miércoles, 29 de diciembre de 2010

Raíces

Fue poco tiempo después de su ruptura con aquella morena de ojos verdes, cuando se dio cuenta que su corazón había echado raíces. Ya no tenía, y posiblemente no volvería a tener jamás, ese mismo corazón de años atrás, cuando todavía no la había conocido a ella. En ese entonces era de todos modos un corazón frágil, pero con una superficie perfectamente lisa y definida, suave al tacto, y que podía ser graficado con bordes claros y concretos. Pero ya no después del paso que ella hizo por él. No estoy diciendo que la morena de ojos verdes haya sembrado el mal en su corazón con intenciones de alterar eso tan perfecto que él poseía. Nada de eso. Incluso es posible que ella nunca se haya enterado de la transformación ocurrida. Una transformación que tuvo que ser gradual e imperceptible a los ojos de ambos, hasta que poco tiempo después de la ruptura él se dio cuenta que algo había cambiado ahí, adentro de su pecho. Y aunque no haya sido un maléfico plan elaborado minuciosamente sino algo casual e incontrolable, fue ella la responsable de esta mutación. O mejor dicho, fue la causante, porque de otro modo puede llegar a interpretarse que fue ella quien tuvo absoluta responsabilidad por lo ocurrido. Pero es posible que también él se haya dejado estar, sumergido en la comodidad y vaya uno a saber en qué pensamientos, y se acordó de revisar el estado de su corazón cuando ya era demasiado tarde para remediarlo. Ese músculo que supo tener una textura impecable, casi meritoria de ser expuesto en una vitrina, hoy aparenta absolutamente diferente, plagado por cientos, y tal vez miles de raíces que como pequeños bracitos emergen de su interior y salen disparados en todas direcciones, generando que ese corazón que tiempo atrás supo ser libre, hoy permanezca suspendido en el centro de una telaraña autoprovocada por sus incontables raíces, que se extienden hasta mucho más allá de lo que se consigue ver. De todos modos no cuesta demasiado trabajo imaginar o suponer cuál es el destino de esos brazos. Es posible que el extremo allá distante de cada uno de ellos se encuentre sujeto con mucha fuerza a un recuerdo. Recuerdos que vinculan al propietario del corazón con aquella morena de ojos verdes. Algunos de ellos pueden ser de momentos muy puntuales como algún beso, pero otros, y tal vez sean éstos los que están fijados por raíces más difíciles de quebrantar, sean de cosas mucho más sutiles como la sensación provocada por un roce, el brillo de aquellos ojos verdes, un rayo de sol entrando a la cocina durante una mañana primaveral, e incluso otros tan sutiles e inexplicables que sólo poseen sentido en su mente, y resulta imposible siquiera pretender exteriorizarlos.

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