jueves, 31 de diciembre de 2009

Dos mil nueve

Finalmente, y como era de esperarse, se terminó el año, así que bueno, veamos qué cosas dejó.

Tuve la suerte de poder ir a ver bandas grosas a las que les tenía ganas desde hace mucho tiempo, como por ejemplo Radiohead y Depeche Mode. También salieron discazos muy esperados como los nuevos de Muse y Cerati. Fue el año también en que volví a componer una canción después de mucho tiempo, con música y letra.

Pero también era un año al que le tenía fe y le puse muchas expectativas. Venía de un 2008 que me animo a decir fue el peor año de mi vida, y por ende el 2009 tenía que ser mejor sin lugar a dudas. Y lo fue, pero tampoco es para hacer espamento. Daba por hecho que en este año, con título en mano, iba a poder hacer un cambio laboral, cosa que nunca pasó. Conocí a Victoria, y si, en un principio me ilusioné. Fueron unos cuantos días en que debo reconocer que la pasé bien, pero después todo empezó a descarrilarse, y no llegó a pasar de eso, de unos cuantos días. Si hay una mínima chance para que las cosas salgan mal, va a pasar… o quizás simplemente eso no se tenía que dar, para mantener así el equilibrio del cosmos y preservar el futuro del universo. Si es así, bienvenido sea.

Un año con muertes cercanas de por medio, pérdidas que siempre son dolorosas, así como también de algunos reencuentros, de retomar diálogos que de alguna u otra manera habían sido interrumpidos.

Y por supuesto las grandes amistades que siguen estando siempre ahí, firmes, con quienes compartimos momentos, charlas, cervezas y alguna que otra agua saborizada.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Karma Police VII

Previously on Karma Police:
Me hacen subir a un patrullero y me llevan para atestiguar un procedimiento en la casa de un loco. El grupo GEO entra a la casa y el canadiense se entrega. Después del operativo nos llevaron a la comisaría...


Me senté en el banco. Las pseudo conversaciones con la mujer del canadiense se reiteraron en más de una oportunidad, y a medida que pasaba el tiempo fui dandome más al diálogo. El otro testigo no participaba mucho, en parte porque estaba más alejado, y por otra parte porque ella me empezaba a hablar a mi. Le pidió un cigarrillo a uno de los policías. Los minutos corrían. Un par de personas que estaban en la recepción de la comisaría cuando nosotros llegamos, se habían ido. Oficiales entraban y salían todo el tiempo. Hubo una discusión llevada a cabo por algunos miembros de la fuerza policiaca en una de las oficinas del fondo, pero los gritos se escuchaban. Ella pidió otro cigarrillo, y se sentó al lado de la ventana entreabierta para que las cenizas no caigan adentro. Alguien nos preguntó si el domicilio que figuraba en el DNI era el actual. Entraba y salía gente que aparentemente iba a visitar a alguien que estaba ahí. Un oficial que estaba en otra oficina la llama a la mujer. Más gente entraba y salía. De fondo se escuchaba el radio de comunicación. Todavía había claridad en el cielo. El reloj avanzaba, pero a su vez el tiempo se hacía eterno. Hubo recambio de personal, que arrancaba su horario laboral. Ella salió de la oficina y volvió a sentarse en el mismo banco que yo. Un perro viejo aprovechaba el ingreso o egreso de alguna persona al edificio, para hacer lo mismo. El radio constante se empezaba a volver cansador. Otro policía preguntó cuál era la ocupación mía y del otro testigo. Cada tanto se escuchaba alguna llamada de atención por parte de un superior. Otra vez ingresa alguien. El perro da vueltas para acostarse sobre una manta revuelta que estaba cerca de una estufa. Ella nuevamente fue llamada a declarar. El radio no descansaba. Algún policía se iba en uno de los patrulleros. El reloj seguía avanzando. Ella sale de la oficina, y me dice que tenía que ir yo a declarar. Entro, y un oficial me pide que le cuente lo que pasó, mientras él lo va escribiendo en una PC. Terminado esto, lo imprime con una obsoleta tecnología de matriz de punto, que hacía interminable el proceso. Pedí permiso para ir al baño. Cuando salgo del mismo, el otro testigo estaba dando su declaración. Me siento en el banco. Ella estaba tomando algo caliente en una taza, y por primera vez le vi cara de haber caído en la situación en la que se encontraba. Tenía ojos llorosos. Terminó de tomar, y fue a dejar la taza. Pidió un nuevo cigarrillo. El otro testigo salió y se fue. Viene el oficial que tomó la declaración, y me pide que le firme la hoja. Me agradece y me da la mano. Ella estaba de pie al lado mio, también me da las gracias, me da la mano levemente humedecida, me saluda con un beso, me pregunta mi nombre, nuevamente me agradece y me pide perdón por todo el tiempo que estuve ahí. Le dije que no había problema, y le desee mucha suerte. Salí a la calle, y fue como haber recuperado una libertad, que en realidad siempre tuve... supongo. Habían pasado tres horas desde que llegamos a la comisaría, y 4 en total, desde que subí al patrullero. Ya era de noche, y estaba más lejos de casa que cuando fui interceptado por la policía. Pero eso era lo que menos importaba. Sentía paz de estar nuevamente en la calle, y tener libertad para seguir mi camino. Treinta minutos de caminata más tarde estaba llegando a casa, pero en todo el trayecto no pude evitar pensar en cómo seguirían los días de ella. Yo estuve participando de un operativo en contra de mi volutand por cuatro horas, pero al salir a la calle todo recobraba su normal acontecer. Pero para ella no iba a ser así. Hubo definitivamente un quiebre en su vida, y ahora iba a costar acomodar las fichas.
hoy me di cuenta que desde el colectivo se ve la puerta de su casa.

FIN

lunes, 28 de diciembre de 2009

No hay por qué ganar

Días atrás me dejaste confundido con tu repentina aparición y el beso que me diste. En ese entonces me permití desconfiar de la situación, y ahora es el momento en el que digo que odio tener razón.

Nuevamente te hiciste presente. Yo estaba muy tranquilo esperando el comienzo de un recital, cuando me doy vuelta y ahí te veo, acercándote como si nada de la mano de tu novio. No esperaba encontrarte en ese lugar, o tal vez solamente haya sido una pretensión, porque en el fondo tenía cierta intranquilidad, que en el momento en que te vi, con tu rostro más iluminado que de costumbre, se transformó en la ebullición de la sangre por todo mi cuerpo. Ambos me saludaron, y a partir de ese momento no pude ocultar mi incomodidad.

