viernes, 26 de noviembre de 2010

Día 35, parte 1: El impacto del Machu Picchu

27.sep.2010

Arrancamos el día bien temprano apenas pasadas las cuatro de la mañana. Hicimos punto de encuentro con todo el grupo en la plaza de Aguas Calientes, y arrancamos con la caminata ascendente hasta el Machu Picchu. El acceso al parque fue absolutamente demoledor, ya que constó en subir escalón tras escalón durante una hora. Pese a la relativa frescura de la mañana, ya que el sol aún no había salido, llegamos muy agotados, y creo que transpiramos más durante esa hora que en todos los días pasados. No éramos solamente nosotros intentado llegar, sino cientos y cientos de personas, ya que en Aguas Calientes había muchísimos contingentes de turistas, y obviamente todos con un mismo objetivo. Al ser angosta la escalera de acceso a Machu Picchu, se formaba una fila interminable que algunos respetábamos, pero que otros pelotudos tomaban como si fuese una carrera por llegar primero, e intentaban avanzar por el costado.


Junto a Víctor, Mercedes, Frederique y Aurelie en la entrada
del parque, en un estado absolutamente deplorable.


Llegar a la entrada del parque se sintió como un gran logro, y como durante la caminata nos fuimos dispersando con los demás compañeros del grupo, ya que cada uno lo fue haciendo a su ritmo, al encontrarnos nuevamente arriba lo festejamos. Para poder ingresar tuvimos que esperar ahí unos cuantos minutos, y también para anotarnos para subir al Waynapicchu, que es esa montaña alta que se ve detrás de la típica postal del Machu Picchu, ya que solamente puede subir una cantidad limitada de personas por día. Por tantos minutos de espera no pudimos ver el amanecer sobre las ruinas, aunque posiblemente de todos modos no lo hubiésemos podido hacer ya que estaba bastante nublado, o mejor dicho éramos nosotros quienes estábamos dentro de las mismas nubes.


Las ruinas, todavía cubiertas por las nubes de la mañana.


Una vez dentro del parque empezaron a verse algunas ruinas, pero fue muy impactante un momento en que íbamos todos por una especie de pasillo lleno de gente que impedía ver hacia delante, y cuando por fin pude avanzar y llegar al frente de la fila, me encontré con esa típica imagen del Machu Picchu que uno tiene vista de todos lados; esa impresionante postal te impacta no gradualmente, sino que de lleno en el medio de la cara y del pecho. Empezamos a recorrer esa ciudad incaica que es realmente muy grande, y que es imposible hacerlo todo en un solo día. Cuando el sol empezó a subir las nubes desaparecieron, permitiendo apreciar el espectáculo de ese lugar en todo su esplendor. Y ahora mientras escribo me doy cuenta que tengo muy poco para decir sobre este sitio, pese a todo el impacto que genera y lo maravilloso que es, posiblemente porque haya que conocerlo para saber de qué se trata.


Impresionante vista del Machu Picchu que te llena los ojos.


Después de unas cuantas horas caminando por entre esas ruinas con tanta historia, empezamos a subir al Waynapicchu, que significa “montaña nueva”, así como Machu Picchu es “montaña vieja”, ya que antes de que las ruinas incas fuesen descubiertas, la gente del lugar llamaba a la montaña con ese nombre. Ascender al Waynapicchu es bastante difícil y cansador, por la altura a la que se está y las grandes rocas que hay que subir, pero vale la pena llegar hasta el punto más elevado de la zona y ver todo desde las alturas. Después de bajar y pese al cansancio, con Frederique teníamos ganas de seguir recorriendo el parque, tal vez subiendo alguna otra montaña, y como Víctor y Aurelie no tenían muchas ganas de eso, fuimos nosotros dos hasta el puente del Inca, cosa que sinceramente no vale la pena.


Con Frederique en la cima del Waynapicchu.


A media tarde y después de todo un día agotador en las ruinas empezamos a bajar, ya que poco después del anochecer teníamos que tomar el tren en Aguas Calientes para el retorno a Cusco. Frederique me comenta que no se sentía muy bien del estómago, así que frenamos algunos segundos a la sombra para que pudiese descansar y tomar un poco de agua. Algunos minutos más tarde otra vez tuvimos que hacer una pausa por su malestar, que ya se reflejaba en su semblante y en la desaparición de su sonrisa. Seguimos avanzando escalones abajo y la situación no parecía mejorar. Al toparnos con la ruta zigzagueante que cortaba en repetidas ocasiones el trayecto de la escalera, le pregunto a ella si no prefería que esperásemos ahí a que pasara uno de los buses que bajaban desde el Machu Picchu hasta Aguas Calientes, pero me dijo que no era necesario, y que podía seguir caminando. Así que continuamos, y para alivianarla un poco cargué con su mochila, sumándola a la mía.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario