miércoles, 10 de marzo de 2010

Arrepentimientos

Muchas veces uno se arrepiente de cosas que hace, o de la elección de ciertos caminos que se ha decidido transitar. Puede pasar mucho tiempo y entonces a la distancia, en una mirada retrospectiva, aparece la sensación o incluso la certeza de haber obrado mal. Tampoco necesariamente tiene que ser algo tan drástico como para que la decisión que uno tomó sea catalogada de errónea. Estos arrepentimientos pueden referirse también a nimiedades, y a Pablo Marino esto solía ocurrirle con relativa frecuencia. Incluso tenía la facultad (si así se la puede llamar) de cambiar de parecer sobre la marcha.

“Si yo soy un solitario antisocial, ¿para qué me pongo a hacer estas cosas?”, se preguntó esa misma noche mientras caminaba por la avenida Callao, queriendo llegar a su casa antes de que amaneciera, y aún con la música zumbando en sus oídos.

Días antes una amiga lo había invitado a su cumpleaños. Ellos se habían conocido por circunstancias remotas de la vida años atrás, y no tenían amigos en común. De hecho, durante mucho tiempo habían perdido el contacto, pero hacía unos meses habían retomado el diálogo, y la relación entre ellos gozaba de mayor fluidez que en cualquier otra época. En realidad Pablo tenía por ella un interés que iba más allá de la simple amistad, y como la buena onda era recíproca, lo que hizo fue proyectar ideas equívocas. Hacía cuatro años que Lorena no lo invitaba a un cumpleaños suyo, y eso lo llevó a que en esta oportunidad sintiera una extraña plenitud y cierto grado de esperanza.

Como el cumpleaños se festejaba en un boliche, él tenía la posibilidad de invitar a sus amigos para que asistieran esa noche, pero supo que si lo hacía, la situación lo inhibiría y le restaría posibilidades llegado el caso que pudiera avanzarle a su amiga. No le avisó a nadie, y llegado el día partió rumbo a la casa de Lorena, donde ella había organizado juntarse con todas sus amistades para tomar y comer algo, hasta que fuera la hora de partir hacia la fiesta.

Cuando Pablo entró al domicilio empezó a sentirse incómodo, pero no por algo que haya encontrado ahí. Su personalidad tímida y poco sociable lo posicionaban en la vereda opuesta a los amigos de Lorena que tomaban, reían, cantaban y sobre todo vivían con tanta naturalidad. Ella era el único motivo por el cual decidió ir, y el único nexo entre él y esa conglomeración de personas sonrientes y despreocupadas. Corrían las horas y hacía su mayor esfuerzo por intentar encajar. Cada tanto ella se le acercaba con algún comentario superfluo, pero en cuestión de un parpadeo ya se hallaba nuevamente formando parte de aquel grupo. Pablo estaba compartiendo la noche con mucha gente, pero principalmente estaba solo y se dio cuenta de ello. Acá fue cuando comprendió que tendría que haber actuado diferente, que tenía que haber invitado a sus amigos. Pero ya no podía dar marcha atrás; tendría que ir al boliche de todos modos, y claramente la situación no sería muy diferente.

Llegada la hora partieron hacia el lugar, que estaba bastante vacío. Con el correr de los minutos fue llegando más gente, y el grupo de Lorena comenzaba a bailar y beber. Pablo no tenía ganas ni de una cosa ni de otra, pero de todos modos se compró una cerveza como un último intento para acoplarse a la manada. Rápidamente se dio cuenta que era en vano, que la noche ya estaba perdida. Lo único que le restaba hacer era esperar un tiempo prudencial como para poder macharse sin ser recriminado.

Cuando se cansó de estar parado viendo como el grupo se divertía, empezó a caminar por entre las personas, que para esa hora llenaban por completo el establecimiento. La caminata resultó ser una buena tarea, ya que los tumultos de gente le impedían avanzar con facilidad, y entonces una pequeña travesía le consumía significantes minutos, lo cual se volvía conveniente. Para cuando se aburrió de deambular inmerso en el inevitable roce de todos esos cuerpos tibios, encontró en una tarima un lugar donde pudo sentarse. “Y pensar que en algún momento creí en la posibilidad de que esta noche pudiera llegar a pasar algo con Lorena…” Una vez más las cosas no se daban como él pudo suponer. Se apoyó contra una columna que tenía a su izquierda, y sin demasiado esfuerzo pudo conciliar el sueño. Al despertarse, calculó que habrían pasado unos veinte minutos. Un instante más permaneció sentado, observando los rostros de la gente que se hallaba a su alrededor. Miró el reloj y le pareció que ya era un horario prudente como para poder marcharse. Buscó a su amiga con la mirada para poder despedirse, pero no tuvo éxito y salió a la calle. Por suerte no la vio a Lorena, que estaba con un muy elevado nivel de alcohol en sangre, besándose furiosamente con un flaco del que ni siquiera sabía el nombre, ofreciendo una imagen desagradable y vergonzosa por el estado de ambos, con sus manos moviéndose compulsivamente, tratando de acaparar todo el cuerpo del otro.

Pablo caminó largamente por Callao, ya sin ningún apuro, observando el cielo despojado de luna, sintiendo un poco la paz que le brinda estar alejado de aquel recinto desbordante de personas que le fueron y le seguirán siendo ajenas.

4 comentarios:

  1. Para mi q pablo deberia poner los huevos en la mesa e ir a hablarle a su amiga.....el peor error es pensar tanto....(para mi)

    Dr.Coco

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  2. Justamente yo tambien pensaba en los arrepentimientos. Bah, no se si llamarlo arrepentimiento porque no tiene mucho sentido mortificarse por algo que ya paso, las decisiones que uno tomo, las tomo y ya estan, pero si, muchas veces me asombro de mi misma de la cantidad de veces que, convencidisima de algo, al tiempo cambie rotundamente de opinion! Si Rial tuviese un archivo de mi vida, me quemaria viva en publico con mis declaraciones contradictorias! jajaja

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  3. De acuerdo con el Dr Coco, a pensar menos y a actuar más.
    Nunca te quedes con las ganas de hacer o decir algo (y menos si está tan al alcance de tu mano y dentro de tus posibilidades)
    Todo sirve...la próxima vez no será asi...
    Besos

    Alejandra (TUTI)

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