martes, 30 de marzo de 2010

Abril

Empiezo a temblar. Nos encontramos bajo el umbral del mes de abril, y eso me llena de pavor, me hiela la sangre. Tal vez esto parezca carente de sentido incluso para el más prestigioso letrado, pero tiene su razón de ser. Y es que existen en este mundo miles, millones de energías invisibles, intangibles, ignoradas, pero a su vez poderosas y enormes, y el hecho de pasar inadvertidas por nuestras vidas las rodea de un halo tenebroso.

Estas energías no tienen una acción igualitaria sobre todos los seres humanos. Las energías ordinarias por lo general son percibidas por todas las personas, como por ejemplo la térmica: cualquiera puede advertir fácilmente la presencia o la falta de calor. Pero esto es algo diferente, algo místico. Esta energía se manifiesta de diferentes formas, y es posible que cada uno se vea afectado por ella de un modo particular, imperceptible e incluso inexistente para el resto de los mortales.

Y en mi caso particular, esa energía está concentrada en el mes de abril. Suena extraño, lo se, pero es algo que pude confirmar con el correr de los años. Para el resto no es más que otro mes, pero para mí, abril es mucho más que eso, y por este motivo le temo. La energía puede hacer que durante estos treinta días pase cualquier cosa. No necesariamente tiene que ser algo negativo lo que vaya a ocurrir: pueden sorprenderme las desgracias más hirientes así como las alegrías más profundas. Pero de seguro es un mes que no podrá pasar inadvertido; siempre hace mella.

Tal vez tenga algo que ver que yo haya nacido precisamente en este mes, o tal vez sea simple casualidad; imposible saberlo. Lo cierto es que es irremediable entrar a esta parte del año, y no queda más que aguardar la llegada de mayo intentando permanecer ileso, para así poder dejar atrás la angustia y la incertidumbre.

viernes, 26 de marzo de 2010

Colectivo fantasma

Cuentan algunas personas que han visto por el barrio de Villa Crespo circular un colectivo. Esto no tiene ninguna particularidad a simple vista, ya que en Capital Federal hay una incontable cantidad de líneas de colectivos, pero este tiene una particularidad, ya que parece ser un transporte fantasma.

Algunos vecinos de la zona dicen que han visto pasar cierto vehículo con un número de línea que no les resultaba familiar, un número ajeno al barrio. Podría llegar a pensarse que fuese uno fuera de servicio, pero esta teoría fue descartada por dos motivos fundamentales: por un lado, en el momento en que fue visualizado, el colectivo iba con pasajeros en su interior, y por otro, su número sería inexistente.

Hay tres personas que han asegurado ser testigos del fantasmagórico transporte, aunque desafortunadamente sus datos no coinciden entre sí. La testigo número uno, una señora de avanzada edad, afirma haber visto un colectivo cuyo número no pudo precisar, pero que le pareció que empezaba con un 9, y que estaba pintado de color verde claro. El segundo, un muchacho con rastas, dice que el número era 261, y estaba pintado mayoritariamente de color mostaza, con algunos detalles en azul oscuro. Y el último, y tal vez el más polémico de los testimonios, dice que el número era 666, y que el coche no tenía un color definido, sino que más bien era transparente, pero que iba adquiriendo como si fuera el reflejo de ciertas tonalidades cambiantes. Dos de los testimonios afirman que el vehículo circulaba por la avenida Córdoba, mientras que el restante asegura que fue en la esquina de Estado de Israel y Guardia Vieja en donde lo encontró.

Podría entonces decirse, de acuerdo a los datos precisados, que este es definitivamente un colectivo fantasma que anda deambulando incansablemente por la ciudad, y cuyos pasajeros son almas perdidas, que viajan sin rumbo ni tiempo definidos, en busca de un lugar que les pertenezca. O quizás ese viaje misterioso que ellos realizan tenga realmente más sentido que el nuestro, que día tras día repetimos exactamente el mismo trayecto, a la misma hora, mecánicamente, subiendo y bajando en los mismos lugares, para luego regresar al punto de partida, viajando con frecuencia con las mismas personas, y sin siquiera la humanidad de cruzar dos palabras con ellos.

martes, 23 de marzo de 2010

Memoria

El 24 de marzo se cumplen 34 años del último golpe militar. Que no sea un simple feriado para no tener que trabajar, y mucho menos un día festivo. Que sirva para recordar lo que pasó, para que no vuelva a ocurrir. Muchos tuvimos la suerte de nacer ya con la democracia, y eso tiene que ser valorado.