Esa noche quería ver a la banda de un amigo, pero para el momento en que salieron al escenario yo ya tenía la cabeza puesta en cualquier lugar. Así como en su momento di gracias por la gente que teníamos en común por haberte conocido, hoy maldigo esos vínculos por dentro así como a mi suerte.

En medio de acordes que sonaban desde arriba del escenario, escuché la frase “no hay por qué ganar”. Por un instante creí que salía de mi cabeza, porque encajaba demasiado bien con mi momento, pero al ver las sonrisas y las caras de asentimiento de mis compañeros de mesa comprendí que era una canción.

Durante el resto de la noche me encontré ido, y sólo pude volver a mi normalidad muchas horas después, pero la música ya había terminado hace rato.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Ayudante de Santa

Históricamente las fiestas las pasamos con la rama materna de mi familia, pero visto y considerando que cada año que pasa vamos quedando menos, esta vez decidimos acoplarnos a otros familiares pero del lado paterno. En todas las Navidades que viví, fui siempre el más chico de los presentes, lo cual implica que hace ya muchos años se perdió el espíritu navideño, o por lo menos la necesidad de hacerle creer a alguien la existencia de Papá Noel. Las familias que tienen nenes chiquitos se ven obligadas a mantener despierta esa magia, esa ilusión, y mas no sea forzadamente los adultos terminan contagiándose de cierta alegría navideña.

Y este año la nochebuena fue diferente ya que en la celebración había tres nenitas en plena edad de creer en el señor gordo. Sus tíos disimuladamente discutían para ver quién se iba a calzar el disfraz este año: ninguno quería. Alguien al pasar y en tono de broma mencionó que Papá Noel tenía que ser mi abuelo, quien estaba ahí pero no tiene ningún tipo de relación con esa familia. Y para sorpresa de todos, mi abuelo, al escuchar la propuesta, accedió orgullosamente, lo cual desató un aplauso generalizado. Además, lo bueno de que fuese él el encargado de ilusionar a las nenas, era que los parientes de ellas iban a estar todos presentes en el momento de la aparición del señor de rojo, y que no iba a necesitar relleno para la panza.

Minutos antes de la medianoche mi abuelo fue a ponerse el disfraz y los padres llevaron a las chiquitas hasta la calle para ver si aparecía Papá Noel. Aprovechando esos minutos de distracción, ayudé a mi abuelo a subir a la terraza, desde donde tenía que asomarse y bajar con una soga una bolsa con regalos, una vez que regresaran las nenas. La idea era poder apreciar el espectáculo desde abajo con el resto de la familia, pero fue demasiado tarde cuando escuché que las niñas ya habían vuelto y llamaban a Papá Noel a gritos limpios. Él se asomó y yo me quedé agachado a su lado, agarrándole las piernas, porque entre su torpeza, la máscara que llevaba puesta, y que a unos cuarenta centímetros de la paredcita de la terraza cruzaba un caño que lo obligaba a inclinarse hacia delante, me lo imaginé cayendo desde las alturas, y sin reno que pudiera salvarlo.

Las nenas gritaban de alegría, y mi abuelo estaba copado con la situación y lo disfrutaba mucho. Yo también me divertí desde el piso, dándole letra para que dijera algo, y viendo al vecino que sacaba fotos desde su terraza.

jueves, 24 de diciembre de 2009

El mar de la infancia

Iba caminando por Federico Lacroze, muy tranquilamente, cuando de repente se encontró con el olor a mar. No sabía definirlo muy bien, pero de alguna manera ese aroma activó sectores olvidados de su cerebro. Sus últimas visitas a la costa no le habían dado la posibilidad de sentir esa fragancia, y por algún motivo en aquellas oportunidades ni siquiera recordó que en alguna ocasión lo había hecho. Los recuerdos iban mucho más atrás en el tiempo, a su plena infancia, y mas no sea por el trayecto de una cuadra, volvió a tener cinco años.

martes, 22 de diciembre de 2009

Batallas internas

A veces me pasa que tengo ganas de hacer algo, pero al mismo tiempo no. O mejor dicho, no me dan ganas de hacer, pero que en definitiva se que si lo hago de todos modos la voy a pasar bien. Y no tiene nada que ver con una supuesta búsqueda de pasarla mal adrede. Es lo que pasa por ejemplo algún fin de semana en que no tengo ganas de salir y prefiero quedarme en casa tranquilo. Se que si me obligo a salir hay grandes chances de que no la pase mal, porque estando con amigos uno se distrae y se deja llevar. Pero ese empuje determinante que marca la diferencia a veces no aparece y se termina tomando el camino que implica menor esfuerzo.

Hoy venía pasándome algo así. En la radio Metro, en el programa Basta de Todo, habían anunciado que uno de los conductores esta tarde se iba a disfrazar de Papá Noel, e iban a salir a la calle para que los que quisieran se saquen fotos, y además iban a sortear premios entre los que estuviesen presentes. Me había parecido una propuesta interesante y por eso pensé en ir. Pero después lo repensaba y una enorme fiaca quería convencerme de no ir. Anoche me fijé bien cómo llegar a la radio, aunque sin saber todavía que iba a hacer. Hoy tuve más dudas que nunca: de a momentos imaginaba y trataba de autoconvencerme de que podía estar bueno ir, y participar unos momentos del vivo del programa que escucho desde hace tantos años, sacarme fotos con ellos, y hasta capaz tener la suerte de ganar algún premio. Pero el lado negativo de mi conciencia también decía presente y quería convencerme de no ir, justificado por el calor que hacía y el tiempo que implicaba, ya que iba a llegar temprano y como mínimo tendría que esperar una hora. Pero no, tenía que ir y seguro que me iba a divertir mucho, aunque por otro lado se me iba a hacer más tarde para llegar a casa, viajando en la hora pico… pero ¿cuál era el problema? De todos modos en mi casa seguro que no iba a hacer nada productivo. Decidido: voy a la radio.

Fui caminando y redescubrí el placer de andar por calles desconocidas para mi. Y si bien una vez que llegué tuve que hacer una hora exacta de tiempo, la pasé muy bien y me reí mucho. No gané ningún premio, pero me saqué una foto con Papá Noel y con demás integrantes del programa. Realmente un muy lindo momento.

