domingo, 23 de mayo de 2010

Ilusión

Era un viernes de otoño, de esos días en que empieza a sentirse el azote de los primeros fríos. Por apenas unos minutos había pasado la medianoche, y finalmente no encontré plan para hacer nada, lo cual tampoco me angustiaba demasiado. El viento helado que soplaba, era más que tentador para quedarse adentro, refugiado por las paredes, y escuchando algo de buena música hasta que el sueño venciera.

En eso me suena el teléfono: era Mica. No nos conocíamos hace mucho tiempo, y estábamos empezando una relación. Ese mismo día a la tarde habíamos hablado, como casi todos los días, y yo le pregunté si quería salir a la noche. Me contestó que le gustaría mucho, pero que ya había arreglado para encontrarse con unas amigas que no veía desde hace bastante tiempo. Por eso, me sorprendió un poco su llamado a esas horas. Brevemente me explicó que se iban a juntar con las chicas por Belgrano, y que como su amigo y vecino Ramiro tenía que ir para ese mismo lado en auto, aprovechó el viaje. Resulta que estaban ya en camino, cuando una de las amigas la llamó para avisarle que por algún motivo que no venía al caso, se suspendió la reunión. Mica no quería volverse sola a su casa, pero tampoco se podía quedar con Ramiro, quien iba a ir a una fiesta con sus amigos, en la terraza del edificio de uno de ellos. Me preguntó que estaba haciendo, y si tenía ganas de ir para capital, así hacíamos algo nosotros dos. Yo no tenía ningún plan, y como me daban ganas de verla, acepté la invitación. Ella, para no quedarse sola y poder hacer tiempo, iba a ir con Ramiro a la fiesta de la terraza, y cuando yo estuviese por ahí, la idea era que nos fuésemos para algún lado. Así que de repente, de estar en mi casa a punto de acostarme, surgió una salida inesperada, que daba la sensación que podía ser una noche agradable, por como se venían dando los encuentros anteriores.

Tenía el auto en el taller, pero poco me importó en ese momento. Hice un esfuerzo por recordar cómo eran las salidas años atrás, cuando lo natural era ir a tomarse el colectivo a cualquier hora. De todos modos, las ganas de ver a Mica daban un gran empuje para no dejarse llevar por la comodidad. Agarré plata, llaves, celular, preservativos por las dudas… estaba todo en orden. Abrí el placard para agarrar la campera, pero la percha estaba vacía. Ahí recordé que en la semana se la había prestado a ella, una tarde que fuimos a tomar algo, y refrescó abruptamente. Resoplé mientras por un momento me quedé dubitativo; pero la falta de un abrigo no iba a convertirse en un obstáculo.

Con la cabeza puesta en la noche que me esperaba, salí de casa y caminé las diez cuadras para tomar el colectivo en Panamericana. Cuando finalmente llegó el 60, yo ya estaba bastante alterado, después de cuarenta minutos de espera. Ya en viaje me fui serenando. Mica me mandó un mensaje de texto preguntándome por dónde estaba, y le respondí que el colectivo se demoró mucho, pero que ya estaba en camino. Al rato, me llegó otro mensaje en el cual me decía que estaba un poco borracha, y nuevamente me preguntó cuánto me faltaba. Un poco de ternura me dio. Me la imaginé en la terraza, tímida y un poco aburrida, y optando tomar un poco de alcohol para sentirse quizás más parte de fiesta. Yo estaba tardando más de lo que me hubiese gustado, así que era entendible que haya decidido no quedarse aislada en un rincón. Incluso, estando ella un poco alegre, la noche podía resultar más tentadora aún. Me bajé del colectivo en Plaza Italia, y para hacer más rápido me tomé un taxi hasta la dirección que Mica me había pasado. Antes de llegar me llegó un nuevo mensaje preguntándome por dónde andaba, y le respondí que en cinco minutos estaba ahí.