A lo ocurrido...
¡NUNCA MÁS!

jueves, 18 de marzo de 2010

Un clavo saca a otro

Es de saber popular que un clavo saca a otro, y Esteban había escuchado tantas veces esta frase, que inconscientemente terminaba aceptándola como si fuese una premisa infalible, aunque bien siempre supo mostrarse en contra de ella. Él defendía la idea de que era indispensable primero extraer el clavo viejo. Es cierto que no todas las personas tienen la misma facilidad para ello. Algunos toman una tenaza en el momento en que ellos desean, y sin mucho esfuerzo eliminan ese estorbo metálico sin siquiera dejar marca aparente sobre la superficie de madera. Pero otros, como Esteban, se ven imposibilitados de proceder de esta manera, y la única opción que encuentran es esperar. Esperar que con el tiempo, y algún que otro golpe recibido, el calvo se vaya aflojando por sí solo, hasta el punto tal que pierda por completo su capacidad de permanecer sujeto, y simplemente caiga. Aunque en esa espera que puede durar mucho más de lo deseado, se corre el riesgo de que los factores climáticos actúen, tornando más dificultosa la eliminación del clavo, incluso impidiéndolo eternamente en algunos casos, o tal vez sólo dejando una marca más pronunciada.

De tanto escuchar que un clavo saca a otro, que le afirmaban y le recontra aseguraban que esto era así, llegó un momento en que Esteban hizo caso omiso a su voz interior, y decidió ponerle fin de una vez por todas a su larga espera. No fue tarea simple; tampoco era cuestión de agarrar el primer clavo que encontrara a su alcance. Pero un día dio con uno que parecía ser el indicado para concretar su objetivo. Hecho de un metal tan liso y pulido, que reflejaba la luz de tal modo que parecía brillar por su propia cuenta. Y no fue simplemente su belleza lo que lo deslumbró, sino la forma en la que lo halló. Aunque más bien parecía que el clavo lo estaba buscando a él: Esteban oyó un sonido metálico, algo que caía al suelo rebotando sobre su eco, y ahí lo vio, encegueciéndolo levemente con su luz. Era obra del destino.

Lo estudió cuidadosamente para asegurarse, y si, se amoldaba a sus necesidades. Con mucha paciencia y delicadeza, y hasta tal vez con extrema lentitud para ojos de terceros, lo tomó entre sus dedos intentando colocarlo en el lugar exacto. Mientras lo sujetaba cuidadosamente en el punto preciso donde debía dar el golpe, con su otra mano iba elevando el martillo. Sabía que no había segundas oportunidades: el golpe tenía que ser uno solo y certero. Una pequeña gota comenzaba a resbalar por su frente. Empezaba a sentirse la presión, pero no había tiempo para dar marcha atrás; era el momento de actuar. Sus ojos no se podían dar el lujo de pestañear, inmóviles puestos sobre la figura de metal, cuando el martillo impulsado por su brazo derecho comenzaba a descender a toda velocidad, dibujando en el aire una trayectoria casi instantánea que terminó con un violento ruido producto del impacto…

Esteban quedó inmóvil, contemplando la madera. Y un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando comprendió que algo había salido mal. El martillo había golpeado de lleno al nuevo clavo que segundos atrás representaba la esperanza, pero que ahora lo llenaba de desasosiego, al ver que se había hundido completamente en la madera, pero sin mover ni un milímetro al anterior. Tal vez los nervios le jugaron en contra, o quizás la falta de práctica en el manejo de estas herramientas. Lo cierto es que ahora había dos clavos, perfectamente incrustados en su madera.

Con lágrimas en los ojos y con el rostro impoluto, Esteban soltó el martillo y se dejó caer. Y ahí yace, sentado en el suelo con la vista fijada en ese calvo que sigue brillando como antes, y que de a momentos parece devolverle el reflejo de una risa burlona.

lunes, 15 de marzo de 2010

Pana por Tonga

Está abierto el concurso 2010 de “Dibujando a Pana”. Acá podemos observar una ilustración hecha por alguien que firma bajo el seudónimo de Juan Carlos, pero todos sabemos que este es un nombre ficticio. Pero para preservar su anonimato, simplemente vamos a llamarlo G. Vivanco… no, no… es muy obvio. Mejor Gastón V.

Todo un artista, pese a que yo no esté de acuerdo con lo que grafica.

sábado, 13 de marzo de 2010

Argentina abraza a Chile

Hoy fui al festival Argentina abraza a Chile, que surgió de una idea de Ricardo Darín y Juan Carr de Red Solidaria, para ayudar al pueblo chileno que tan mal la está pasando en estos días. Estuvieron tocando Gustavo Cerati, León Gieco y Los Fabulosos Cadillacs entre otros, y era zarpada la cantidad de gente que había. Y teniendo en cuenta que había que llevar algo para donar, creo que todo suma un lindo número.

