domingo, 13 de febrero de 2011

Visitante nocturna

Creo que era sábado. Tal vez viernes, pero casi seguro era sábado cuando llegamos con mi hermano a ese bar. No lo conocíamos, nunca habíamos ido, pero a veces el simple hecho de cambiar de lugar, de repetir esa rutina de la cerveza durante la noche en un entorno diferente ya es suficiente para sentir un cambio. El bar era raro en su interior. En el fondo, contra una de las paredes se extendía la barra, pero más allá de eso no había nada. Las mesas y las sillas no formaban parte de ese entorno, ni siquiera esos bancos altos que sirven a los solitarios que gustan de acodarse a la barra, bebida en mano, mientras con la palma de la otra sostienen una cara que exterioriza preocupaciones tan largas como los interminables sorbos de cerveza. De todos modos el ambiente adornado con luces tenues de tintes cobrizos transmitía un aire de comodidad y pertenencia para quienes fuesen habitué del lugar, y ofrecía almohadones en el suelo para poder sentarse.

Sin siquiera mirarnos, como si conociéramos el lugar de toda la vida, nos sentamos sobre unas almohadas casi en el centro geográfico del bar, a la espera de que alguien viniese a tomar nuestro pedido. Por lo menos esa noche no había mucha gente, solamente un grupito de no más de seis personas que se paseaban cerca de la barra, como no sabiendo donde ubicarse.

Ya instalados me pongo a inspeccionar sutilmente con la vista el interior del bar, cuando de forma inesperada me topo con ella, una chica francesa que había conocido meses atrás durante un viaje por Sudamérica, y con quien vivimos en aquellos días un breve amorío. Después de terminado mi viaje nos volvimos a ver un par de días cuando su travesía la trajo a Buenos Aires, pero eso también ya había quedado algunos meses atrás, y si bien había perdido un poco el contacto con ella, sabía que por esta época debería estar por algún país asiático, posiblemente en Vietnam. Pero no, estaba acá en Buenos Aires, y tan sólo nos separaban algunos metros. Sacudí mis brazos para llamar su atención, y al verme se sonrió pero no mostró sorpresa, como si hubiese sabido que me encontraría en aquel lugar. Ella estaba con otra chica, y ambas se sentaron en el suelo junto a nosotros.

Qué extraño volver a verla en Buenos Aires, y así, tan repentinamente y sin previo aviso. Era todo tan casual, tan preciso que daba la sensación de ser algo armado por la semiconsciencia de un sueño caprichoso. Pero no, ella estaba ahí, frente a mi, y otra vez podía oír su dulce voz hablando en un forzado pero entendible español con un fuerte acento francés. La veía, tan simpática y vivaz como siempre, pero ahora con el cabello más largo que la última vez que nos vimos.

Su amiga no hablaba, estaba como abstraída mirando fijo hacia delante. Mi hermano tampoco emitió palabra, pero la verdad ni me di cuenta de eso en el momento; yo sólo tenía la vista clavada en ella, que extrañamente estaba de nuevo en Argentina. Ella seguía hablando y yo no quería interrumpirla para preguntarle el motivo de su regreso. ¿Acaso importaba? Ya había aprendido que a estas visitas momentáneas había que saber disfrutarlas mientras duraran sin hacer mucho cuestionamiento, así que me conformé con verla contenta, lo cual me contagiaba de felicidad.

Pasó el rato, y en un momento quedamos nosotros dos solos, mirándonos sonrientes. La verborragia de horas atrás (o tal vez minutos) ya había menguado, y aprovechando el silencio me dejé llevar por la curiosidad y le pregunté cómo es que decidió volver. Me contó que estuvo viajando por oriente, y en un país que no recuerdo si me mencionó, se había puesto a hablar con un muchacho, alguien nativo de aquel lugar; ella tenía una facilidad increíble para el diálogo y para relacionarse. Pero resultó ser que esa persona era un príncipe, o poseía algún puesto jerárquico similar en el país, no supo ella decirme con exactitud. Y parece ser que en esa cultura las personas comunes, ya sean nativos o turistas, no pueden dialogar con alguien de un estatus tan superior, por lo cual se vio forzada a abandonar el país. La veía contar esto, mientras mis manos recorrían suavemente su brazo izquierdo, y en un momento sus ojos azules brillaron mucho más que de costumbre. Hizo una pausa en su relato, y mirándome fijamente me dijo que al encontrarse en esa situación decidió volver a Buenos Aires porque me extrañaba y quería estar conmigo. Mi interior se llenó de una felicidad muda, y recuerdo su mano acariciando mi cara con una textura como si fuese el pliegue de una sábana, y la profundidad sincera de esos ojos que no veo desde que abandonó Buenos Aires para viajar por Asia, algunos meses atrás.

5 comentarios:

  1. Verdad o mentira, me encantó. Sobre todo por eso de no cuestionarse y disfrutar las cosas mientras duran.

    La duda que me queda es: se parecía un poco a Amelie? :P

    besos!

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  2. ¿Ficción o realidad?... Cualquiera de esas dos alternativas hubiese sido mejor.

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  3. Si, si, todo lo que quieras, dónde está mi muñeco dark?

    jlg

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  4. Pues ahí está, por mas que no genere demasiado con lo que haga lo hago lo mismo, no es fácil parar cuando se empieza!

    Abrazo!

    jlg

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  5. Que lindo relato. Yo me tiro por realidad. Cuanto hacía que no pasaba por acá.
    Un placer, like always...
    Besote!

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