Después continué mi caminata, ya para regresar a casa, y me topé con una especie de galpón de trenes, en las inmediaciones de la estación Colegiales, y la verdad que es un lugar asombroso, con una gran cantidad de vías, y un puente para poder cruzar por sobre ellas. Ese paisaje me hizo acordar mucho al Medal of Honor; tranquilamente podría ser un escenario bélico.

Y si, llegué tarde a casa, muerto de calor y con los pies que no querían más, pero de todos modos no me arrepiento en absoluto de mi paseo de hoy.

Podría decirse que aprendí que a veces hay que movilizarse igual, pese a que no haya ganas. Aunque si lo pienso bien, ya lo sabía perfectamente, porque situaciones similares me pasaron incontables veces, sólo que en la mayoría termino optando por la inactividad. Esperemos que lo de hoy me sirva de arma para la próxima batalla.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Deja Vu

Impecable el recital de ayer. Un show bastante arriba, con mucha energía, y se notaba con la gente saltando y cantando apasionadamente. Una multitud de almas on fire, entre las cuales también estaba yo. Pero me pregunto, Gustavo, ¿qué necesidad tenías de tocar esa canción? Teniendo tantos discos ¿era menester elegir “Lago en el Cielo”? Se me ocurre que capaz me habías observado y me encontraste fumando, y al darte cuenta que estaba en plan autodestructivo quisiste ayudarme a que pueda tocar fondo de una vez por todas. Si fue así, entonces gracias, ayudaste bastante. En el fondo estaba esperando escuchar ese tema. Es un extraño regocijo el que se encuentra en el sufrimiento.

Es de no creer lo que a un corazón pueden generar unos acordes y una simple melodía, sin dejar de lado la letra. Me remonta a un pasado no muy lejano, y estando ahí, en el recital, como en otros de aquellas épocas, se me hizo imposible no recordarme acompañado. Y debería confesar que casi me quiebro.

Vamos despacio
para encontrarnos
el tiempo es arena en mis manos
un lago en el cielo
es mi regalo
para olvidar lo que hiciste
y sentir algo que nunca sentiste
hacerte sentir
algo que nunca sentiste

domingo, 20 de diciembre de 2009

Gallo cantor

Me sorprendió a las 4:20 de la mañana el cantar de un gallo. Sábado a la noche, después de cenar me tiré en la cama para escuchar música plácidamente, pero me quedé dormido. Me desperté varias horas después, y me di cuenta que tenía alguna llamada perdida. Eran más de las 3 de la mañana y di por concluida la noche. Me puse un rato largo a charlar vía ciberespacio, hasta que decidí acostarme oficialmente. Apago la computadora y las luces, me acomodo en la cama, y me doy cuenta que no tengo sueño. Así que decido abrir la ventana de par en par, y me quedo mirando el cielo, los árboles... todo y nada al mismo tiempo. Y en ese moditar, me llamó la atención escuchar un gallo cantar, reiteradas veces, en medio de la ciudad. Y por un instante, esa melodía remontó a mi alma a años pasados y lugares alejados, que no estoy del todo seguro de haber vivido, pero aún así me rodearon de un halo desprovisto de artificio, donde todo era muy puro y natural.

sábado, 19 de diciembre de 2009

No tengo nada

Me quedan solamente recuerdos, y algunas extrañas coincidencias, que solo provocan angustia y más recuerdos. Hoy por ejemplo se dio una de esas casualidades, y es que sin saberlo me puse la misma remera y el mismo pantalón que el día que la conocí. No tardé mucho en darme cuenta de esto, y me produjo un vacío interior imposible de calificar. Sólo se que extraño demasiadas cosas, y que en un momento sentí como se me humedecían los ojos.

Ver, imaginar, creer

¿Qué necesidad tenías de aparecer así? Y no me digas que yo te llamé porque sabes muy bien que no es cierto, o por lo menos deberías saberlo. Desde hace meses que no cruzamos ni una sola palabra, y no porque no tenga ganas, sino porque entiendo que eso ya no tiene ningún sentido. Y comprendí que era así aquella última vez que te vi, y te vi besando. Me saludaste como si nada, pero si hay un lugar donde es imposible que no pase nada es por adentro mío. Por suerte en aquella oportunidad yo estaba con amigos, por lo que pude rápidamente exteriorizar mi malestar y no se agrandó demasiado la cosa.

Pero ahora venís a aparecer así, sorpresivamente. Podías haberme llamado y no te iba a negar un encuentro. Pero no. Tu cuerpo se hizo presente sin previo aviso en lo que sabes que es un espacio privado para mí, para estar tranquilo y despejarme de los malestares del día a día. Cuando noté tu presencia ya estabas a mi lado, cuerpo a cuerpo, mirándome con tus ojos luminosos, y con tu clásica sonrisa a la cual es imposible llevarle la contra. Me besaste, me acariciaste dulcemente la cara, diciéndome que estaba todo bien. Yo estaba desprevenido y no tuve mucho poder de reacción. Te hice saber que no entendía bien la situación, y vos me respondiste con esa frescura de siempre que estaba todo bien, y que querías estar conmigo. Volviste a besarme y tuve una mezcla de alegría con desconfianza.

Te volviste a ir y ahora tengo una enorme incertidumbre que me estalla por dentro. Y te juro que me gustaría mucho creerte, pero presiento que con tu visita sólo reavivaste una herida que si bien nunca había llegado a cicatrizar, por lo menos había menguado su dolor.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Karma Police VI

Previously on Karma Police:
Me hacen subir a un patrullero y me llevan para atestiguar un procedimiento en la casa de un loco. El grupo GEO entra a la casa y el canadiense se entrega. Después de un operativo de una hora, nos vuelven a subir al patrullero...


