jueves, 17 de noviembre de 2011

Dios y los malhechores

Anoche, después de salir del trabajo, estaba yendo a tomar el tren como hago habitualmente. Debían ser casi las diez de la noche. Por lo general en el semáforo previo a la plaza que está frente a la terminal de Retiro se acumula gente para cruzar, pero en esta oportunidad estaba yo solo. Y cuando ya estaba casi a mitad de la plaza, veo que algunos metros delante mío había un ñato que me estaba mirando, y que iba caminando, pero sin ninguna prisa, como quien no tiene un destino determinado. Unos pasos más tarde, el flaco estaba en medio del camino por el cual yo iba a pasar, y me dio mala espina. En ese momento me acordé de algo que me había dicho un amigo hace muchos años, cuando todavía estábamos en la escuela primaria. Él me había dicho que en las situaciones donde uno iba por la calle y se veía amenazado por posibles ladrones, había que decir (y no recuerdo si repetir varias veces) la frase “Dios adelante y los malhechores atrás”. En su momento había adoptado este mecanismo, y lo usé infinidad de veces.

Ayer, estando en esa situación, instantáneamente me acordé de esa frase, pero no la dije. Pensé que era al pedo, ya que no estoy muy afiliado a las tropas del Señor últimamente. Yo seguía avanzando por la plaza, y el chabón estaba ahí, como esperándome. Todavía había algunos metros que nos separaban, y el flaco me pregunta si no tengo una moneda para darle. Le respondo que disculpe, pero que no tengo. Él insiste, y ahí veo que más alejado había un segundo muchacho, que apuraba el paso para llegar a donde estaba yo. Ahí se me frunció el upite y pensé “listo, acá me la dan”. El nuevo sujeto también me pidió una moneda, un billete de dos pesos, a lo cual me volví a negar, pero intentando mantener la calma. Claramente cualquiera de los 2 podía tener una navaja (en el mejor de los casos) a lo cual no podía ofrecer mucha resistencia. Incluso sin nada, si se ponían densos, eran dos contra uno, y no podía hacer nada. Yo ya me había detenido, y estábamos los tres parados. Me volvieron a insistir, y les dije que disculpen, que acababa de salir del laburo y que no tenía nada. El segundo flaco me hizo un scanner con la mirada, y dijo “bueno”, y se fueron. Creo que se dieron cuenta que no tengo cosas de valor.