-Al final no te conté la mejor parte de mi viaje por Europa –dijo Santiago mientras inclinaba el vaso para que la cerveza no hiciera tanta espuma.
Ezequiel le clavó la mirada por un instante, como sorprendido por la afirmación de su compañero.
-Con lo que contaste de los paisajes y de la maravilla de las ciudades, el viaje ya garpó. ¿Hay algo más entonces? –preguntó Ezequiel, ahora alcanzándole su vaso para que se lo llene.
-Si, es algo… groso.
-¿Y cómo va que no lo contaste hasta ahora?
-Pasa que los demás no me lo iban a creer, entonces callé para que no me boludeen –explicó Santiago, mientras con el dedo unía varias gotas caídas sobre la mesa del bar. Por eso te lo cuento a vos nada más.
-Bueno, dale, largá entonces.
-Este… Penélope Cruz está conmigo.
-¿Qué? –preguntó Ezequiel entre sorprendido e incrédulo.
-Que Penélope Cruz me tiró onda.
-¡Jajaja! Dale boludo.
-Es verdad, salamín, ¿de qué te reís?
Ezequiel, al ver el aspecto de sinceridad de Santiago, dejó de reírse e hizo silencio por unos segundos.
-La mismísima Penélope Cruz –reiteró Santiago.
-Es que está difícil de creer –profirió con razón Ezequiel-. Contá ya cómo fue eso, para ver si se entiende un poquito.
-Bueno… -Santiago apoya el vaso en la mesa y se acomoda mejor en su silla- …yo estaba en Madrid. Era un día nublado, lluvioso, así como hoy. Viste, esos días que no tenés ganas de hacer nada. Pero estando a tantos kilómetros de distancia lo sentís diferente.
-Claro, como que tenés la obligación de hacer algo, de aprovechar el tiempo al máximo –aprobó Ezequiel.
-Exacto, eso mismo. Yo estaba en el hotel, mirando por la ventana de mi habitación. Era realmente una pena desaprovechar un día ahí. Así que salí a la calle, y me quedé un rato parado en la puerta, aunque sea como para sentir el aire y romper un poco con el encierro.
-Pero para eso podías abrir la ventana del cuarto y listo.
-No, no es lo mismo –exclamó Santiago-. Además si abría la ventana se me llenaba todo de agua. En cambio, ahí afuera estaba protegido por un techito que había. Y así me quedé un rato, parado, fumando un cigarrillo, y mirando la calle, que si bien no tiene nada en particular que llame la atención, como que tiene pequeñas cositas que la diferencian de las calles de acá y le dan su atractivo.
-Pero por ejemplo, ¿cómo qué? –preguntó Ezequiel rascándose la barba.
-Y… qué se yo… no se me ocurre nada ahora –Santiago meneaba la cabeza, como intentando encontrar algo en un rincón de su mente-. Pero vos me entendés… cositas, sutilezas que hacen que te des cuenta que no estás en tu país. Es como una esencia diferente en todo.
-Si, puede ser. ¿Y cómo la encontraste a Penélope? –preguntó Ezequiel inclinando bruscamente su cuerpo hacia adelante.
- Pará, pará, no me apures.
Ezequiel volvió a apoyarse en el respaldo de su silla y tomó un largo sorbo de cerveza.
-Yo estaba ahí en la calle, viendo como llovía. No tenía ningún plan, así que estaba muy tranquilo. Con mucha calma terminé mi cigarrillo. Que allá es diferente, muy pocos compran los cigarrillos de marca, como acá. Allá la gente está más acostumbrada a ir a comprar el tabaco y el papel, y se los arman ellos. Pero ni daba hacer todo ese labarito; yo compraba el paquete como siempre.
-Si, más fácil –comentó Ezequiel sin demasiado interés.
-Entonces me termino el cigarrillo, y me quedé un instante ahí parado, al resguardo de la lluvia. Tampoco era un diluvio, eh. Era esa garúa finita que lo único que hace es romper las pelotas. Fui caminando por la vereda, yendo por debajo de los tolditos porque no tenía ganas de mojarme. Iba avanzando con mucha pachorra, total no tenía ningún apuro. Cada tanto me paraba a ver lo negocios, la gente, la nada. Estuve así un rato hasta que me aburrí un poco, y como además estaba un poco fresco en la calle, quise ir a algún lugar cerrado. Me acordé que ahí a unas cuadras había un café que estaba bueno, tenía onda, así que enfilé para ahí.
-Claro, uno de esos cafés donde va la gente con plata, como por ejemplo… ¡Penélope Cruz! –aportó Ezequiel.
-No, cualquiera, nada que ver –dijo Santiago frunciendo el ceño-. Un café común y corriente. Así que estaba yendo para ahí, simplemente como para pasar el rato, porque tampoco es que tenía muchas ganas de tomar algo. Y en eso me topo con…
-¡Penélope Cruz! –interrumpió Ezequiel.
-No, flaco, ¡pará un poco! Dejame terminar la historia –dijo Santiago casi enojado por la insistencia de su amigo.
-Dale, dale, no jodo más.
-Bueh. Entonces… me topo con un lugar donde había una exposición d no se qué cosa, y me mandé. Era una galería de arte, donde un tal Mateo Cristaldo exponía sus obras. Una cosa rara, porque no eran pinturas. Por lo que leí, este Mateo era diseñador de indumentaria o algo por el estilo, y tenía unas ideas re locas. Después haceme acordar que te muestro algunas fotos para que veas. Me pareció que podía ser interesante, así que me mandé. Me puse a recorrer la galería, mirando sus abras. Las personas que estaban ahí se quedaban varios minutos mirando una misma obra, inmóviles, como pensativos agarrándose el mentón con una mano –Santiago reproduce el gesto-. Pero a mí se me cruzaba por la cabeza que la gente debía estar pensando “¿qué mierda representa esto?”. Jajaja.
-La subjetividad del arte…
-¿…Qué? –preguntó Santiago.
-Nada, eso, que el arte es algo subjetivo y no todos lo pueden interpretar de igual manera –explicó Ezequiel a la vez que se rascaba la nuca.
-Y bueno, ahí estaba yo, mirando, caminando, haciendo tiempo y tomando champagne, porque pasaban unos mozos ofreciendo copas de champagne, y había que aprovechar. También había como unos canapés de no se qué, pero no me les animé. Así que ahí iba yo, siempre con mi copita en mano. Ya había pasado un rato largo, y se ve que la combinación del fresco, la lluvia y las tres copas de champagne que me tomé me dieron ganas de ir al baño. Como no tenía idea donde estaba, le pedí a uno de los mozos que me indique. Voy caminando por el pasillo siguiendo las indicaciones que me dio, y unos metros antes de llegar veo que se abre la puerta del baño de damas y ahí sale ella.
-¿Pero era posta Penélope Cruz? ¿No existe la posibilidad de que te hayas confundido?
-No, ni a palos.
-Por ahí era una mina muy parecida.
-No, no. Estoy seguro que era ella. Después de ver Vicky Cristina Barcelona no existe posibilidad de que me equivoque –dijo Santiago negando sutilmente con un movimiento de cabeza.
-Dale, y entonces, ¿qué pasó? –preguntó Ezequiel ahora interesado nuevamente en el relato.
-Entonces la veo, reconozco que era ella, y como que me agarra una adrenalina por adentro, pero sigo caminando hacia el baño como si nada. Ella viene directo hacia mí: era un pasillo bastante angosto. Me mira; por un instante me mira a los ojos. Fue una milésima de segundo, pero me di cuenta. Cuando me pasa por al lado, me choca con su cartera, porque ya te dije que era angosto el pasillo, así que pasábamos muy cerca el uno del otro. Al darse cuenta que me había golpeado, se da vuelta sin frenarse y me dice “Ay, perdóname”. Yo creo que estaba temblando de los nervios, y no se si alcancé a decirle algo o si se me trabaron las palabras. Seguí caminando intentando disimular mis nervios, volteando levemente la cabeza para mirarla de reojo. Y bueno, cuando llegué hasta la puerta del baño, entré.