Supuestamente ya había pasado la parte complicada. Pero ya había pasado más tiempo del que estaba dispuesto a perder en este operativo policial, y quería seguir mi regreso a casa. Pero estabamos de nuevo arriba del patrullero, con destino a la comisaría, para hacer la correspondiente declaración de los hechos. Mientras tanto, el patrullero medio que se venía desarmando, y el panel que divide la parte trasera de la delantera, se había separado de los laterales del auto, y se me venía encima, ya que los asientos delanteros del vehículo ejercían fuerza sobre este panel. A riesgo de verme aplastado, sutilmente empecé a hacer fuerza con mis rodillas contra esta chapa. A medida que el patrullero aceleraba y agarraba baches, la situación empeoraba, pero realmente no era algo que me fuera a preocupar. Llegamos a la comisaría, entramos, y nos quedamos en la sala de recepción de la misma. El otro testigo se sentó en un banco, pero yo me quedé parado junto a una puerta. A los minutos llega la mujer del canadiense, que evidentemente también tenía que declarar, y se sienta en otro banco. Ella me pregunta algo que no recuerdo en este momento qué era, y yo le respondo, pero sin muchas ganas de empezar una conversación. Me cuesta mantener un diálogo con alguien con quien no tengo tema de conversación, porque una vez empezada la charla se genera una especie de necesidad implícita de hablar, y como no va a haber tema, eso me produce incomodidad. En eso aparece el oficial que había revisado el dormitorio del canadiense, y me dice que me siente, a lo cual accedí. Lo hice en el mismo banco que estaba sentada ella, pero casi en la otra punta, dejando entre ambos una separación de casi una persona. En el momento creí que el hecho de decirme que me siente, era más que nada por cortesía por parte del oficial. Pero evidentemente no era por eso, o por lo menos no únicamente por eso, sino que se debía a lo que todavía faltaba...

Continuará...

martes, 15 de diciembre de 2009

Vulnerable a Medusa

Trato de eludir
el único camino cerebral.
Luego de un tiempo
todo debiera volver a la normalidad.

Escúchame si me perdí,
no supe ni quién era.
Perdóname si te mentí,
no encontré la manera
de decírtelo,
el tiempo se ha estancado entre sueños.
Perdí el valor
de luchar por lo que realmente quiero.

Vulnerable a Medusa.
Vulnerable a Medusa.


Me llama la atención cómo con el paso de los años, y el cambio del contexto, algunas canciones siguen manteniendo total vigencia. Por lo menos en cuanto a lo que significan para mi. Esta letra la escribí hace más de cuatro años, y aún hoy me genera mucho.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La vida en la isla

Después de unos cuantos preparativos y de un traslado un tanto accidentado, llegamos a la isla. En realidad lo de accidentado es más que nada porque, al tener que realizar este viaje, se suele complicar por la cantidad de cosas que hay que llevar. Pero para cuando terminamos de cargar todas nuestras cosas en la embarcación, y nos acomodamos en nuestros asientos, ya sentimos que no había preocupación alguna posando sobre nosotros. El sol brillaba en lo alto del cielo, pero por suerte no existía esa pesadez en el ambiente que torna básicamente insoportable estar al aire libre. La luz se reflejaba en el agua agitada, y al ver que la ciudad iba quedando atrás, uno ya iba contagiándose del aire de la libertad, alejando pensamientos innecesarios, y empezando a saborear la paz.
Más tarde desembarcamos. Los isleños nos recibieron muy bien. Claramente nos explicaron las reglas del lugar, para que no haya ningún conflicto. Después de una breve recorrida por la zona, decidimos acampar cerca de un canal, debajo de unos árboles, aunque los cálculos no fueron del todo exactos, y apenas el sol se movió, empezó a filtrarse por entre las ramas, dando de lleno sobre el lugar que habíamos elegido. De todos modos no nos hicimos mucho problema, simplemente nos causó gracia.
A diferencia de lo que habíamos intuido de antemano, no había ningún mosquito. Fue lo primero que habíamos tenido en cuenta antes de hacer el viaje, dando por sentado que en una zona con abundante agua y verde íbamos a encontrarnos con una cantidad insoportable de mosquitos. Pero no. En su lugar nos topamos con miles y miles de pequeñas avispas. Al principio nos preocupamos un poco, al ver que estos insectos estaban prácticamente distribuidos homogéneamente sobre el césped, y solían posarse sobre nuestros cuerpos. Cuando esto ocurría, con un poco de temor nos quedábamos inmóviles, esperando que vuelvan a levantar vuelo. Pero a medida que corrían las horas, ya habíamos asimilado que eso era parte del ámbito en el que nos encontrábamos, y pudimos convivir tranquilamente hasta el final, sin recibir ni una picadura, a punto tal de preferir infinitamente a las avispas (o por lo menos a esa especie) que a los mosquitos.
Junto al caos de la ciudad, allá lejos, también quedaron las preocupaciones, y esas necesidades autoimpuestas por mantener ciertos horarios y rutinas. Rápidamente nos despojamos de billeteras, teléfonos celulares y relojes, y sólo decidimos preparar el almuerzo cuando nuestros organismos lo creyeron conveniente. Sin mucho esfuerzo preparamos un buen fuego, y disfrutamos de la carne ahí mismo, al pie de las brasas. Después de la digestión se armó la ronda de mates, charlando, y disfrutando del paisaje, y luego la tarde nos obligó a improvisar algún deporte, manteniéndonos así un poco activos.
La noche tardó en llegar, y con si trajo una absoluta tranquilidad. Nos encontró sentados a orillas del agua, contemplando esa paz, reunidos en círculo y brindando repetidamente. Para esos momentos éramos prácticamente los únicos habitantes en la isla, lo cual era genial. La frescura de la noche, alejados del gris cemento, te entraba por los pulmones y alegraba el alma. Más tarde se preparó un nuevo fuego, que dio origen a la cena bajo un manto de estrellas. Las horas se extendieron entre bebidas y debates, pero sobre todo alegría.
El descanso tuvo niveles desparejos: a algunos les costó mucho concebir el sueño, posiblemente por causa de la dureza del suelo, pero para otros, los que estábamos con un mayor nivel de alcohol en sangre, eso no fue ningún problema.
El nuevo amanecer trajo un sol más crudo que el del día anterior, y más gente se sumó a nuestro grupo. Pero no todo fue tranquilidad el segundo día, ya que el lugar fue invadido por una horda de criaturas, que cual plaga empezaron a acaparar con todo, y el silencio desapareció abruptamente. Durante un tiempo decidimos ignorarlos, alejándonos de ellos y reinstalándonos en el rincón más apartado. Era difícil mantenerse al margen de esa nueva realidad, y ante un esfuerzo por sociabilizar con estos seres, casi perdemos a uno de los nuestros, que finalmente pudo salir ileso tras caer en un terreno empantanado.
Era claro que la tranquilidad ya formaba parte del pasado y no retornaría, así que resignados empezamos a juntar nuestras cosas, y nos escapamos de la isla, regresando a la rutina que habíamos dejado atrás solamente por unas horas.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Espíritu navideño

