicarse conmigo: pasé a una segunda ronda de entrevistas para el 11 de ese mes. Llegado el día me hice presente otra vez en el piso 25, y fui recibido una vez más por el gerente de sistemas. Me preguntó que tipo de equipo y programas necesitaría yo para poder trabajar cómodamente, y después tuve que hacer una pequeña edición, sólo a modo de prueba. Me dijo que el puesto tenía que ser efectivizado a la brevedad, así que antes del siguiente fin de semana me iban a estar llamando para confirmarme si estaba o no dentro de la empresa.

Ese jueves recibo un llamado, pero para acordar una tercera entrevista. Esta vez me recibió otra persona, en lo que para mi fue algo absolutamente prescindible, ya que no se habló ni me preguntó nada nuevo. Según sus palabras a más tardar el lunes 17 ya iba a estar la resolución.

El martes me llaman y me comentan que quedamos dos personas preseleccionadas. En caso de seguir estando interesados en el puesto, un psicólogo se comunicaría con nosotros para acordar una fecha para hacer los exámenes psicotécnicos, y una vez que estuviesen los resultados de los mismos, habrá una última entrevista con alguno de los directores de la empresa para definir quien queda.

Hace un par de horas me llamó la psicóloga, y mañana tengo que ir a encontrarme con ella. Para mi gusto como que se está estirando demasiado el asunto.

sábado, 22 de enero de 2011

sábado, 15 de enero de 2011

Lo que fue el 2010


365 días compactados en 6 minutos.

viernes, 7 de enero de 2011

Año nuevo, pelo viejo

Tarde o temprano iba a pasar.

Bichos

Estoy desocupado, me crecieron las rastas, y como para hacer juego con el panorama hippie, me puse a hacer artesanías, y he aquí mis creaciones.
Próximamente en su plaza amiga...