Santiago detuvo su relato, dibujándose en su rostro una sonrisa de satisfacción. Relajó su cuerpo sobre la silla, mientras volvía a llenarse el vaso de cerveza.
Hubo unos segundos de silencio y Ezequiel empezaba a impacientarse.
-¿Y…? –preguntó, con más incertidumbre que expectativas.
-Y nada –respondió Santiago con asombro-, yo me metí al baño, y después, cuando salí, ya no la volví a ver.
-¿Eso es todo? ¡Andá a cagar! –injurió Ezequiel decepcionado-. Me dijiste que Penélope Cruz estaba con vos, que te había tirado onda. No esperaba que haya pasado algo entre ustedes dos, pero por lo menos… ¡algo!
-No se que más pretendés –se excusó Santiago-. Ella me choca. Capaz que hasta lo hizo intencionalmente, no lo se. La cuestión es que me choca, ¡y se da vuelta para pedirme perdón! ¡¡Penélope Cruz!! Una artista de su talla no tiene la necesidad de pedirle perdón a nadie. Podría haber seguido de largo como si nada… ¿quién le va a decir algo? Pero no, ¿entendés? Se dio vuelta y me dirigió la palabra a mí… ella… Está clarísimo, viejo.
-Si… clarísimo –dijo Ezequiel medio por lo bajo después de unos cuantos segundos mirándolo a Santiago, en un tono que no expresaba la ironía de la frase.
-El año que viene voy a volver a Madrid me parece. La voy a buscar para poder seguir nuestra historia.
Ezequiel le clavó la mirada por un instante, como sorprendido por la afirmación de su compañero.
-Con lo que contaste de los paisajes y de la maravilla de las ciudades, el viaje ya garpó. ¿Hay algo más entonces? –preguntó Ezequiel, ahora alcanzándole su vaso para que se lo llene.
-Si, es algo… groso.
-¿Y cómo va que no lo contaste hasta ahora?
-Pasa que los demás no me lo iban a creer, entonces callé para que no me boludeen –explicó Santiago, mientras con el dedo unía varias gotas caídas sobre la mesa del bar. Por eso te lo cuento a vos nada más.
-Bueno, dale, largá entonces.
-Este… Penélope Cruz está conmigo.
-¿Qué? –preguntó Ezequiel entre sorprendido e incrédulo.
-Que Penélope Cruz me tiró onda.
-¡Jajaja! Dale boludo.
-Es verdad, salamín, ¿de qué te reís?
Ezequiel, al ver el aspecto de sinceridad de Santiago, dejó de reírse e hizo silencio por unos segundos.
-La mismísima Penélope Cruz –reiteró Santiago.
-Es que está difícil de creer –profirió con razón Ezequiel-. Contá ya cómo fue eso, para ver si se entiende un poquito.
-Bueno… -Santiago apoya el vaso en la mesa y se acomoda mejor en su silla- …yo estaba en Madrid. Era un día nublado, lluvioso, así como hoy. Viste, esos días que no tenés ganas de hacer nada. Pero estando a tantos kilómetros de distancia lo sentís diferente.
-Claro, como que tenés la obligación de hacer algo, de aprovechar el tiempo al máximo –aprobó Ezequiel.
-Exacto, eso mismo. Yo estaba en el hotel, mirando por la ventana de mi habitación. Era realmente una pena desaprovechar un día ahí. Así que salí a la calle, y me quedé un rato parado en la puerta, aunque sea como para sentir el aire y romper un poco con el encierro.
-Pero para eso podías abrir la ventana del cuarto y listo.
-No, no es lo mismo –exclamó Santiago-. Además si abría la ventana se me llenaba todo de agua. En cambio, ahí afuera estaba protegido por un techito que había. Y así me quedé un rato, parado, fumando un cigarrillo, y mirando la calle, que si bien no tiene nada en particular que llame la atención, como que tiene pequeñas cositas que la diferencian de las calles de acá y le dan su atractivo.
-Pero por ejemplo, ¿cómo qué? –preguntó Ezequiel rascándose la barba.
