lunes, 1 de noviembre de 2010

Día 21: Sorata te refresca

13.sep.2010

Durante la noche estuvo lloviendo, por primera vez desde que empezamos el viaje, lo cual estuvo bueno por el hecho de lo placentero que me resulta dormir con el ruido de la lluvia, pero por otro lado estaba esa intranquilidad por no saber cuánto iba a durar el mal tiempo, ya que a la mañana teníamos que salir rumbo a Sorata. La Paz amaneció con el cielo despejado pero con bastante frío. Ya en viaje nos dimos cuenta que además de la lluvia había nevado en los puntos más altos de los alrededores.

Llegando a Sorata pero estando todavía a algunos kilómetros se podía advertir algo de su belleza, porque es un pueblo que está sobre la ladera de la montaña, y desde la lejanía se veía el verde que tiene en su contorno y el río que corre por la base del monte. Ya habiendo llegado y sin terminar de dar la vuelta a la plaza, pude decir que me gustó el pueblo, al cual le encontré ciertas similitudes con Tupiza y Purmamarca. Por un momento nos pareció que encontrar hospedaje iba a ser tarea no muy sencilla, ya que caímos justo en el día de una festividad, pero que no se bien de qué consta. Así que después de preguntar en un par de lugares y recibir por respuesta que estaba todo lleno, encontramos disponibilidad en el Hospedaje Residencial Sorata, y ya no seguimos preguntando y nos quedamos ahí.


La calle en bajada que conduce de la plaza hasta el río.


Por la tarde comenzamos a caminar calle abajo, en busca de un acceso al río. Después de unas cuantas cuadras cada vez más difíciles de avanzar, se terminó el poblado y continuamos por un estrecho sendero que se metía por entre los árboles sobre la ladera de la montaña. Nos topamos con un cartel de propiedad privada, pero no le hicimos caso y seguimos bajando por el camino. Al acercarnos a una casona de donde salía música a un nivel importante, se nos acerca un muchacho y nos pregunta qué estábamos necesitando, a lo que le respondimos que queríamos llegar al río. Nos comenta que hay otro camino de acceso público, pero que por esta vez podíamos pasar por su propiedad. El flaco se llama David, tiene esa casona antigua y alquila las habitaciones a los mochileros que pasan por ahí, y también tiene un increíble lugar para acampar, que lo pudimos ver cuando seguimos bajando un poco más.

El llegar al río fue una gran satisfacción. Habíamos dejado atrás el frío de La Paz, y ahora la temperatura era perfecta ya que estaba haciendo más de veinte grados. El sol estaba bajando pero aún iluminaba bien y mantenía el aire templado. Y después de tantos días de viaje sin prácticamente ver agua, nos encontramos en medio de ese paisaje maravilloso, rodeado de vegetación, con montañas nevadas haciendo de fondo, y con ese placentero sonido del correr del agua por entre las piedras que sirvió para refrescarnos internamente. Fue como un cambio de aire para todo lo que vinimos recorriendo hasta el momento, tanto que nos quedamos un largo rato ahí, sentados sobre las rocas en silencio, sintiendo el lugar en donde estábamos, hasta que el sol bajó más y nos obligó a volver al pueblo.


El refrescante río, en el que daba gusto quedarse en silencio.


Por la noche empezó la fiesta en las calles. Algunos juegos tipo kermesse, comida en abundancia, dos escenarios con músicos en vivo, y más comparsas desfilando alrededor de la plaza, cada una con sus propios bailarines y orquestas integradas por instrumentos percusivos y de viento. Muchos fuegos artificiales, luces de colores, y montones de gente feliz, bailando al pie de uno de los escenarios en donde toca un grupo llamado el “Trío Oriental”. Mucha cerveza por todos lados, y además pasan algunas personas que se ve que son parte de la organización, regalando unas tacitas de te con alcohol, que es muy rico y tienta a permanecer en la fiesta. Constantemente vuelven a uno a llenarle la taza, y así durante horas. A nosotros el cansancio nos ganó. En este momento es la 1:15 de la madrugada, y si bien no es tarde para el ritmo de vida que llevamos en Buenos Aires, los tiempos acá son diferentes y muy pocas veces nos acostamos después de las 23:00 horas. Víctor ya está dormido, aunque no se cómo hizo porque afuera la fiesta sigue, y hay música a todo volumen que retumba increíblemente en nuestra habitación que está frente a la plaza.


Las calles soratenses, plagadas por personas alegres
que bailaban y tomaban muchísimo alcohol.

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