lunes, 31 de enero de 2011

Ex viajero

Lo difícil de terminar un viaje, un gran viaje, es volver a encontrarse cara a cara con la gris y anestesiante rutina, y es doblemente frustrante cuando la mente fue proyectando ese conocer lugares y gentes a lo largo de futuras semanas que nunca llegaron y se desmoronaros bastante antes de lo previsto.

Y ahí estaba yo a fines de septiembre, en la hermosa ciudad de Cusco. Buenos Aires había quedado atrás hacía cinco semanas, pero todavía no había alcanzado siquiera la mitad del tiempo que tenía previsto para viajar. Debo reconocer que los primeros días me resultaron difíciles, e incluso llegué a replantearme los motivos por los cuales estaba alejándome de mi ciudad. Pero esos temores y esa incertidumbre que me acosaron, fueron desapareciendo a medida que me fui empapando con la magia de cada lugar nuevo y de las amistades pasajeras, que jugaron un papel clave en el viaje. Ahora en Cusco, y a tan sólo horas de haber conocido el Machu Picchu, sentía más ganas que nunca antes de seguir adelante conociendo ciudades y viviendo el día a día. Había aprendido a disfrutar, pero fue en ese momento cuando una noticia inesperada me hizo volver. Todas esas semanas venideras que habían sido planeadas sin plan alguno se esfumaron instantáneamente, y algunas horas más tarde dejé atrás aquella tierra incaica para reencontrarme con los bocinazos y los taxis de techo amarillo.

Los primeros días fueron complicados porque el recuerdo estaba todavía extremadamente fresco, pero se hizo llevadero ya que pude dedicarme al reencuentro con amigos, donde pasé horas contando anécdotas y repitiéndolas decenas de veces entre cervezas y comidas.

Mi habitación era testigo de la ahora reciente condición de ex viajero, luciendo en cada rincón algún objeto íntimamente ligado a las semanas anteriores, pero que con el correr de los días fueron desapareciendo, como la bolsa que tenía llena de golosinas del Perú, que fue vaciándose gradualmente hasta la muerte del último chocolate, o la mochila que descansaba contra la pared, la cual tardó unos cuantos días en ser archivada en lo alto del placard, junto a las posibilidades de reanudar el viaje.

A un mes del regreso todavía estaban muy frescos en mi cabeza los recuerdos del viaje, y sentía unas ansias muy grandes por continuarlo, aunque era consciente de que para ello iba a tener que pasar un tiempo, y con ello aparecía la necesidad de conseguir un trabajo. Gracias a un amigo conseguí una entrevista en un hostel. Al entrar al lugar me sentí como en casa, porque mi interior todavía encontraba un gran sentido de pertenencia con el estilo de vida del viajero, y este hospedaje me remontó mentalmente al de Cusco. Pese a estar en Buenos Aires quería seguir en contacto con todo ese mundo, y trabajar allí me lo permitiría, así como también conocer viajeros como durante aquellas semanas que habían quedado atrás. Pese a haber dado lo mejor de mí no obtuve respuesta, pero esa misma semana pasaron por Buenos Aires una pareja de finlandeses que conocí en Cusco, y encontrarme con ellos fue gratificante. Nos vimos tan sólo un par de horas, pero el hecho de hacerlo me generó una hermosa regresión a aquellos días tan felices. Sin embargo a la hora de la despedida volvió a invadirme cierta desazón, al darme cuenta que por más que mi mente no había terminado de aterrizar en Buenos Aires, mi cuerpo sí lo había hecho y tendría que permanecer acá por lo menos durante un tiempo.

Todavía con estos pensamientos rondando por mi cabeza estaba regresando a casa cuando me doy cuenta que se me había salido la pulserita del hostel de Cusco. Aún la conservaba en mi muñeca derecha como un recuerdo del viaje y de esa maravillosa ciudad, pero al desprenderse me ponía en evidencia de que todo aquello iba quedando cada vez más atrás.

Pocos días después me encontré paseando por San Telmo y Puerto Madero, tal vez los dos barrios más turísticos de la ciudad de Buenos Aires. Hacerlo fue volver a cruzarse constantemente por la calle con gente de todas las nacionalidades como ocurría en las calles cusqueñas, pero con la diferencia de que ahora yo era una especie de farsante en ese lugar; era un local entre los turistas angloparlantes.

Pero una nueva alegría apareció cuando llegó a la ciudad una amiga francesa que conocí durante el viaje. Fue un reencuentro muy feliz ya que realmente tenía ganas de volver a verla. De todos modos la situación había cambiado. Cuando nos conocimos éramos dos turistas viajando por un país desconocido para ambos, libres de toda responsabilidad y ataduras, y dispuestos a disfrutar de cada mínimo instante. Pero ahora, aunque ella seguía igual, yo había mutado al quitarme el uniforme de viajero, y de a poco mi cabeza iba recobrando los pensamientos que aquellas semanas de gloria supieron depurar. Durante su estadía aproveché para acompañarla durante su recorrido por la ciudad, e incluso fuimos ambos a pasear por el delta de Tigre, cosa que uno no suele hacer acá pese a que la distancia no sea mucha, y ello me devolvió mas no sea por unas horas la humanidad del viajero que supe tener.