-Y… qué se yo… no se me ocurre nada ahora –Santiago meneaba la cabeza, como intentando encontrar algo en un rincón de su mente-. Pero vos me entendés… cositas, sutilezas que hacen que te des cuenta que no estás en tu país. Es como una esencia diferente en todo.
-Si, puede ser. ¿Y cómo la encontraste a Penélope? –preguntó Ezequiel inclinando bruscamente su cuerpo hacia adelante.
- Pará, pará, no me apures.
Ezequiel volvió a apoyarse en el respaldo de su silla y tomó un largo sorbo de cerveza.
-Yo estaba ahí en la calle, viendo como llovía. No tenía ningún plan, así que estaba muy tranquilo. Con mucha calma terminé mi cigarrillo. Que allá es diferente, muy pocos compran los cigarrillos de marca, como acá. Allá la gente está más acostumbrada a ir a comprar el tabaco y el papel, y se los arman ellos. Pero ni daba hacer todo ese labarito; yo compraba el paquete como siempre.
-Si, más fácil –comentó Ezequiel sin demasiado interés.
-Entonces me termino el cigarrillo, y me quedé un instante ahí parado, al resguardo de la lluvia. Tampoco era un diluvio, eh. Era esa garúa finita que lo único que hace es romper las pelotas. Fui caminando por la vereda, yendo por debajo de los tolditos porque no tenía ganas de mojarme. Iba avanzando con mucha pachorra, total no tenía ningún apuro. Cada tanto me paraba a ver lo negocios, la gente, la nada. Estuve así un rato hasta que me aburrí un poco, y como además estaba un poco fresco en la calle, quise ir a algún lugar cerrado. Me acordé que ahí a unas cuadras había un café que estaba bueno, tenía onda, así que enfilé para ahí.
-Claro, uno de esos cafés donde va la gente con plata, como por ejemplo… ¡Penélope Cruz! –aportó Ezequiel.
-No, cualquiera, nada que ver –dijo Santiago frunciendo el ceño-. Un café común y corriente. Así que estaba yendo para ahí, simplemente como para pasar el rato, porque tampoco es que tenía muchas ganas de tomar algo. Y en eso me topo con…
-¡Penélope Cruz! –interrumpió Ezequiel.
-No, flaco, ¡pará un poco! Dejame terminar la historia –dijo Santiago casi enojado por la insistencia de su amigo.
-Dale, dale, no jodo más.
-Bueh. Entonces… me topo con un lugar donde había una exposición d no se qué cosa, y me mandé. Era una galería de arte, donde un tal Mateo Cristaldo exponía sus obras. Una cosa rara, porque no eran pinturas. Por lo que leí, este Mateo era diseñador de indumentaria o algo por el estilo, y tenía unas ideas re locas. Después haceme acordar que te muestro algunas fotos para que veas. Me pareció que podía ser interesante, así que me mandé. Me puse a recorrer la galería, mirando sus abras. Las personas que estaban ahí se quedaban varios minutos mirando una misma obra, inmóviles, como pensativos agarrándose el mentón con una mano –Santiago reproduce el gesto-. Pero a mí se me cruzaba por la cabeza que la gente debía estar pensando “¿qué mierda representa esto?”. Jajaja.
-La subjetividad del arte…
-¿…Qué? –preguntó Santiago.
-Nada, eso, que el arte es algo subjetivo y no todos lo pueden interpretar de igual manera –explicó Ezequiel a la vez que se rascaba la nuca.
-Y bueno, ahí estaba yo, mirando, caminando, haciendo tiempo y tomando champagne, porque pasaban unos mozos ofreciendo copas de champagne, y había que aprovechar. También había como unos canapés de no se qué, pero no me les animé. Así que ahí iba yo, siempre con mi copita en mano. Ya había pasado un rato largo, y se ve que la combinación del fresco, la lluvia y las tres copas de champagne que me tomé me dieron ganas de ir al baño. Como no tenía idea donde estaba, le pedí a uno de los mozos que me indique. Voy caminando por el pasillo siguiendo las indicaciones que me dio, y unos metros antes de llegar veo que se abre la puerta del baño de damas y ahí sale ella.
