martes, 1 de diciembre de 2009

Aquel verano

Esteban nunca pudo olvidar aquel verano, y a medida que corren los años parece estar cada vez más arraigado en su mente. Ese verano que tal vez haya sido el último de su vida.
Por aquellas épocas, en plena adolescencia, solía ir a pasar el verano al pueblo de Cerro Azul, en la provincia de Misiones, junto a su primo Lucas, quien habitaba en aquella locación. Eran unas semanas fantásticas, despojándose más no sea temporalmente de las ataduras de la vida de la ciudad. Lucas vivía con sus padres en una clásica estancia de campo, y dedicaban sus días a la rutinaria tarea del cuidado de la siembra y de los animales que poseían. Pero para Esteban esto era asombroso, quien se sentía maravillado de poder recorrer interminables caminos de tierra bajo el sol de la tarde, de alimentar a los conejos y las gallinas, recoger huevos, y ver como carneaban a algún que otro corderito para el almuerzo, mientras que Lucas se sentía complacido al ver que lo que era su tediosa labor del día a día, era tan entretenido para Esteban, quien no imaginaba que tal vez ese verano haya sido el último.
De todos modos no todo era trabajo de campo, ya que frecuentemente ambos pasaban largas horas vagando por el pueblo, recorriendo los lugares preferidos de Lucas, visitando amigos, yendo a la pileta del club, a la plaza, y saludando a los demás parientes que vivían en Cerro Azul. Durante toda su infancia, Esteban había ido a vacacionar a ese pueblo con sus padres, por lo que en estas nuevas visitas veraniegas se armaba un recorrido para poder compartir algunos minutos con las tantas personas a las que debía de saludar, aunque sea por mera cortesía. En realidad le fastidiaba tener que ir a visitar de compromiso a estos parientes. Aunque capaz, si hubiese sabido que tal vez ese era su último verano, lo hubiera podido tomar de forma diferente.
A la noche, ambos primos dormían en la misma habitación. Pasaban largas horas charlando o mirando televisión hasta que el sueño los venciera. También se armaban guerras de almohadas, que según como viniese la mano podían transformarse en guerra de zapatillas. De todos modos era poco probable tener un par de zapatillas a mano, ya que la gran parte del día se las andaban en ojotas. Muy difícilmente andaban descalzos, ya que en el pasto había unas pequeñas espinas, que el viento las movía de un lado a otro. Una broma clásica era a la tarde, cuando se metían al tanque australiano para refrescarse, que uno saliera rápido y se llevase consigo las ojotas del otro hasta la casa, para así obligarlo a caminar descalzo los cien metros que separaban el chalet del tanque.
Una noche, ya entrada la madrugada, estaban ellos en la habitación mirando una película. Al terminar, Esteban se levanta de la cama, para ir al baño antes de ir a dormir, tal como estaba acostumbrado. Estando dentro de la casa, ni se le cruzó por la cabeza la necesidad de calzarse. Caminó unos cuantos pasos, y al salir del cuarto sintió un fuerte pinchazo en la planta de su pie derecho. Instantáneamente creyó que en el suelo habría una ramita con espinas, de las que solían abundar afuera de la casa, y que por algún descuido una de ellas había quedado en el piso interior. Si bien ya prácticamente había apoyado el pie, al sentir el dolor del pinchazo, lo levantó por acto reflejo. En ese momento sintió un frío que le recorrió el cuerpo de punta a punta, y quedó paralizado por el terror. Al levantar el pie, vio en el suelo, estático pero claramente con vida, a un escorpión. El pánico se apoderó de él, aunque hizo todo lo posible por no demostrarlo. La primera reacción que tuvo fue avisarle a Lucas que estaba este bicho dentro de la casa, pero no se atrevió a mencionarle que le había picado. El primo, al ver al arácnido, corrió felizmente en busca de un frasco para poder atraparlo y disfrutar de su maravillosa anatomía, que no suele verse con frecuencia. Esteban continuó su caminata hasta el baño. El cuerpo le temblaba, y el corazón latía a toda máquina a causa del pavor.