Cuando nosotros llegamos ya había arrancado el show de Cerati, que era el que más nos interesaba. De todos modos quedaban unas cuantas canciones por delante, y estuvo muy bueno. Pero más que nada está bueno, como decía Darín, que haya tanta gente que se una para ayudar al pueblo chileno, y sobre todo gente joven que somos los que tenemos que pegar un cambio en la manera de ver las cosas.

Y desde mi humilde lugar, un abrazo a todos los chilenos.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Arrepentimientos

Muchas veces uno se arrepiente de cosas que hace, o de la elección de ciertos caminos que se ha decidido transitar. Puede pasar mucho tiempo y entonces a la distancia, en una mirada retrospectiva, aparece la sensación o incluso la certeza de haber obrado mal. Tampoco necesariamente tiene que ser algo tan drástico como para que la decisión que uno tomó sea catalogada de errónea. Estos arrepentimientos pueden referirse también a nimiedades, y a Pablo Marino esto solía ocurrirle con relativa frecuencia. Incluso tenía la facultad (si así se la puede llamar) de cambiar de parecer sobre la marcha.

“Si yo soy un solitario antisocial, ¿para qué me pongo a hacer estas cosas?”, se preguntó esa misma noche mientras caminaba por la avenida Callao, queriendo llegar a su casa antes de que amaneciera, y aún con la música zumbando en sus oídos.

Días antes una amiga lo había invitado a su cumpleaños. Ellos se habían conocido por circunstancias remotas de la vida años atrás, y no tenían amigos en común. De hecho, durante mucho tiempo habían perdido el contacto, pero hacía unos meses habían retomado el diálogo, y la relación entre ellos gozaba de mayor fluidez que en cualquier otra época. En realidad Pablo tenía por ella un interés que iba más allá de la simple amistad, y como la buena onda era recíproca, lo que hizo fue proyectar ideas equívocas. Hacía cuatro años que Lorena no lo invitaba a un cumpleaños suyo, y eso lo llevó a que en esta oportunidad sintiera una extraña plenitud y cierto grado de esperanza.

Como el cumpleaños se festejaba en un boliche, él tenía la posibilidad de invitar a sus amigos para que asistieran esa noche, pero supo que si lo hacía, la situación lo inhibiría y le restaría posibilidades llegado el caso que pudiera avanzarle a su amiga. No le avisó a nadie, y llegado el día partió rumbo a la casa de Lorena, donde ella había organizado juntarse con todas sus amistades para tomar y comer algo, hasta que fuera la hora de partir hacia la fiesta.

Cuando Pablo entró al domicilio empezó a sentirse incómodo, pero no por algo que haya encontrado ahí. Su personalidad tímida y poco sociable lo posicionaban en la vereda opuesta a los amigos de Lorena que tomaban, reían, cantaban y sobre todo vivían con tanta naturalidad. Ella era el único motivo por el cual decidió ir, y el único nexo entre él y esa conglomeración de personas sonrientes y despreocupadas. Corrían las horas y hacía su mayor esfuerzo por intentar encajar. Cada tanto ella se le acercaba con algún comentario superfluo, pero en cuestión de un parpadeo ya se hallaba nuevamente formando parte de aquel grupo. Pablo estaba compartiendo la noche con mucha gente, pero principalmente estaba solo y se dio cuenta de ello. Acá fue cuando comprendió que tendría que haber actuado diferente, que tenía que haber invitado a sus amigos. Pero ya no podía dar marcha atrás; tendría que ir al boliche de todos modos, y claramente la situación no sería muy diferente.

Llegada la hora partieron hacia el lugar, que estaba bastante vacío. Con el correr de los minutos fue llegando más gente, y el grupo de Lorena comenzaba a bailar y beber. Pablo no tenía ganas ni de una cosa ni de otra, pero de todos modos se compró una cerveza como un último intento para acoplarse a la manada. Rápidamente se dio cuenta que era en vano, que la noche ya estaba perdida. Lo único que le restaba hacer era esperar un tiempo prudencial como para poder macharse sin ser recriminado.