-¿Pero era posta Penélope Cruz? ¿No existe la posibilidad de que te hayas confundido?
-No, ni a palos.
-Por ahí era una mina muy parecida.
-No, no. Estoy seguro que era ella. Después de ver Vicky Cristina Barcelona no existe posibilidad de que me equivoque –dijo Santiago negando sutilmente con un movimiento de cabeza.
-Dale, y entonces, ¿qué pasó? –preguntó Ezequiel ahora interesado nuevamente en el relato.
-Entonces la veo, reconozco que era ella, y como que me agarra una adrenalina por adentro, pero sigo caminando hacia el baño como si nada. Ella viene directo hacia mí: era un pasillo bastante angosto. Me mira; por un instante me mira a los ojos. Fue una milésima de segundo, pero me di cuenta. Cuando me pasa por al lado, me choca con su cartera, porque ya te dije que era angosto el pasillo, así que pasábamos muy cerca el uno del otro. Al darse cuenta que me había golpeado, se da vuelta sin frenarse y me dice “Ay, perdóname”. Yo creo que estaba temblando de los nervios, y no se si alcancé a decirle algo o si se me trabaron las palabras. Seguí caminando intentando disimular mis nervios, volteando levemente la cabeza para mirarla de reojo. Y bueno, cuando llegué hasta la puerta del baño, entré.
Santiago detuvo su relato, dibujándose en su rostro una sonrisa de satisfacción. Relajó su cuerpo sobre la silla, mientras volvía a llenarse el vaso de cerveza.
Hubo unos segundos de silencio y Ezequiel empezaba a impacientarse.
-¿Y…? –preguntó, con más incertidumbre que expectativas.
-Y nada –respondió Santiago con asombro-, yo me metí al baño, y después, cuando salí, ya no la volví a ver.
-¿Eso es todo? ¡Andá a cagar! –injurió Ezequiel decepcionado-. Me dijiste que Penélope Cruz estaba con vos, que te había tirado onda. No esperaba que haya pasado algo entre ustedes dos, pero por lo menos… ¡algo!
-No se que más pretendés –se excusó Santiago-. Ella me choca. Capaz que hasta lo hizo intencionalmente, no lo se. La cuestión es que me choca, ¡y se da vuelta para pedirme perdón! ¡¡Penélope Cruz!! Una artista de su talla no tiene la necesidad de pedirle perdón a nadie. Podría haber seguido de largo como si nada… ¿quién le va a decir algo? Pero no, ¿entendés? Se dio vuelta y me dirigió la palabra a mí… ella… Está clarísimo, viejo.
-Si… clarísimo –dijo Ezequiel medio por lo bajo después de unos cuantos segundos mirándolo a Santiago, en un tono que no expresaba la ironía de la frase.
-El año que viene voy a volver a Madrid me parece. La voy a buscar para poder seguir nuestra historia.
:)
ResponderEliminarPero Santiago!, tanta pero tanta perorata y me lo rematas así!, te pago el viaje yo y seguí con la historia, hacemos algunos dibujos ahí en el suelo como mínimo.
ResponderEliminarP.D.: Yo en un baño me econtré con Casero, no es lo mismo pero bueno...
jlg
te relojeó alfredo? ja
ResponderEliminarPobre pibe, avisale que baje las expectativas que tal vez se la cruce de la mano de Bardem...
ResponderEliminarBesotes!!!
ah, y contame si hablaste algo con Manuela!!
Y anda a saber..?! Cápaz que Santiago tiene razón, y fue intencional, y la blanquita esa anda por ahi suspirando por ese Argento que se comio los mocos y no se saco ni una foto!
ResponderEliminarPobre Penélope!
Buenísimo Martín, me diverti!
Tal vez, imposible saberlo. De todos modos debe haber millones de Santiagos por ahi, temerosos de hablarle a sus Penélopes.
ResponderEliminarLa tarea principal ya está realizada, solo se le pueden agregar pormenores.
ResponderEliminarCari tiene razón, la pobre Penélope está mirando por la ventana en la primavera de Madrid preguntándose donde estará ese tío tan guapo... Sin dudas.
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