lunes, 18 de octubre de 2010

Día 16: En el interior de la mina (parte dos)

8.sep.2010

Después de la charla explicativa de Pedro, y ya recuperado por esos minutos de descanso, continuamos avanzando mina adentro. Si bien la mayor parte del camino la hacíamos nosotros tres solos, en algún momento nos encontrábamos con algún minero o grupo de ellos, a quienes les dábamos parte de los regalos. En tramos el túnel tomaba una altura que permitía caminar con total normalidad, pero en otros obligaba a encorvarse, a veces excesivamente, e incluso en alguna oportunidad a tener que arrastrarse por una abertura mínima entre las rocas. Pudimos ver a los mineros trabajando, moviendo rocas de un lado a otro a una temperatura realmente agobiante. Al llegar a un punto donde ya se complicaba seguir avanzando, nos detuvimos y apagamos nuestros faroles durante unos minutos para poder apreciar la absoluta oscuridad de la mina. Si bien me senté en el suelo para descansar, el poco oxígeno que había en el ambiente no parecía ser suficiente para recuperar el aliento en su totalidad. Empezamos a caminar rumbo a la salida, pero tuvimos que detenernos porque un grupo de mineros estaban cargando con rocas un carro, el cual obstruía la única vía de salida, y que tenía que ser empujado al exterior sobre unos rieles que recorrían todo el interior de la mina. Pedro, que es ex minero, se puso a ayudarlos con la tarea para alivianarles el trabajo. Una vez lleno el carro tenían que empujarlo, cosa que tampoco es sencilla debido a que tiene un peso aproximado de dos toneladas y sólo lo mueven entre dos o tres personas. En total fueron no más de diez minutos de espera, pero que fueron sencillamente insoportables. El calor era tanto y el oxígeno tan poco que costaba mucho esfuerzo mantenerse en pie. En ese momento tuve un poco de miedo de desmayarme, porque sentía que ya había agotado toda mi energía. Cuando por fin el carro se movió pudimos avanzar, esforzándome un poco por mantener el equilibrio. Si bien ya estábamos de regreso a la superficie, me preocupaba que todavía faltaba prácticamente la mitad del trayecto, y no sabía si tenía suficiente fuerza para eso. Pero al seguir caminando llegamos a un tramo donde ya no estaba tan pesado el ambiente y fundamentalmente donde se notaba un incremento en el oxígeno. Ahí me recuperé un poco y ya no costaba tanto esfuerzo seguir adelante.


Esperando en un rincón mientras pasa el carro.


Mientras seguíamos camino, Pedro nos contó que trabajó durante cuatro años en la mina, desde los diez hasta los catorce de edad, pero que se fue y ahora a sus veintinueve, con la agencia The Real Deal intentan sacar de ese trabajo sacrificado a los mineros que pretenden hacerlo. De todos modos no es tarea fácil, porque pese a la insalubridad del oficio, muchos se sienten agradecidos a las minas y el trabajo se va heredando de generación en generación. Su propio padre trabajó durante cuarenta años como minero, y actualmente tiene dos hermanos, uno mayor y uno menor y que están trabajando en la mina, y que prefieren seguir haciéndolo porque para ellos es un trabajo en el que tienen más libertad que por ejemplo siendo empleados de alguien en la superficie. Cuando escuché esto me llamó mucho la atención. Estábamos en un angosto túnel bajo quién sabe cuántos metros de tierra, sin el menor rastro de luz solar pese a estar cerca del mediodía, y con dificultades para respirar normalmente, pero pese a todo para algunos mineros eso era la libertad.


Sonriendo levemente, porque se podía respirar aire fresco.


Seguimos caminando y cuando por fin vi una luz blanca al final del túnel (curiosa metáfora entre la mina y la muerte) sentí un poco de alivio. Ya en el exterior pudimos respirar hondo y recuperarnos completamente. En total estuvimos unas dos horas y media bajo tierra, sin hacer ningún tipo de actividad más que caminar, y aún así se vuelve difícil de sobrellevar. Que es una experiencia única e impactante no tengo dudas, porque se pueden ver las verdaderas condiciones de trabajo dentro de la mina, y sentir aunque sea mínimamente en carne propia lo que ellos sienten, pero por otro lado es como raro ir como pasea a ver gente que está trabajando en pésimas condiciones. En todo momento tuve esa dualidad de sensaciones y por eso no termino de darme cuenta si el tour está bueno y vale la pena o no.


Pedro, Víctor y yo antes de salir de la mina.


Por la tarde fuimos a la casa de la moneda, hoy convertida en museo. La entrada salía veinte bolivianos, y para poder sacar fotos había que pagar otros veinte más, cosa que no hicimos, así que los recuerdos permanecerán únicamente en nuestras mentes. El museo no se dedicaba sólo a la historia de la moneda, que era lo que yo pensaba, sino que se extendía un poco a la de toda la región. Estaba bueno, pero tampoco era la gran cosa. Lo más impactante eran unos bebés momificados que estaban expuestos en una vitrina y verdaderamente daban impresión.

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