Ya está. Diciembre es sinónimo de fin de año, y los comercios hace rato ya que están empalagosamente adornados con arbolitos, guirnaldas, luces de colores, y “papanoeles” con excesivo abrigo, que lo único que generan es causarnos un mayor sofocamiento.
Cada vez falta menos para las fiestas. Aunque no estoy del todo de acuerdo con el término, porque no para todos es una fiesta. Más bien es una reunión. Por lo menos en mi familia, hace ya unos cuantos años que no se festeja, sino más bien que se mantiene viva una rutina, lo cual me genera cierta dicotomía, porque no se que es preferible, si seguir forzando este festejo, o si dejarlo ir de una vez.
Por mi parte no recuerdo bien cuándo fue que perdí definitivamente el espíritu navideño. De chico esperaba ansiosamente el 8 de diciembre, porque me encantaba armar el arbolito, y una vez terminado, ya quería que fuese 6 de enero para desarmarlo. Era todo un evento. También disfrutaba de la navidad y año nuevo. Nos juntábamos toda la familia, o mejor dicho los más cercanos, comíamos hasta reventar, siempre había una abundante mesa dulce, y después a esperar la medianoche para abrir los regalos y tirar fuegos artificiales, o en su defecto, apreciar el colorido y estruendoso cielo.
No se bien en qué momento cambió todo eso. Supongo que más o menos cuando falleció mi abuela. Fue la primer pérdida importante, y desde ahí la alegría en los rostros nunca volvió a ser la misma. Ahora la Navidad solo trae consigo esa nostalgia, esa melancolía, esa realidad que te estampa en la cara el recuerdo de lo que ya no está. Para colmo siguen pasando los años, y la familia se sigue achicando. Cabe destacar que soy el miembro más joven, por o cual el espíritu navideño está carente creo que en todos nosotros.
Unos cuatro años atrás quise un poco dejar de participar de esta farsa, por lo que no armé el arbolito, cosa que hasta el año anterior hacía yo religiosamente, y por ende se había transformado en mi tarea. Según mi vieja era una vergüenza que estemos reunidos en nochebuena y no haya arbolito, por lo que se lo terminó armando esa misma noche. Lo cual implicaba que alguien luego iba a tener que desarmarlo.
Pasaron los meses, y el pino seguía ahí. Aguantó aproximadamente hasta el mes de julio, cuando ocurrió un pequeño accidente: el pesebre fue diezmado. María y el niño Jesús encontraron su deceso en el estómago de mi perra. El resto sobrevivió, aunque Gaspar recibió serias lesiones en sus piernas. Nunca más se armó el arbolito.
Mantuve mi postura a través de los años, hasta el día de ayer. Leyendo el blog de Blonda, me di cuenta que hay que ponerle onda. Depende de nosotros la cosa. No es que va a venir el ángel de las fiestas y nos va a tocar con su varita y a contagiar con lluvia de estrellitas doradas y espíritu navideño. No, eso no va a pasar. Esas ganas tienen que salir de adentro nuestro, y hay que ayudarlas a que aparezcan. Así que subí al altillo, agarré el árbol, y me puse tranquilamente a decorarlo sobriamente, sin guirnaldas. Las luces estabas destruidas, así que quedaron fuera. El pesebre se me complicó, así que improvisé un poco poniendo un Playmobil payaso en lugar de Jesús, y en lugar de María a Bebop, villano de las Tortugas Ninjas, que no deja de apuntar al falso Jesús con su pistola. Por suerte Gaspar tuvo una rehabilitación satisfactoria y puede mantenerse de pie sin mayores inconvenientes.
Veremos cuanto me dura esto. Lo que si, definitivamente habría que eliminar la sidra de las mesas y reemplazarla por una buena botella de Jägermeister.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Lovecats

Siempre tuve gran afinidad con los gatos. Hay quienes le tienen bronca, alegando que son unos animales que se mueven por el interés, que solamente lo buscan a uno cuando tienen hambre y que no son fieles como los perros. Pero a mi me gustan mucho.
El otro día, pasada la medianoche, decidí salir a dar una vuelta. Sentí la necesidad de aprovechar la tranquilidad, la frescura y el silencio de la noche para realizar una caminata introspectiva. Venían a mi cabeza cataratas de pensamientos cuando de repente veo a un pequeño gatito blanco que asomaba su cabeza por entre los barrotes de la reja de una casa. Al verlo aminoré mi marcha, y el felino, en lugar de asustarse, vino decididamente a frotarse contra mi pierna, por lo cual me detuve y me agaché para hacerle unas caricias. Por lo general siempre que veo un gato callejero me detengo unos segundos para acariciarlo, aunque la mayoría de las veces estos salen asustados, o mantienen cierta distancia. Pero en esta ocasión fue diferente.
Me da un poco de pudor decirlo porque roza lo triste y patético, pero tal vez a raíz de los pensamientos que venían presentándose en mi mente en ese momento, y sumado a la decisión con que el gato vino hacia mi, sentí que esa fue una de las mayores muestras de cariño que recibí en mucho tiempo. Y cuando digo mucho, en el sentido exacto de esa palabra. Y no caigamos en el chiste fácil de la zoofilia, porque no tiene nada que ver. Simplemente supongo que uno en cierta forma se termina acostumbrando a la soledad. Digo en cierta forma, porque en el fondo nunca te podés acostumbrar completamente, y seguís esperando que la situación cambie. Pero pasó tanto tiempo ya, que una muestra de cariño, aunque bien provenga de un animal, te puede llegar a generar cosas que hace tiempo no sentías.
Lo malo del tiempo, es que te va vaciando por dentro, y te recubre de una caparazón bastante difícil de romper.

martes, 8 de diciembre de 2009

Karma Police V

Previously on Karma Police:
Me hacen subir a un patrullero y me llevan para atestiguar un procedimiento en la casa de un loco. El grupo geo procede a entrar en la casa del canadiense al grito de "dale, vamos vamos"...