Cuando se cansó de estar parado viendo como el grupo se divertía, empezó a caminar por entre las personas, que para esa hora llenaban por completo el establecimiento. La caminata resultó ser una buena tarea, ya que los tumultos de gente le impedían avanzar con facilidad, y entonces una pequeña travesía le consumía significantes minutos, lo cual se volvía conveniente. Para cuando se aburrió de deambular inmerso en el inevitable roce de todos esos cuerpos tibios, encontró en una tarima un lugar donde pudo sentarse. “Y pensar que en algún momento creí en la posibilidad de que esta noche pudiera llegar a pasar algo con Lorena…” Una vez más las cosas no se daban como él pudo suponer. Se apoyó contra una columna que tenía a su izquierda, y sin demasiado esfuerzo pudo conciliar el sueño. Al despertarse, calculó que habrían pasado unos veinte minutos. Un instante más permaneció sentado, observando los rostros de la gente que se hallaba a su alrededor. Miró el reloj y le pareció que ya era un horario prudente como para poder marcharse. Buscó a su amiga con la mirada para poder despedirse, pero no tuvo éxito y salió a la calle. Por suerte no la vio a Lorena, que estaba con un muy elevado nivel de alcohol en sangre, besándose furiosamente con un flaco del que ni siquiera sabía el nombre, ofreciendo una imagen desagradable y vergonzosa por el estado de ambos, con sus manos moviéndose compulsivamente, tratando de acaparar todo el cuerpo del otro.

Pablo caminó largamente por Callao, ya sin ningún apuro, observando el cielo despojado de luna, sintiendo un poco la paz que le brinda estar alejado de aquel recinto desbordante de personas que le fueron y le seguirán siendo ajenas.

domingo, 7 de marzo de 2010

Nota mental

(Qué calor que hace. Espero que no tarde mucho el colectivo porque estoy bastante cansado. Además ya es tarde y no quiero llegar de noche. ¿Será ese que viene ahí? Justo me da el sol en la cara y no me deja ver. Y para colmo hay un reflejo sobre el parabrisas. A ver… si, es ese. Ahora espero que frene, porque sino estoy en el horno. Si, puso la luz de giro. Quiere decir que va a frenar, perfecto. Ah, encima no está tan lleno. “Uno setenta y cinco, por favor”. Bueno, no hay asientos libres, pero alguno se desocupará. Uy… que linda que es esa chica… tan simple y tan bella. Igual no pasa nada, que se le va a hacer. Pero está un poco difícil sacarle la vista de encima. Hace mucho calor acá adentro, y como que no está entrando mucho aire por las ventanas. Espero que se desocupe un asiento, porque las piernas no me dan más. A ver, ¿de qué lado va a dar el sol la mayor parte del viaje? Si va todo derecho por acá, después dobla… el sol va a dar siempre del lado izquierdo, así que me conviene esperar un lugar libre en el lado derecho. Si, ni a palos me siento del otro lado, sino me voy a incinerar. En la última fila tampoco, porque está justo sobre el motor y sube todo el aire caliente. Muy adelante no me gusta, así que básicamente me quedan ocho asientos en los cuales me puedo ubicar sin problemas. Son cuatro filas. Tengo que estar atento para que si se libera un lugar no me lo arrebaten. En la primera fila hay dos señoras, en la segunda la chica linda y un flaco, en la tercera un tipo con cara de loco y otro flaco, y en la cuarta una mujer y un tipo. ¡Está zarpado el calor! Suponiendo que puedo elegir en que asiento ubicarme… lo ideal sería que se baje el flaco que está al lado de la chica linda, así yo puedo ocupar ese lugar. Igual no voy a hacer nada, pero que se yo. La segunda mejor opción sería cualquiera de las tipas de la primera fila, me da igual. Y sino, en la cuarta fila. No me quiero sentar junto al loco, no me gusta su cara. Bueno, por lo menos no sube mucha gente al colectivo, y los pocos que o hicieron se acomodaron en los asientos que yo descarté. Uy, se baja el flaco… bien, pude sentarme bastante rápido y encima al lado de la chica. Qué linda que es, che… ¡qué injusto! No se si era una buena opción, porque ahora creo que voy a sufrir más. Bueno, pero en definitiva es el asiento que me tocó. Estaría bueno poder entablar un diálogo, tal vez invitarla a tomar algo. Es buena la de bajar detrás de ella, preguntarle si conoce algún bar por la zona, e invitarla. Pero es jodido, hay que animarse. Igual no, estoy todavía muy lejos de casa. No da bajarse en cualquier lado y recibir una negativa. Bueno, listo, hago así entonces: Si se llega a bajar en el puente de Thames o el de Márquez, la invito. Total si me dice que no, no pierdo nada. De todos modos, ja, es la auto-apuesta más cómoda. Hay un montón de paradas antes, y otras tantas después. Las probabilidades de que justo vaya a bajar en una de esas dos son muy pocas. Si realmente tuviera el coraje de invitarla o de hablarle no haría estas pavadas. Pero no importa, dale, quedamos así. Si se baja ahí, cumplo. Todavía igual queda bastante viaje por delante. Se está reacomodando en el asiento y agarrando la cartera. Me parece que no llega, que se va a bajar. No, creo que fue una falsa alarma, se quedó al final. Bueno, entonces ¿qué le digo? Me tengo que bajar detrás de ella y le pregunto si conoce el bar Oveja. Si baja ahí, puede que lo conozca y entonces me va a indicar como llegar; o que no tenga la menor idea. Realmente eso no cambiaría demasiado las cosas. Independientemente de su respuesta, le digo que la invito a tomar algo. No preguntarle si quiere ir, sino con seguridad, afirmándolo: te invito. Lo peor que puede pasar es que diga que no, y listo, me cruzo de calle o voy para el otro lado. En cuestión de segundos la pierdo de vista y no pasa nada. En la teoría no es muy grave. Está hablando por teléfono. ¿Será con un novio? ¿Con la madre? ¿Una amiga? No, no llego a entender nada de lo que dice. Ya estamos por panamericana; las distancias se van acortando. ¡Qué nervios! No puedo ser tan cobarde. Si se baja, me bajo; ya lo dije. Tranquilo, tranquilo. Estamos por Fondo de la Legua, es un punto decisivo. Las dos próximas paradas son las que puse en juego, es el momento clave. Igual hay pocas chances de que… ¡no te lo puedo creer! ¡Se baja en Thames! ¿Ahora que hago? En el fondo pensaba que esto no iba a pasar. Se baja. Ya tocó el timbre. Yo también tendría que bajar. No se que hacer… Si, ya se que me lo prometí, pero no me animo ahora, ¡la puta madre! Está con un pie en la calle, todavía tengo tiempo para actuar impulsivamente y redimirme. Me siento paralizado… se cierra la puerta. Arrancó el colectivo y la voy perdiendo de vista mientras ella camina… ¡Soy un pelotudo!).

