jueves, 23 de diciembre de 2010

Muerte.com

-Hola.
-Hola, ¿cómo estás? –le preguntó Patricia mientras lo saludaba con apenas un contacto de mejillas.
-Bien… dormido.
-Si, yo también. No pude dormir mucho por la tormenta.
-¿Sabés que no me di cuenta de nada? Me enteré que había llovido recién cuando salí a la calle.
-¿No escuchaste nada?
-No.
-No te puedo creer… hubo truenos, relámpagos, de todo.
-Lamentablemente no escuché nada de nada. Están bárbaras las tormentas eléctricas para dormir –respondió Esteban.
-Ay, no, no me gustan.
-Si, son lo mejor que hay, sobre todo si no hay que madrugar a la mañana siguiente.
-¡Estás loco! No está bueno dormir con tormenta.
-¡Si! Tirado en la cama… tapado hasta el cuello… y que afuera el mundo se venga abajo…
-No, no.
-…El ruido del viento sacudiendo los árboles… las gotas pegando contra la ventana…
-Me asustan las tormentas –confesó Patricia.
-¿Cómo te van a asustar? Si no pasa nada.
-Pasa que una vez tuve una mala experiencia. Estábamos una noche por una ruta en Córdoba con Carlos y la gordita. De repente se largó a llover, pero no una lluvia común… no te puedo explicar la cantidad de agua que caía. Nosotros seguíamos andando, y como la tormenta no aflojaba, se empezó a inundar toda la ruta.
-¡Uh!
-Si, al principio vimos cómo se empezaba a acumular agua en la banquina, pero después llegó un momento en que ya no se distinguía dónde estaba la ruta. ¡No sabés el pánico que me agarró!
-Jodido –dijo Esteban mientras levantaba las cejas por el asombro.
-Fue muy feo, porque no sabíamos por dónde estábamos. Y además, como era de noche, la luz de los faros del auto iluminaban las gotas, y no podíamos ver más allá de la trompa. Más o menos íbamos calculando de estar dentro de la ruta por la distancia a la que estábamos de unos cercos a un lado y otro del coche. El tema es que también nos daba miedo frenar o andar muy despacito, porque podía llegar a aparecer un auto de atrás y nos llevaba puestos.
-¿Y qué hicieron? –preguntó Esteban sin quitarle la vista de encima a Patricia.
-Anduvimos así un rato, unos veinte minutos más o menos, alertas y con mucho miedo. Nosotros queríamos tirarnos a la banquina, bien contra el cerco para asegurarnos de estar fuera de la ruta, y quedarnos ahí esperando a que afloje la lluvia. Pero no nos animamos porque viste que a veces en la banquina hay como una zanja…
-Ah, claro.
-Y si era así y nos llegábamos a caer ahí adentro con el auto…
-No, si, obvio. Te vas a la goma y ahí sí que no salís más.
-Claro. No sabíamos bien que hacer, y encima con la gordita…
-¿Y cómo siguió la cosa?
-En un momento vimos que había como una tranquera ahí nomás, a unos metros de la ruta, así que dedujimos que había un camino medianamente recto desde la ruta hasta ahí. El único problema fue que como era de noche, cuando vimos la tranquera ya estaba a nuestra par…
-Claro.
-…Así que con el riesgo de que viniera alguien atrás nuestro y nos llevara puestos, frenamos ahí nomás, en el medio de la ruta, e hicimos marcha atrás unos metros para poder meternos por el supuesto camino ese.
-Arriesgada la maniobra. Por suerte no venía nadie.
-Si, la verdad. Y ahí nos quedamos a esperar que dejara de llover.
-Pero, ¿no cruzaron la tranquera esa?
-No, ni locos –respondió Patricia-. Con lo que llovía. ¿quién iba a bajar del auto? Estaba todo lleno de agua. Además del otro lado de la tranquera tampoco se distinguía ningún camino.
-Es verdad. ¿Y estuvieron mucho tiempo esperando?
-Hasta la mañana siguiente. Primero estuvimos un buen rato hasta tranquilizarnos, tomamos unos mates, y después el sueño nos ganó y nos quedamos dormidos. Durante la noche me desperté un par de veces, pero seguía lloviendo, así que nada, ni lo desperté a Carlos. Capaz ya no había agua en la ruta, pero como estaba todo oscuro no se veía nada, y había que prender las luces del auto para eso. Y después me volví a despertar mientras estaba aclarando, y ahí vi que ya estaba mejor el panorama, y pudimos seguir camino. Pero la verdad que no la pasé para nada bien.
-Si, me imagino que debe haber sido un poco angustiante la situación, pero…
-¿Un poco? –interrumpió Patricia-. No sabés lo feo que fue. Esa sensación de estar a ciegas en el medio de la nada.
-Bueno, está bien, pero tampoco me parece que sea como para tenerle miedo a las tormentas. No es algo típico lo que viviste.
-Pero el hecho de sentir que la muerte puede estar cerca te cambia completamente el panorama. Ese día sentí que podíamos morir, que cualquier cosa nos podía pasar.
-El verdadero problema era que podías morir muy lejos y nadie se iba a ir hasta Córdoba para velarte –comentó Esteban intentando poner un poco de humor a la charla.
-Es verdad… -Patricia sonrió- …mucha guita en pasajes. No, pero me hubiesen traído y me velaban por acá.
-Me parece que yo no hubiese ido.
-Ah, pero qué mala onda –dijo siguiéndole la broma.
-No, pero hablando en serio, no están buenos los velorios.