Una vez que el grupo entró en la vivienda, pasaron un par de minutos, y alguno de sus miembros salieron de la casa. El canadiense, al ver el operativo, no ofreció resistencia y se entregó a las fuerzas policiales. Uno de los policías ordenó que entremos a la casa. El tipo estaba sentado en una silla, con las manos esposadas, y rodeado por seis oficiales. Había algún médico también ahi adentro, y los tipos del juzgado. Uno de los oficiales nos dice que nos apartemos un poco porque tenían que sacar al perro, que era un bulldog bastante asesino. Con el otro testigo salimos de la casa, y después de un par de minutos, y ante un nuevo pedido, ingresamos por segunda vez. El canadiense seguía estando en la misma posición, y nosotros tuvimos que ir a la planta superior de la casa, a la habitación donde se había amotinado el loco. Ahí adentro estaba la mujer, y luego ingresó un policía, uno de los del juzgado, una médica, y después pasamos el otro testigo y yo. Ahí vi por primera vez a la mujer del canadiense. Tendría unos 30 y pico de años. La habitación era un completo desastre. El tipo había revoleado roperos, mesitas, muebles, televisor... todo contra la puerta para que nadie pudiera entrar, por lo que era bastante complicado ingresar al cuarto. Para colmo era como si fuese un altillo, con el techo inclinado, así que había que sortear unos cuantos obstáculos para entrar. La mujer acusaba que el tipo era un violento, y cada vez estaba peor. Dijo que él tenía drogas, así que un oficial procedió a la búsqueda de las mismas en el dormitorio, por lo que nosotros teníamos que observar los hechos. Lo único que quedaba más o menos en su lugar en la habitación, era la cama. El resto era un completo caos. Dos policías revisaron la cama y unos cajones para ver si aparecía algo. Dentro de uno de los cajones de la mesita de luz había un cuchillo, pero nada más. Parecía que no iba a aparecer nada, así que volvimos todos a la planta baja. Allí uno de los hombres del juzgado deliberaba con la doctora como continuar el caso. Definieron que lo iban a llevar a un hospital, y posiblemente después iba a quedar internado en un psiquiátrico. El operativo ya estaba terminado. A todo esto había pasado aproximadamente una hora desde que me crucé con el patrullero. Parecía que estabamos cerca del final... pero no. Todos salimos de la casa. Al canadiense lo subieron a una ambulancia, y a la mujer a un patrullero porque tenía que ir a la comisaría a declarar. Nosotros, lejos de quedar en libertad, subimos nuevamente al patrullero...

Continuará...

lunes, 7 de diciembre de 2009

Esperar



Wait! Wait! Wait!
Esperando que alguien
llame para hablarte de algo,
esperando que alguien haga algo.
Lo único que haces
es esperar que pase algo,
pero no haces nada, nada mas que
esperar es esperar,
esperar desesperar.

Esperando que alguien llame
o haga algo que te ayude
a que alguien venga y te hable
y que te entienda.
Lo único que haces
es esperar que pase algo,
pero no haces nada, nada mas que
esperar es esperar,
esperar desesperar.

Nunca dije que te quise
pero te quise mentir
diciéndote algo bueno
que te duela, que te duela.
Nunca dije que te quise
pero te quise mentir
diciéndote algo bueno
que te duela, que te duela.

Esperar es esperar,
esperar desesperar.
Esperando que alguien
llame para hablarte de algo,
esperando que alguien haga algo.
Lo único que haces
es esperar que pase algo,
pero no haces nada, nada mas que
esperar es esperar,
esperar desesperar.
Wait! Wait! Wait!

(Árbol)

domingo, 6 de diciembre de 2009

Man-Machine

Con muy pocas palabras pasa esto. Allá por el año 1967 el ingeniero alemán Franz Schuber descubrió que colocando en diferentes renglones la palabra "machine", tantas veces como letras tiene la misma, y desplazándolos gradualmente, se volvía a formar la palabra pero en forma vertical. Supo así desde aquel momento que había dado con una de las palabras con mayor importancia a nivel técnico, y que algún día tendría su uso dignificador.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La música no es para todos

El músico Julián Viconte era poseedor de un gran talento, pero nunca había tenido la oportunidad para hacer llegar al mundo la profundidad de sus obras. Sus composiciones rozaban lo más alto que jamás había escuchado, pero debo considerarme un afortunado, ya que fuimos realmente pocos los que tuvimos el privilegio de verlo tocar en algún momento.
Aunque nunca había estudiado música y no tenía la menor idea de cómo interpretar una partitura, poseía un oído asombroso. Él tenía su predilección por el ukelele como instrumento para expresar su arte. Durante largos años estuvo a la búsqueda de músicos para que lo acompañaran en su proyecto, pero no obtuvo resultados. A raíz de esto, un buen día decidió empezar a tocar piano, lo cual le iba a dar mayores oportunidades de desarrollar una carrera solista, debido a la mayor prestación tonal de este instrumento.
Claramente la situación mejoró para él, ya que a partir de este cambio, la gente dejó de reírsele cada vez que tocaba. Julián estaba convencido de la genialidad melódica de su obra, pero aparentemente éramos unos pocos los que nos dábamos cuenta de ello. El piano le dio no solamente una mayor aceptación, sino que además le permitió añadir arreglos a sus viejas canciones, pudiendo así enfatizar lo que quería expresar.
La mayor respuesta por parte del público lo motivó a ofrecer shows con mayor frecuencia, y hasta se dio el lujo de improvisar en el piano, sacando lo mejor de sí, y dando origen a obras que estremecerían al mismísimo Bach. Durante unos cuantos meses no tuvo fin de semana libre, y los bares de Vicente López, Martínez y Núñez explotaban de ovaciones con sus presentaciones.
Una de aquellas noches tuvo la fortuna de que un alto productor de la industria publicitaria estuvo presente en uno de sus shows. Al día siguiente recibió en su casa una carta que decía:


Sr. Viconte:

Ayer por la noche, tuve el agrado de verlo interpretando su fabulosa música, y me tomé el atrevimiento de pedirle sus datos al encargado del establecimiento.
Mi nombre es Christian Madeau, y pertenezco a LatinCoffee Group. Estamos interesados en alguien con su talento, para un proyecto publicitario a gran escala.
Sería un honor poder contar con usted. Le dejo mis datos en la tarjeta.
Atentamente.