Al llegar al edificio, la llamé al celular para avisarle. El teléfono sonaba, pero ella no me atendía. Volví a intentarlo, pero nada. Entonces fui a tocar timbre, pero tampoco recibí respuesta alguna. Seguí intentando alternadamente entre llamados telefónicos y timbre, y mi humor iba cambiando a medida que pasaban los minutos y nadie me contestaba. Aproximadamente unos veinte minutos después de haber llegado, finalmente me atendió, y cuando escuché su voz al teléfono, me di cuenta que estaba bastante alcoholizada. Le pregunté dónde estaba, y me respondió que ahí, en la fiesta. Le dije que estaba desde hace unos veinte minutos en la puerta intentando comunicarme con ella. Entre risas me dijo que estaba un poquito borracha, pero que ahí bajaba y me abría; que la esperara. Empecé a sentir una indignación que crecía dentro mío. Me apoyé en una columna cruzándome de brazos, como para intentar mantener el calor de mi cuerpo y hacerle frente al frío de la madrugada, mientras esperaba que ella apareciese. Pasaron dos minutos, y nada. Pasaron cinco, ocho, diez, doce… y Mica no aparecía. Ya me estaba poniendo de mal humor, pero quería intentar controlar ese sentimiento, porque en cualquier momento ella iba a aparecer y no quería anular la posibilidad que todavía existía de pasar una linda noche. Pero la espera ya se había hecho demasiado extensa. La llamé una última vez, pero ya poco me importaba la respuesta del otro lado: en cuanto cortase la comunicación me iba a volver a casa. El teléfono sonaba y ella nuevamente no atendía. Mientras todavía escuchaba el tono, pude ver a un grupito de personas que estaban en el pasillo de entrada del edificio, y me pareció que ella estaba ahí. Efectivamente lo estaba, pero sólo que inconsciente de la borrachera que tenía. La reconocí, pero como estaba lejos, quise creer que me había confundido. La bajaron del ascensor arrastrándola por el piso, y la apoyaron contra una pared. Uno de los flacos levantó la vista, y al verme parado en la vereda, contemplando esa situación, se dirigió hacia mí decididamente. Después de salir, me preguntó si yo había ido para buscarla a Micaela. Era Ramiro, el amigo. Se lo veía enojado con ella, y la insultaba por haber terminado en ese estado. Y con cara de indignación decía que era doblemente idiota, porque encima me había hecho ir a mí desde tan lejos, y todo para que yo llegue y ella esté desmayada en el piso. Yo ya estaba en un estado de indignación total. Estábamos los dos parados en la vereda, y Ramiro me invitó a entrar. Tranquilamente podía haber dado media vuelta e irme por el mismo camino que llegué. Incluso tuve la oportunidad de hacerlo antes de que Ramiro descubriese mi presencia, pero por algún motivo no lo hice. Fuimos caminando por el pasillo hasta llegar a ella, que estaba prácticamente desmayada. Tendría que haberme retirado a tiempo, y tal vez buscar algún bar por la zona, y sentarme a tomar y pensar, tareas que siempre vienen de la mano, y así esperar que al día siguiente todo estuviese en su sitio. Uno de los presentes propuso llevarla hasta afuera, para que pudiese reanimarse con el aire fresco, y con una iniciativa propia de quien también tomó de más, quiso alzarla. Pero al hacerlo, a Micaela se le levantó todo el vestido, por lo que quedó en bombacha a la vista de todos, ofreciendo un espectáculo bastante humillante para ella (aunque no era consciente de nada) y para mi, que todavía no sabía que rol estaba jugando, pero lo sentía como un golpe directo. Los demás presentes acordaron que no convenía llevarla a la calle, porque el aire no le iba a calmar la borrachera, y en cambio podía enfermarse. Decidieron llevarla arriba, y recostarla en la cama del amigo de Ramiro, hasta que se le pasase un poco el malestar.

De repente la escena era muy extraña; yo estaba en el departamento de alguien que no conocía, con dos flacos que nunca supe bien quiénes eran, y con el amigo de Mica que era dentro de todo el que más manejaba la situación. Y ella, que era la única persona a quien conocía, y por quien había llegado hasta ahí, estaba inconsciente, borracha, tirada en la cama, semi desnuda porque el vestido inevitablemente se le levantaba, mostrándole sus partes íntimas a todos los presentes. Realmente era muy humillante, y yo estaba ahí como un simple testigo. Era tal vez el que más dolor sentía con toda esa situación, pero estaba muy de visitante, y no podía hacer nada al respecto. Uno de los presentes (supongo que el dueño de casa) le preguntó a Ramiro que quién era yo, y éste le respondió a viva voz que “es el chongo de Micaela, y se vino desde la loma del orto”. Sonreí incómodo, y tenía muchas ganas de irme, pero ahora no era tan sencillo, y yo solo me había metido ahí adentro. Estaba intentando controlar mi mal humor, y la verdad que no tenía nada de ganas de estar ahí presenciando ese espectáculo vergonzante, pero si me quedé fue solamente porque me pareció que Mica estaba en un estado de vulnerabilidad, y no me parecía bien dejarla ahí, en esas condiciones. Ella balbuceaba cosas inentendibles, y cada tanto intentaba abrir los ojos, pero su estado seguía siendo el mismo.

