miércoles, 3 de noviembre de 2010

Día 23: Perder el micro

15.sep.2010

Como ayer estuvo la fiesta soratense copando las calles no pudimos preguntar nada sobre la salida de buses hacia La Paz, ya que no hay viaje directo hasta Copacabana, y para ir hasta allá teníamos que pasar de nuevo obligadamente por la capital. Antes de desayunar fuimos a averiguar eso, y compramos pasajes para las nueve de la mañana. Para esto eran ya las ocho y media, pero no suponía ningún problema porque nuestro alojamiento estaba a veinte metros del lugar de salida de los buses. Preparamos nuestras cosas, desayunamos en la habitación, y dos minutos antes de las nueve salimos del hostel. Al cruzar la puerta veo un bus saliendo, pero no me preocupé porque todavía no era la hora. Simultáneamente estaba llegando otro vacío, así que me dirijo al chofer y le pregunto si era éste el de las nueve, a lo que me responde que no sabía aún, y que tenía que preguntar en la agencia. Va, y al regresar me dice:
-Este es el de las nueve y media.
-¿Cómo el de las nueve y media? –miro la hora en mi celular que marca las 8:59-. ¿Y el de las nueve?
-Pues ya se debe haber ido.
-¿Cómo se va a ir si todavía no son las nueve?
Entonces entro a la agencia y le pregunto a la chica que nos vendió los pasajes por el bus de las nueve, y me señala ese mismo que estaba estacionado en la puerta. Así que nos dirigimos hasta ahí más tranquilos, ya que posiblemente sea habitual este tipo de demoras, aunque posiblemente no haya sido más que un método de autoconvencimiento, porque más en el fondo no estaba muy tranquilo con la respuesta que me dio la chica de los pasajes. Pusimos nuestras mochilas en el techo y nos acomodamos en nuestros lugares a esperar la partida.


La plaza de Sorata, después de la noche de fiesta.


Todo iba bien hasta que se nos acercan dos muchachos y nos dicen que estábamos en sus lugares, a lo que respondemos que no, que teníamos comprados los asientos número siete y ocho. Sacan su boleto donde efectivamente se veía que tenían nuestros asientos, y nosotros hacemos lo mismo para que viesen que habíamos comprado los mismos números, y que posiblemente haya sido un error de la empresa. Pero entonces uno de los flacos me dice que no, que nosotros teníamos para el bus de las nueve y éste era el de las nueve y media. Cuando todo parecía calmado, otra vez tenía que aparecer la intranquilidad de saber que ese no era nuestro micro. Los flacos con buena onda se acomodaron provisoriamente en otro lugar, yo me quedé guardando los asientos y cuidando las mochilas, y Víctor fue a la agencia para solucionar el malentendido. Al ratito vuelve y me dice que la chica le dijo que este era el bus de las nueve y media y que el nuestro ya se había ido, y entonces ahí fui yo a ver que onda. Ella me dijo que el micro salió puntual como siempre y que nosotros a esa hora no estábamos ahí. Le costó un poco de trabajo entender que no estábamos llegando ahora, sino que desde hacía quince minutos que estábamos esperando sobre la camioneta. Vi en el talonario del bus de las nueve y media, que todavía había lugares sin vender, por lo que le pregunté si no podíamos cambiar nuestro pasaje ya pago por otras dos butacas en el micro próximo a salir, a lo cual me respondió que no, porque la plata de los pasajes se la lleva toda el chofer (cosa que era verdad porque lo vi cuando los fui a comprar), así que el que salió minutos antes de las nueve se llevó nuestra plata, y el conductor del próximo bus no tiene nada que ver. La única forma sería que el chofer decidiese llevarnos por su cuenta. Así que lo fui a encarar, le comenté lo que había pasado, y le pregunté si nos podía llevar haciéndonos el favor, ya que nosotros pagamos los boletos pero el otro se fue antes de tiempo y no tenía plata para volver a comprar otros pasajes. No hizo mucho efecto mi pedido. Me dijo que él no nos podía llevar, que no tenía nada que ver y que necesitaba la plata por los asientos, todo esto mientras me esquivaba con la vista, retrocedía algún paso y buscaba conversación con la chica de la agencia, claramente intentando evitar la situación.

Con bronca, pero viendo que no había otra posible solución y no daba seguir perdiendo tiempo, compramos otros dos boletos para ese bus. La chica me anotó el número de coche en el pasaje inválido, y me dijo que con eso podíamos hacer el reclamo en La Paz, y que ahí nos tendrían que devolver el dinero. Finalmente subimos al bus de las nueve y media, que salió a las 9:36. ¿No era que siempre salían puntuales? Con mucho menos de esos seis minutos no hubiésemos perdido el nuestro, y eso me dio más bronca. De todos modos no era tanta plata, y durante el trayecto me fui mentalizando que en La Paz la situación no iba a cambiar demasiado. Cuando llegamos a destino comento en la agencia lo que nos pasó, pero me dicen que el chofer, que es quien tiene la plata, se había ido hacía un rato a no sabían donde, pero que tenía que volver, así que si yo quería podía quedarme esperándolo o volver más tarde. Le expliqué que no podía, porque ahí mismo me tenía que tomar un micro a Copacabana y ya no iba a volver a La Paz. Ahí buscaron su número de teléfono como para contactarlo, pero justo el de él no estaba registrado. No tenía sentido quedarse esperando posiblemente en vano, así que resignamos esa plata y nos fuimos.

Horas más tarde llegamos a orillas del lago Titicaca. Es realmente muy lindo, por su color azul y su inmensidad. Cruzamos en lancha hasta Pedro de Tiquina, y de ahí continuamos el viaje en micro hasta llegar a Copacabana. Después de conseguir hospedaje, que fue el más barato que conseguimos en todo Bolivia a diferencia de lo que yo pensaba por tratarse de un lugar tan turístico, salimos a dar una vuelta y de casualidad nos encontramos con Christelle, que estaba esperando un micro para irse a Cusco. Seguimos paseando, y pocos minutos después nos encontramos, en la misma calle, con Franco y Paola, la pareja italiana que habíamos conocido en Potosí. Nos quedamos charlando un rato ahí mismo, después se nos sumó Simona, otra italiana compañera de viaje de ellos, y todos juntos fuimos a cenar una rica trucha al limón. Después, ya sin la presencia de Paola que se fue a dormir, fuimos a un bar, y como si estuviese en Buenos Aires me tomé un buen fernet, como para terminar la noche acortando distancias.


En la lancha, cruzando el Titicaca hasta Pedro de Tiquina.

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