Christian Madeau


Julián, asombrado, no lo dudó un momento. Si bien el carácter masivo y frívolo de una publicidad iba un poco en contra de la profundidad sentimental de su obra, era una gran oportunidad para catapultarse hacia más allá de lo que podría llegar por sus propios medios.
Esa misma semana Julián y Christian se encontraron en un café, y muy pronto llegaron a un acuerdo. La productora pretendía que Julián compusiese un la música para una campaña publicitaria por el Día de la Madre, que saldría en televisión en los canales mas importantes, y con altas probabilidades de que sonara también en las radios locales. Ante la conformidad del músico, Christian le hizo rápidamente un cheque como adelanto de su paga, y quedaron en encontrarse nuevamente en quince días, período en el cual Julián debería tener ya algunas propuestas musicales.
En esos días, estuvo realmente muy emocionado con este proyecto. No quiso presentarse a tocar en ningún lado para mantenerse concentrado, ya que tenía que lograr la mejor creación de su vida. Un par de veces lo crucé por la Italia, y me dijo que estaba teniendo unas ideas increíbles, y que esto iba a ser sin duda su salto definitivo a la fama.
Cumplido el plazo, volvieron a encontrarse con Christian en el mismo café, donde se saludaron y elogiaron mutuamente. Julián, excusándose por no poder escribir la partitura, le alcanza una hoja doblada en dos, donde estaban los acordes que conformaban la armonía principal para este proyecto. Mientras buscaba en su mochila el disco en donde había grabado la canción, Christian abrió la hoja por simple curiosidad, pese a que sus conocimientos musicales eras casi nulos. En ella leyó:


F E Am Am A
B A C A D Em.
G E7 A D E
C A C Am A7 A7 E


Lo cual explica todo. Se ve que el señor Madeau, debido a falta de conocimientos, habría leído “Fea mamá. Baca de m… Geta de caca, matate”. Por eso Christian rápidamente abolló la hoja, le dijo a Julián “Sos un pelotudo”, y se fue del café. Y el músico, asombrado, viéndolo al otro todavía cruzando la calle, lo escuchó gritando “Pelotudo y encima bruto”.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Se viene el mundial nomás

Y si, a mi me importa.
Hoy tenía ganas de ver el sorteo de los grupos, pero a esa hora andaba por la calle, así que no pude. Pero gracias a la magia de la radio lo pude escuchar en vivo, y hasta debo reconocer que un poco nervioso y espectante me puse.
Por suerte esta vez no nos fue tan mal como en los últimos mundiales. Está bien que los partidos de todos modos tienen que ser jugados y nada es seguro, pero por lo menos a primera impresión da la sensación de que Argentina no la tiene tan complicada.
Por una de esas casualidades, le tocó casi el mismo grupo que en el mundial del año '94, con la diferencia de que ahora está Corea del Sur en lugar de Bulgaria. También está Grecia, que de los europeos está en una tercera línea, y Nigeria, que nos toca siempre.
Veremos que pasa.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Karma Police IV

Previously on Karma Police:
Estaba regresando del laburo a casa. Frena un patrullero, me hacen subir y me cuentan que tengo que ser testigo de un procedimiento en la casa de un loco...


El patrullero llegó a su destino. El lugar era relativamente cerca de donde yo estaba caminando, lo cual fue un alivio, porque en un momento se me cruzó por la cabeza que por ahi el domicilio del loco era en Burzaco... uno nunca sabe. Junto a los oficiales y al otro testigo descendimos del auto. En el lugar se encontraba una ambulancia y otros dos patrulleros. El policía viejo nos cuenta que el canadiense estaba supuetamente "en esa habitación", señalando una persiana cerrada. Yo le pregunté si no había ningún tipo de riesgo de que esté armado y empiece a disparar hacia afuera, y él minimizó mis palabras diciendo que solamente tenía unos cuchillos. Dijo que ahora había que esperar que lleguen unos hombres del juzgado, y que también tenía que llegar un grupo especial, que eran los que iban a entrar primero en la casa. Se refería al grupo GEO, que es algo así como el SWAT, pero de acá. Y que había que tener cuidado porque el tipo tenía unos perros jodidos. Dicho esto, llegó la camioneta del GEO. Era una Traffic blanca, y descendieron de la misma al rededor de 6 tipos con uniformes policiales, chalecos antibalas, granadas, pasamontañas, máscaras antigas, y todo tipo de armas. Resultaba realmente muy imponente verlos. El policía viejo se puso a hablar con el otro más joven, haciendo como que hablaban entre ellos, pero hablando fuerte adrede como para que el otro testigo y yo lo escuchemos, y le decía "y si, eso cuánto puede llevar... dos horas" y se alejó. El policía joven se rió, y si acercó a nosotros, diciendo que no, que iban a ser diez o veinte minutos; que ahora lo sacaban al tipo, nosotros teníamos que mirar, y listo. Después de unos cuantos minutos de espera, llegaron los hombres del juzgado que faltaban. Pero la puerta de la casa estaba abierta. La mujer del canadiense no estaba tomada de rehén como nos habían dicho. Era cierto que el marido la amenazó de muerte, pero ella fue quien llamó a la policía. El tipo se había amotinado solo en el cuarto. Algunos policías ya habían entrado en el domicilio, y uno de los del grupo GEO entra al grito de "dale, vamos, vamos" y los demás entraron corriendo detrás de él...

Continuará...

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Abrazo

Otra noche como tantas.
Como tantas otras que pasaron,
y que lamentablemente parecen proyectarse en forma indefinida.
La oscuridad lo abraza y la soledad lo acompaña,
mientras gotas se deslizan por los ventanales y por sus mejillas.
Muy despierto, no puede evitar esos pensamientos.
Ella sigue importándole mucho,
y él encuentra su único reparo en el alcohol.