-Y, obvio que no. Se acaba de morir una persona. No es una fiesta.
-Si, pero la muerte es algo natural, y que se yo, estaría bueno poder desdramatizar un poco los velorios. A los que tuve que ir, creo que me terminaron bajoneando más que la muerte misma. La sala de velatorios es un ambiente muy frío, lúgubre… la gente está ahí parada, mirando el ataúd, y ni te digo si es a cajón abierto. El fiambre ahí… ¿Qué necesidad hay? Es demasiado morbo. El cajón tendría que estar siempre cerrado, y el velorio… que se yo… tendría que ser distinto. Es muy deprimente que estén todos ahí parados, en silencio, casi empujándolo a uno a sentirse mal y al llanto. El que murió, murió. Ya fue, no se va a poder hacer nada contra eso. Capaz que tendría que haber algo de música en el ambiente, que la habitación esté decorada de una forma un poco más cálida, y no ese frío mármol por todos lados. Unos sillones tendría que haber, y también algo de comida… no se, unos sandwichitos, o unas masas para entretener a la gente.
-No, no podés hacer eso. Es una falta de respeto al que se acaba de ir.
-¿Por qué falta de respeto? Es como hacen en las películas. Capaz que al muerto le gustaría que sus seres queridos la pasen bien en su propio funeral. Sería como ser un buen anfitrión desde el más allá.
-Me parece demasiado.
-O sino directamente que no haya velorios. El negocio de la muerte es de terror. Lo que lucran con todo eso. El cajón vale un huevo, las coronas de flores también, y para mi gusto no sirven de nada. Primero que cuando están en la sala largan un olor que es repulsivo, no tienen un perfume rico. Y después las llevan hasta el cementerio y quedan ahí, pudriéndose… no le veo demasiado sentido. Además genera cierta competencia: como si el que compra la corona más cara fuese el que más quiso al fiambre. Tendrían que desaparecer los velorios y fue.
-Coincido con lo que decís, que hay mucho negocio alrededor de la muerte, pero es necesario el velatorio, porque hay gente que quiere despedirse del que se acaba de ir.
-Bueno, pero entonces habría que buscar nuevas formas. Por ejemplo, se me ocurre que podrían sentarlo al muerto en una silla, y ponerlo arriba del techo de un auto…
-Vos estás loco –comentó Patricia divertida con la ocurrencia de Esteban.
-…Y salir a dar vueltas con el homenajeado ahí, encabezando la caravana. Estaría bueno, sería pintoresco por lo menos. Pero eso sí, hay que tener cuidado y atarlo bien. No vaya a ser cosa que se caiga y que lo pisen todos los que vienen atrás.
-¿Y la gente lo saludaría a su paso? –preguntó sumándose a la idea.
-Claro, esa es buena. Se organiza el paso de la caravana por el barrio del difunto, ponele. Algunos pueden sumarse a la marcha de autos, y los demás están parados en las veredas, saludando a medida que avanza el muerto. Incluso podrían tirarle flores a su paso… aunque pensándolo bien, lo de las flores es como más de lo mismo. Podrían tirarle papel picado, bombitas de agua, serpentinas…
-¿Pero qué es, un velorio o un carnaval?
-Y… si me presionás un poco te digo que el carnaval tiene mucha más onda. Yo creo que si se hiciera algo por el estilo, la gente dejaría de vivir las muertes como algo tan trágico. No tiene mucho sentido sufrir tanto, si de hecho la única certeza que tenemos es que todos vamos a terminar así.
-Bueno, entonces intentá que alguien me avise cuando te mueras, así voy a tirarte de esas espumas en aerosol.
-¡Genial! –exclamó Esteban.
-Igualmente no termina de convencerme del todo. Es como un método demasiado festivo. Pero se me acaba de ocurrir que existen otras maneras para que la gente pueda despedirse. No se bien cómo, pero ya que internet acorta las distancias, capaz se la podría aplicar a todo este asunto.
-Si, totalmente. ¡Sos una genia! –exclamó Esteban-. Habría que inventar un portal que sea de velatorios virtuales. Los que quieran despedir al muerto entran al sitio, y ahí pueden ver imágenes que lo inmortalizan, tal vez acompañadas de su música favorita. Todos los parientes que visitan el sitio pueden chatear entre sí, tal como lo harían en un velorio convencional. Se le pueden dejar mensajes al fallecido, y seguramente varias cositas más. La verdad que me parece una idea muy buena.
-Fuera de toda la locura de esta charla, creo que puede llegar a convertirse en algo realizable.
-Absolutamente. Yo creo que habría que trabajar la idea un poco más y buscar la forma de concretarla. Si se puede hacer algo, vamos mitad y mitad con las ganancias.
-Si, dale, pero lo dejo en tus manos porque yo no entiendo nada de todo eso.
-Ah, bueno, entonces después arreglamos bien el tema de los porcentajes –dijo Esteban, esbozando una sonrisa-.
-Me parece bien. Ahí viene mi colectivo, tarde como siempre. Espero que mi jefe no me mate.
-O por lo menos que espere a que esté terminado el sitio web.

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