viernes, 12 de diciembre de 2014

Seco

Dicen que para inspirarse
y componer una canción,
o al querer escribir cuentos
y encarar la redacción,
se precisa, obviamente,
además de la pasión,
que suceda algo malo,
un desengaño, una traición,
muerte, enojo o recelo,
angustia o desilusión.

Y algo de eso le pasaba
a alguien que escribía cuentos;
quien tenía una existencia
plagada de descontentos,
pero él los aprovechaba
y expresaba sus lamentos
convirtiéndolos en arte,
como se convierte el viento
en tormenta de verano
cuando el calor va en aumento.

En sus ya no pocos años
aprendió a sobrellevar
la rutina que día a día
lo albergaba de pesar,
al punto que ya podía
de algún modo manejar
no su suerte, pero un poco
empezaba a disfrutar
los placeres que las artes
comenzábanle a brindar.

Logró ser un hombre grande,
fuente de admiración
por parte de las personas
que leían su creación.
Mas no estaba satisfecho
pues sentía, y con razón,
un vacío en el pecho
dentro de su corazón,
por no haber hallado a alguien
que aceptara su pasión.

Él sentíase un artista
como supo serlo el Greco,
pero su único disfrute
era justamente el eco
de su alta narrativa.
Mas sentía siempre un hueco,
y creía en su infortunio:
ser de la vida un muñeco
que en el mar de los amores
perfilaba a morir seco.

Mas la suerte quiso un día
terminar su padecer,
transformando su existencia
de la angustia al placer.
Puso así en su camino
a una muy bella mujer
que de un día para el otro
supo hallar y conocer,
y con poco más de tiempo
muy feliz lo supo hacer.

Entre ambos ha existido
profundo y sincero amor
que alegraba tanto en días
como en noches al señor,
pues ella, y sin saberlo,
convirtióse en su motor,
más aún cuando al tiempo
se enteró de lo mejor:
que en ella nacía un niño
y él era el progenitor.

El cambio que hubo en su vida,
de otros años al presente,
fue muy grande, ya que ahora
lo rodeaba esa gente:
su mujer y su hijito.
Mas empezó a ser consciente
que su alegre día a día
alejaba de su mente
las ideas que otrora
de su arte fueran fuente.

Aún así, él recordaba
su antigua frustración;
esa soledad que siempre
le amargaba el corazón.
Y aunque ahora, ya hace rato
no hacía ni una redacción,
prefería que así fuera,
pues colmaba su pasión
con un hijo a quien cuidar
y una mujer en su colchón.

Los años de alegría
llegaron a su final
cuando la mujer se hizo
portadora de un gran mal,
que la fueron apagando
con constancia infernal,
con diabólica paciencia.
Pese al ansia de sanar,
luego de una mala noche
ya no pudo despertar.

Tras la muerte de su amada,
su mundo se vino abajo,
no pudiendo entender
cómo la vida le extrajo
de un tirón esa alegría
que tiempo atrás le trajo.
Hacía todas las mañanas
un descomunal trabajo
por iniciar otro día
y no sentirse un renacuajo.

Pero entendió que la vida
se trata de aprovechar
los momentos más felices,
y de algún modo transformar
las tragedias que a veces
nos pudieran de llegar,
cuando su hijo al observarlo
en un tan hondo pesar,
lo miró y le dijo: "hacete
un poema de ésto, papá".

Pana ©2014

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