viernes, 5 de marzo de 2010

Vaqueros Paganos

Si que son una gran banda. Y me da orgullo poder decir que son amigos mios. Bah, en realidad no es que nos juntemos los fines de semana a comer un asado o esas cosas, pero yo los siento mis amigos. Y creo que si no supiera quién goma son, los iría a ver igual, porque la música que hacen está zarpada, y el disco que grabaron es una verdadera joyita. Hacía rato que no los veía en vivo, así que las ganas se iban acumulando, y valió la pena el miércoles pasado hacer tiempo durante 5 horas para poder verlos. Sabía que si después del laburo volvía a casa, me iba a dar fiaca salir, así que evité que eso pasara.

Y ya que estamos, pasamos el chivo:
http://www.myspace.com/vaquerospaganos

Son grosos, Vaqueros!

martes, 2 de marzo de 2010

La invasión

El calor se hace sentir en la ciudad. La temperatura del asfalto asciende considerablemente, y Buenos Aires se vuelve intransitable, pero no tanto por el nivel térmico, sino por una causa mucho más significativa para evitar salir de casa, siempre y cuando esto sea posible. Las calles están siendo invadidas, y en realidad no es algo nuevo. Esto viene ocurriendo desde hace un tiempo largo, aunque es cierto que en los últimos años la situación se ha complejizado un poco, y la llegada del clima veraniego siempre hace que reflorezca, incrementando su poder destructivo.

Muchas personas parecen no darse cuenta de lo que ocurre, o tal vez elaboraron un sofisticado sistema de autodefensas por el cual ya están inmunizados, y no se ven afectados en lo más mínimo. Pero otros tantos se encuentran en un estado permanente de alerta, ya que no pudiendo alejarse de la rutina del día a día manteniéndose a salvo en sus casas, asumen el riesgo de salir a la calle y enfrentarse cara a cara con las criaturas invasoras, cientos de veces al día, ya que se encuentran por todas partes. En cualquier sitio donde haya acceso a seres humanos puede toparse uno con ellas, principalmente por las calles de la ciudad y en algunos transportes públicos.

Increíblemente no se ha comprobado que la invasión sea dañina para la sociedad, aunque sea cierto que muchos han muerto a causa de ella, y otros tantos sufren, principalmente sintiendo una opresión en el pecho, y una angustia que genera un vacío en el alma. Esto último es lo que le ocurre a alguien cuando entra en contacto visual con una de las invasoras, porque son ellas, las mujeres hermosas, las que avanzan cual plaga por la ciudad, luciéndose y dejando tras de sí un sendero de hombres agonizantes.