Pero llegó una nueva despedida, como cuando nos dimos el adiós durante una mañana en la terminal de Cusco, con la diferencia de que en aquella oportunidad ambos teníamos mucho viaje por delante y la promesa de reencontrarnos en Buenos Aires. Pero ahora ella se alejaría con todavía unos cuantos meses de travesía por delante, y yo quedaría varado acá sin planes y sin la certeza de volverla a ver.

Esa misma semana en un determinado momento me doy cuenta que se había desprendido un pin de mi morral. Pero no un pin cualquiera, sino el que compré durante mi última hora en Cusco, en el aeropuerto. Me dio mucha bronca y tristeza la pérdida, y experimentando cierta angustia al ver cómo se iba extinguiendo todo lo que generaba un enlace entre aquel pasado lleno de plenitud este presente rutinario, me dispuse a desayunar y aproveché el momento para untarme dos tostadas con una mermelada que había traído de allá. Cuando estoy guardando el recipiente nuevamente en la heladera, éste cae al suelo explotando, y dejando a esas dos tostadas como las últimas que iba a poder comer con ese dulce.

Con tan sólo algunas semanas mi mente dejó de retener ciertos detalles, pequeños recuerdos sutiles de aquel pasado de viajero, pero que por algún motivo no desaparecieron por completo de mi cabeza, sino que fueron archivados en algún roncón, y luego un nuevo paseo por San Telmo actuó como disparador y los colocó nuevamente en primera plana, al encontrarme primero con un grupo de personas jugando al ping pong, y cuadras después cuando me ofrecieron marihuana, dos cosas que en Cusco eran de todos los días.

Las hojas del calendario continuaron cayendo, y estando ya a cuatro meses de aquel final abrupto, finalmente pude conseguir trabajo, que en el fondo tiene un solo objetivo, que es el de poder financiar la continuación del viaje y la realización de otros. Y a tan pocos días de mi comienzo laboral me fui a San Pedro a pasar el fin de semana, donde otra vez aparecieron cosas que funcionaron como vínculos mentales entre el presente y el pasado, primero porque en el camping había unos pequeños insectos que solamente había visto en las cercanías al Machu Picchu, y luego porque al abrir la bolsa de dormir me encontré con que en su interior estaba la remera que había usado durante los cinco días que duró la excursión a la ciudad sagrada inca.

Por más que siga pasando el tiempo, la rutina se instale plenamente y los recuerdos dejes de ser evocados, yo se que algún día voy a volver a Cusco.

7 comentarios:

  1. Siempre adelante Pana, siempre mirar para adelante. Que todo se da por algo.
    Abri los ojos, estate atengo a las señales. Y no te las pierdas por añorar lo que se te fue. Aprovechalas porque te acercan a lo que viene después.
    Obvio que vas a volver a viajar. Si todo a tu alrededor va en ese sentido!
    Beso y felicitaciones por el laburo!!!!!!!!

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  2. gracias iv.
    muy loco que apenas minutos después de publicar esto, arranca en la metro un programa de viajes. hoy el primer programa.
    je

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  3. Loco, lo leo, lo escribís con todo el talento, suena Sabato pero a mi me parece que esta genial todo eso, vas a seguir de viaje, ya estuviste de viaje, no todos pueden hacer semejante cosa. tenes libertad y los que tenemos eso deberíamos estar agradecidos.

    saludos!

    jlg

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  4. Viajar implica volver, es el costado áspero de la cuestión, ese sabor amargo que tiene la inminencia del inevitable fin.
    Pero volver también implica aquietar, asentar recuerdos, macerar vivencias. Claro que a riesgo de un poco de nostalgia.
    Así y todo, aquietar nos lleva a proyectar, a abrir espacios de posibilidades y de pronto ese volver que parecía fatal se vuelve un: Volver a viajar.
    Y eso, es lo mágico

    Marisol :)

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  5. Justamente hoy, un dia despues de volver de un nuevo viaje, leo este post.

    Tengo algunas cosas que decirte:
    1- Viajero una vez, viajero toda la vida. Solamente depende de vos, y eso lo sabes bien. Bastante gente conocimos como para saber que la plata no es excusa. Los amigos si, la plata no. Y, de ultima, siempre se puede volver para visitarlos.
    2- Los recuerdos son buenos, son la prueba de que tenemos una vida y no la desperdiciamos. Lo malo es vivir de recuerdos y negarse a generar nuevos.
    3- No seas maricon y en cuanto armes un buen colchoncito de pesos, soles, bolivianos y etceteras hace lo que realmente queres.
    4- En caso de darme bola en el punto 3, avisame a ver si puedo sumarme aunque sea por una fase de una version 2.0 del viaje.
    5- Si vendo el auto, compro una camionetita usada y salgo a hacer la ruta 40 de pe a pa, te sumas?

    Un abrazo!

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