El mismo miedo, sumado a una dosis de inconciencia, lo llevaron a no decirle nada a nadie. No le comentó a Lucas del hecho, y mucho menos pensó en despertar a sus tíos para que lo llevasen a algún hospital o centro sanitario que debía haber en el pueblo. Estando en el baño, mirándose al espejo, supo lo que tenía que hacer, ya que había optado por permanecer en silencio. Lo único que tenía a su alcance, era practicar la succión del veneno, tal como se ve en las películas cuando una persona es atacada por una serpiente. Así que se sentó en la bañera y dispuso la pierna de modo tal que la planta del pie quedó de frente a su cara. Vio un pequeño puntito, minúsculo, en el lugar donde todavía tenía la sensación del reciente pinchazo. Apoyó sus labios en el lugar indicado y succionó con todas sus fuerzas, para luego escupir la saliva en la pileta. Luego apretó con sus dedos en la zona afectada, y asomó una minúscula gota de sangre. No quedó muy conforme; tuvo la sensación de que de haber veneno en su cuerpo, después del procedimiento no había cambiado la situación. Pero esto no le hizo cambiar de opinión y siguió guardando su secreto.
De regreso a la habitación, vio a Lucas que estaba en cuarto contiguo, examinando al escorpión. Éste lo llamó para que lo investigaran juntos y compartir ese momento, pero Esteban acusó estar muy cansado, y que se iba a dormir, a lo cual su primo le restó importancia. Pese al temor, decidió acostarse. Supuso que ya no había nada que pudiese hacerse, y que todo estaba en manos del destino. Apagó la luz, y con el correr de algunos minutos empezó a sentir una especie de hormigueo en el pie. Esto lo asustó más aún, aunque también podía tratarse de algo meramente psicosomático. Con esta sensación de estar tal vez en su última noche, de que si realmente su cuerpo había sido envenenado no despertaría jamás, se quedó dormido.
A la mañana siguiente abrió los ojos y vio la claridad, y escuchó el cantar de los pájaros. Una alegría infinita se apoderó de él, ya todos los temores habían quedado atrás, y tenía la absoluta certeza de haber superado ese momento clave. Saludó a Lucas, y ahora si tuvo ánimo para ver cara a cara al escorpión, quién yacía muerto dentro de un frasco con alcohol. Se quedó largo rato contemplándolo, como victorioso. Nunca se había sentido tan cerca de la muerte, y por suerte no fue más que un susto, un gran susto.
Días más tarde, llegó el fin de las vacaciones, y Esteban se trajo consigo a Buenos Aires el frasco con el bicho adentro. Lo mostraba a todo el mundo, simplemente diciendo que era un lindo animal, pero para sus adentros lo exhibía como una medalla.
Pasaron muchos años desde aquel verano, cuando Esteban empezó a sospechar algo. Comenzó a tener la sensación de que algo no andaba del todo bien. Una seguidilla de años decadentes lo llevaron a una reflexión, que sólo después pudo relacionar con aquel verano. Tuvo la sospecha de que tal vez había encontrado su deceso aquella noche, y que todo lo vivido desde la mañana siguiente fue una especie de sueño eterno. O tal vez estaba internado en un coma, causado por las toxinas del veneno, y de igual manera todos estos años fueron un producto de su imaginación. Y se dio cuenta que no tenía forma de comprobarlo, lo cual lo llevó a una profunda angustia. Pero después comprendió que no tenía sentido amargarse, ya que si las cosas van demasiado mal, siempre está la esperanza de algún día poder despertar de ese coma, ya que en definitiva, que mejor que tener esa férrea esperanza de que todo pueda mejorar repentinamente de un instante a otro.

1 comentario:

  1. Todo va a ser mejor siempre que lo desees...

    Besitos
    Alejandra (TUTI)

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