martes, 1 de diciembre de 2009

Aquel verano

Esteban nunca pudo olvidar aquel verano, y a medida que corren los años parece estar cada vez más arraigado en su mente. Ese verano que tal vez haya sido el último de su vida.
Por aquellas épocas, en plena adolescencia, solía ir a pasar el verano al pueblo de Cerro Azul, en la provincia de Misiones, junto a su primo Lucas, quien habitaba en aquella locación. Eran unas semanas fantásticas, despojándose más no sea temporalmente de las ataduras de la vida de la ciudad. Lucas vivía con sus padres en una clásica estancia de campo, y dedicaban sus días a la rutinaria tarea del cuidado de la siembra y de los animales que poseían. Pero para Esteban esto era asombroso, quien se sentía maravillado de poder recorrer interminables caminos de tierra bajo el sol de la tarde, de alimentar a los conejos y las gallinas, recoger huevos, y ver como carneaban a algún que otro corderito para el almuerzo, mientras que Lucas se sentía complacido al ver que lo que era su tediosa labor del día a día, era tan entretenido para Esteban, quien no imaginaba que tal vez ese verano haya sido el último.
De todos modos no todo era trabajo de campo, ya que frecuentemente ambos pasaban largas horas vagando por el pueblo, recorriendo los lugares preferidos de Lucas, visitando amigos, yendo a la pileta del club, a la plaza, y saludando a los demás parientes que vivían en Cerro Azul. Durante toda su infancia, Esteban había ido a vacacionar a ese pueblo con sus padres, por lo que en estas nuevas visitas veraniegas se armaba un recorrido para poder compartir algunos minutos con las tantas personas a las que debía de saludar, aunque sea por mera cortesía. En realidad le fastidiaba tener que ir a visitar de compromiso a estos parientes. Aunque capaz, si hubiese sabido que tal vez ese era su último verano, lo hubiera podido tomar de forma diferente.
A la noche, ambos primos dormían en la misma habitación. Pasaban largas horas charlando o mirando televisión hasta que el sueño los venciera. También se armaban guerras de almohadas, que según como viniese la mano podían transformarse en guerra de zapatillas. De todos modos era poco probable tener un par de zapatillas a mano, ya que la gran parte del día se las andaban en ojotas. Muy difícilmente andaban descalzos, ya que en el pasto había unas pequeñas espinas, que el viento las movía de un lado a otro. Una broma clásica era a la tarde, cuando se metían al tanque australiano para refrescarse, que uno saliera rápido y se llevase consigo las ojotas del otro hasta la casa, para así obligarlo a caminar descalzo los cien metros que separaban el chalet del tanque.
Una noche, ya entrada la madrugada, estaban ellos en la habitación mirando una película. Al terminar, Esteban se levanta de la cama, para ir al baño antes de ir a dormir, tal como estaba acostumbrado. Estando dentro de la casa, ni se le cruzó por la cabeza la necesidad de calzarse. Caminó unos cuantos pasos, y al salir del cuarto sintió un fuerte pinchazo en la planta de su pie derecho. Instantáneamente creyó que en el suelo habría una ramita con espinas, de las que solían abundar afuera de la casa, y que por algún descuido una de ellas había quedado en el piso interior. Si bien ya prácticamente había apoyado el pie, al sentir el dolor del pinchazo, lo levantó por acto reflejo. En ese momento sintió un frío que le recorrió el cuerpo de punta a punta, y quedó paralizado por el terror. Al levantar el pie, vio en el suelo, estático pero claramente con vida, a un escorpión. El pánico se apoderó de él, aunque hizo todo lo posible por no demostrarlo. La primera reacción que tuvo fue avisarle a Lucas que estaba este bicho dentro de la casa, pero no se atrevió a mencionarle que le había picado. El primo, al ver al arácnido, corrió felizmente en busca de un frasco para poder atraparlo y disfrutar de su maravillosa anatomía, que no suele verse con frecuencia. Esteban continuó su caminata hasta el baño. El cuerpo le temblaba, y el corazón latía a toda máquina a causa del pavor.
El mismo miedo, sumado a una dosis de inconciencia, lo llevaron a no decirle nada a nadie. No le comentó a Lucas del hecho, y mucho menos pensó en despertar a sus tíos para que lo llevasen a algún hospital o centro sanitario que debía haber en el pueblo. Estando en el baño, mirándose al espejo, supo lo que tenía que hacer, ya que había optado por permanecer en silencio. Lo único que tenía a su alcance, era practicar la succión del veneno, tal como se ve en las películas cuando una persona es atacada por una serpiente. Así que se sentó en la bañera y dispuso la pierna de modo tal que la planta del pie quedó de frente a su cara. Vio un pequeño puntito, minúsculo, en el lugar donde todavía tenía la sensación del reciente pinchazo. Apoyó sus labios en el lugar indicado y succionó con todas sus fuerzas, para luego escupir la saliva en la pileta. Luego apretó con sus dedos en la zona afectada, y asomó una minúscula gota de sangre. No quedó muy conforme; tuvo la sensación de que de haber veneno en su cuerpo, después del procedimiento no había cambiado la situación. Pero esto no le hizo cambiar de opinión y siguió guardando su secreto.
De regreso a la habitación, vio a Lucas que estaba en cuarto contiguo, examinando al escorpión. Éste lo llamó para que lo investigaran juntos y compartir ese momento, pero Esteban acusó estar muy cansado, y que se iba a dormir, a lo cual su primo le restó importancia. Pese al temor, decidió acostarse. Supuso que ya no había nada que pudiese hacerse, y que todo estaba en manos del destino. Apagó la luz, y con el correr de algunos minutos empezó a sentir una especie de hormigueo en el pie. Esto lo asustó más aún, aunque también podía tratarse de algo meramente psicosomático. Con esta sensación de estar tal vez en su última noche, de que si realmente su cuerpo había sido envenenado no despertaría jamás, se quedó dormido.
A la mañana siguiente abrió los ojos y vio la claridad, y escuchó el cantar de los pájaros. Una alegría infinita se apoderó de él, ya todos los temores habían quedado atrás, y tenía la absoluta certeza de haber superado ese momento clave. Saludó a Lucas, y ahora si tuvo ánimo para ver cara a cara al escorpión, quién yacía muerto dentro de un frasco con alcohol. Se quedó largo rato contemplándolo, como victorioso. Nunca se había sentido tan cerca de la muerte, y por suerte no fue más que un susto, un gran susto.
Días más tarde, llegó el fin de las vacaciones, y Esteban se trajo consigo a Buenos Aires el frasco con el bicho adentro. Lo mostraba a todo el mundo, simplemente diciendo que era un lindo animal, pero para sus adentros lo exhibía como una medalla.
Pasaron muchos años desde aquel verano, cuando Esteban empezó a sospechar algo. Comenzó a tener la sensación de que algo no andaba del todo bien. Una seguidilla de años decadentes lo llevaron a una reflexión, que sólo después pudo relacionar con aquel verano. Tuvo la sospecha de que tal vez había encontrado su deceso aquella noche, y que todo lo vivido desde la mañana siguiente fue una especie de sueño eterno. O tal vez estaba internado en un coma, causado por las toxinas del veneno, y de igual manera todos estos años fueron un producto de su imaginación. Y se dio cuenta que no tenía forma de comprobarlo, lo cual lo llevó a una profunda angustia. Pero después comprendió que no tenía sentido amargarse, ya que si las cosas van demasiado mal, siempre está la esperanza de algún día poder despertar de ese coma, ya que en definitiva, que mejor que tener esa férrea esperanza de que todo pueda mejorar repentinamente de un instante a otro.