Después de un rato los dos flacos que estaban ahí se fueron nuevamente para la terraza, y yo me quedé en el departamento con ella y Ramiro. Mi enojo estallaba hacia adentro, intentando no exteriorizar mi fastidio, pero Ramiro todo lo contrario. Se mostraba molesto porque sentía que no la podía dejar, y que por su culpa se estaba perdiendo la fiesta. Le dije que si quería que se fuese para la terraza, que de todos modos yo me iba a quedar ahí cuidando de ella. Iba y venía por la habitación, pensando, y al rato decidió hacerme caso y se fue, previo a dejarme su número de teléfono, por cualquier cosa que pudiera pasar. Una vez que se retiró, la soledad me ayudó a relajarme un poco. Me senté en la cama, a su lado, para pensar, bajar un par de decibeles, y tratar de razonar la situación. Ella reproducía algunos sonidos y trataba de abrazarme, mientras yo intentaba controlar una enorme batalla de contradicciones que se generaban en mi interior. En un momento le noto una cara de malestar, por lo que le pregunté si se sentía mal y si tenía náuseas. Al no recibir respuesta, repetí mis palabras, y frunciendo el ceño movió la cabeza afirmativamente. Con bastante esfuerzo, porque su cuerpo estaba como muerto, la levanté y la llevé hasta el baño. La senté sobre el bidet y la mantuve reclinada sobre el inodoro, sosteniéndola porque ella no mantenía el equilibrio, y sujetándole el pelo para que no se le ensucie mientras ella vomitaba. Me quedé a su lado, acompañándola. En un momento parecía querer recuperarse, y aproveché ese instante para ir a buscar un vaso de agua. Volvió a lanzar un par de veces más, pero evidentemente ya no había nada en su estómago. Al cabo de un rato parecía que ya se había normalizado, y como nuevamente se había quedado dormida, le limpié la boca, la alcé y la llevé hasta la cama, pero unos minutos después de recostarla, empezó a tener arcadas, así que le pedí que aguantara, mientras la llevaba otra vez hasta el baño.

Cuando Ramiro volvió al departamento, yo todavía estaba en el baño ayudando a Mica, y ya habían pasado más de dos horas desde mi llegada. Me dijo que la fiesta ya no daba para más, y que con los amigos habían decidido de ir a algún boliche. Así que me dijo que su idea era llevarla hasta su casa, porque sino íbamos a tener que quedarnos toda la noche para que se recuperase. Entre los dos, como pudimos le pusimos la campera a ella, y salimos al pasillo. Ramiro me dijo que me alcanzaba hasta algún lugar que me quedara cómodo para tomar el colectivo. Cuando salimos a la calle, él se fue a buscar su auto y yo me quedé parado, con ella en brazos. En la puerta del edificio había un grupito de muchachos, que aparentemente querían entrar a la fiesta sin invitación, y pude escuchar cómo por lo bajo hacían algún comentario, ya que otra vez Micaela traía todo su vestido levantado dejando todo al descubierto. Llegó Ramiro, y entre ambos la acostamos en el asiento trasero. El viaje fue en absoluto silencio, salvo por algún que otro vocablo indescifrable que intentaba emitir Mica. Al principio Ramiro intentó sacar algún tema de conversación, aunque sea para tapar el silencio incómodo causado por la falta de su estéreo, pero yo tenía demasiadas cosas abalanzándose interminablemente en mi cabeza como para fingir que me interesaba compartir el momento. Minutos después me preguntó si cualquier puente de Panamericana era lo mismo para mí, y tras responderle afirmativamente, me dejó en Melo. Media hora más tarde, ya estaba en casa, con la sensación de que la pesadilla de esa noche por fin había llegado a su final, pero con una total incertidumbre de lo que había pasado y lo que estaba por venir.

Cuando me desperté, tenía varias llamadas perdidas de ella en el celular, pero el enojo todavía estaba muy presente, y no tenía ganas de hablarle. Esperé que pasaran las horas con la idea de que mi cabeza se fuera despejando, pero de todos modos el efecto no fue significante. Cuando volvió a llamar, tomé aire y atendí. Durante la conversación yo estuve bastante apático. Me pidió perdón por lo que pasó, y me dijo que se sentía mal por la situación. No sabía lo que había pasado, porque según ella no tomó descontroladamente. Lo último que se acordaba era el mensaje de texto que me había mandado preguntándome por dónde estaba, y de ahí un bache mental hasta que se despertó en su casa. Tenía el recuerdo de haber escuchado mi voz en algún momento, pero nada más que eso. Ni siquiera recordaba la charla que tuvimos cuando la llamé desde la puerta del edificio. Cuando se despertó, lo primero que hizo fue llamarlo a Ramiro, para ver si efectivamente yo había ido. Él le contó que yo fui, y que me había quedado con ella todo el tiempo, ayudándola. Mica sintió mucha culpa por esto, verdaderamente se sentía mal y quería que la perdone.

