Cuentan que hubo allá un sujeto,
asumido solitario,
que pasaba el tiempo a diario
en variados quehaceres,
pero sin hallar placeres
en su mundo ordinario.
De algún modo él odiaba
esa vida de rutina
que punzaba cual espina
en el medio de su alma,
despojándolo de calma
con constancia asesina.
Así pasaba los días,
y los meses, y los años,
refugiado de los daños
que pudo causarle el mundo,
alejando así su rumbo
al de amigos y de extraños.
Pero él era consciente
de que algo bien no andaba,
porque se mortificaba
al pensar en un futuro
que siempre veía oscuro
si su vida no cambiaba.
Ya lo había intentado
en su antigua juventud,
cuando tuvo la inquietud
de hacer algo diferente,
pero se chocó de frente
con su falta de actitud.
Porque lo paralizaba
su marcada cobardía,
y aunque a veces pretendía
esos miedos superar,
se quedaba en el lugar
sin saber por qué lo hacía.
El tiempo lo fue encerrando
de a poquito, gradualmente,
y fue evitando las gentes,
las posibles compañías,
convirtiéndose así un día
en un personaje ausente.
Sus amigos más cercanos
son los que se preocuparon:
muchas veces preguntaron
por saber qué lo aquejaba,
pero todo él lo negaba
y de a poco lo olvidaron.
Ya nadie se preguntaba
por la vida del sujeto
quien por no enfrentar el reto
de hacer un cambio rotundo
encontróse sin un rumbo,
ni una guía, ni un libreto.
No fue más que un esqueleto,
un algo de piel y hueso.
quien gozó menos que un preso;
porque dicen sólo es vida
la vida que se es vivida.
Lo demás es un proceso.