Me llamó varias veces por teléfono ese fin de semana, tal vez empujada por la culpa, pero no pudimos vernos por otros compromisos que teníamos los dos. En las primeras charlas yo estaba más cortante, pero después puse todo mi empeño en dejar el rencor a un lado. Al escuchar su voz, un poco me relajaba, me dejaba llevar, pero en soledad el cerebro se ponía en marcha y parecía no descansar, y surgía una dualidad de pensamientos que chocaban entre sí. Por un lado el más racional, que entendía que Mica no quiso que la noche terminara así. Fue ella quien me había llamado para que nos viéramos, y quien tenía ganas de salir conmigo. Cometió un error, eso si, en no poder controlar lo que tomaba, pero estaba claro que no fue adrede. De todos modos, aunque mi costado racionar entendiera todo esto perfectamente, estaba también presente el otro lado, llamémosle el sentimental, que se sentía dolido y defraudado. Al empezar a salir con Mica deposité en ella cierta confianza, y después del incidente empecé a sentir que en realidad no la conocía para nada, o por lo menos bastante menos de lo que creía. Y si bien en ese momento entendía que lo acontecido tampoco era algo tan trágico como para sepultar la relación, lo cierto era que había perdido un poco de interés en ella.

Durante la siguiente semana no nos pudimos ver, por la incompatibilidad de los nuestros horarios, pero de todos modos hablamos bastante por teléfono, y me sentí bien por no haber dejado que la desilusión del incidente me venciera, porque ahora todo parecía ir recobrando su naturaleza, y tenía ganas de verla, dejando las cosas innecesarias en el olvido. Habíamos mencionado para hacer algo juntos en el fin de semana, así que el sábado la llamé para ver que tenía ganas de hacer. Me dijo que no tenía ganas de salir, y entonces le insinué para tal vez hacer algo el domingo a la tarde si el día estaba lindo. Entre sollozos, me explicó que no tenía ganas de salir, pero no el fin de semana, sino en este momento de su vida. Me contó que había hablado con su ex, y habían discutido, y eso la había desestabilizado emocionalmente. Me dijo que me quería, que yo era una gran persona, y pareció retumbar en el tubo cuando dijo “no quiero estar con nadie”. Yo estaba desprevenido para eso, así que no supe como reaccionar. Me saludó, nos despedimos, y al cortarse el teléfono otra vez no sabía bien donde estaba parado. Entendí que la aparición de un ex puede provocar cosas imprevistas, y eso me dejó tranquilo dentro de todo. Los llamados empezaron a hacerse cada vez más esporádicos, pero en cierto modo eso era algo entendible, así que no me preocupé demasiado. Ella necesitaba estar en soledad para superar sus conflictos personales, y una vez alcanzado ese objetivo, nuestra historia podía continuar sin inconvenientes. Como seguíamos en contacto, lo más probable era que cuando hubiese pasado el tiempo necesario, y Mica ya estuviese definitivamente preparada para una nueva relación, yo me iba a enterar, e íbamos a volver a salir.

Era un sábado de primavera, de esos días en que el sol empieza a entibiecer el cuerpo, haciendo necesario el uso de un abrigo solamente durante la noche. Yo iba caminando solo por la calle, casualmente pensando en Micaela, a quien no había vuelto a ver desde aquel incidente, y en ese momento la recordaba porque todavía tenía mi campera en su poder. Pero no había problema, porque sabía que ella me iba a llamar cuando tuviese ganas de salir con alguien. En mi cara se dibujó una leve sonrisa, de esas que son el reflejo de un recuerdo mezclado con cierta ilusión, pero mi rostro se desdibujó en cuanto la vi. Mica estaba caminando por la misma vereda, tan solo unos metros delante de mí, abrazada a un flaco. Instintivamente detuve mi marcha, mientras ellos continuaron su paso y a la vez que se besaban volvió a retumbar en mi cabeza el eco de “no quiero estar con nadie”.

5 comentarios:

  1. Amigoooo

    Ya sabes mi frase no???

    Bueno el resumen de tu historia aplica aca!!

    Abrazo!!!

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  2. "no quiero estar con nadie" por lo general no es verdad (mas bien, "no quiero estar con vos"), y cuando lo es, es relativiiiiiiiiisimo

    uno nunca sabe lo que le va a pedir la bomba de sangre que tenemos en el pecho

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  3. ... el problema es que el protagonista de la historia es una buena persona,,,


    ..seamos realistas,,, eso es un problema.

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  4. Buenos Aires caducó. Venite conmigo a Nueva Zelanda Pana!!

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  5. es que cuando las personas están confundidas lastiman a los demás. y no es que no se den cuenta: se dan cuenta, incluso se arrepienten, pero muchas veces tardan...
    abrazos!

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